Durante mucho tiempo estuve engañándome pensando que todo el mundo a determinada edad, con determinado nivel formativo o con cierta perspectiva política y social como la feminista debería ser lo suficientemente maduro/a como para dejar a un lado las envidias, los celos, las luchas de poder o directamente la violencia y el odio.
La práctica en grupos de mujeres que se catalogaban como feministas me dio muchas claves y me bajó a tierra.
En ellos viví, observé, y a lo largo de los años otras mujeres me han compartido, situaciones de conflictos enconados, violencia manifiesta e incluso venganzas personales, búsqueda de reconocimiento a toda costa y mucho dolor.
Mi optimismo proverbial sobre la bondad humana se puso en jaque y me di cuenta de que:
-Muchas personas buscan revancha entre sus iguales de dolores que otros les han propiciado.
-Contener la rabia y la hostilidad en determinados contextos sociales o familiares como forma sabia de protección, durante mucho tiempo, hace que se saque de la forma más descontrolada contra quien tiene menos rango aún que tú o es más vulnerable. A veces esa otra es una compañera o tus propios hijos.
-Sutilmente nos vengamos, en entornos de iguales, de la falta de reconocimiento que tuvimos en el pasado o por los daños recibidos.
Este deseo de venganza que observo en muchas mujeres se materializa más que en ejercer la fuerza que creemos no tener en hablar mal unas de otras, en criticar acerbamente a nuestras amigas o parejas cuando no están delante y en dinamitar los espacios que pueden ser «seguros» con estas prácticas.
Dinamitamos las relaciones con nuestras iguales y en contextos de lucha política siendo inconscientes de lo abusivas, poco democráticas o incapaces de la escucha y comprensión que tanto pedimos.
En presencia cuerpo a cuerpo y en las redes sociales.
«Nosotras» se convierte así en un fantasma de las que pensamos aparentemente igual y vamos proyectando a diestro y siniestro nuestra propia naturaleza agresora en las demás en vez de en quien te agrede o en el propio sistema de opresión.
Entre las activistas y en los activismos hay luchas internas, sectarismo, conflictos personales, intolerancia, sexismo, poder, narcisismo e inconsciencia.
Me caí del guindo y me di un golpe.
No sabía entonces que todas llevamos por igual la carga de dominación interna.
Y que cualquiera de nosotras puede ser víctima de un proceso y simultáneamente agresora en otro.
Y quitarnos las gafas violetas para usar las viejas de otros.
María Sabroso
Deja un comentario