He aprendido a dudar de cualquier ideología, paradigma o mirada en la que quienes la enarbolan no preguntan qué quieres o qué necesitas y lo dan por hecho.
Miro con esquinas en los ojos a quien te dice que se preocupa por ti pero no hace nada por ayudarte o acompañarte de veras.
Y sí por aumentar su ego.
La desconfianza se aprende.
Cuando quien tiene poder juzga lo que te conviene y te insta a no ser crítica y no perturbar el status quo.
Algo que vivimos y reconocemos las mujeres a lo largo de nuestras biografías y rutas vitales.
«Es que eres muy desconfiada; abre tu corazón.
Eres muy desconfiada; así no se puede ir por el mundo.
Tienes que confiar al conocer a alguien.
Lo abriré cuando sienta con algo de seguridad que al otro lado hay alguien mínimamente confiable. Y eso se percibe, se comprueba y se sabe«.
Una de las mayores mentiras que nos inoculan es aquella que sentencia que la confianza es de km cero.
Y que hemos de entregarnos a la incertidumbre de salir ciegamente dañadas como paracaidistas de la vida.
La desconfianza se aprende.
Y la escucha y el registro interno reconocible de todo lo vivido ya, también.
Buen día, otro día.
María Sabroso.
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