Acaba de cumplir noventa y un años, lo cual, una vez desaparecidas Ana María Cagigal (1900-2001), María Ascensión Fresnedo Zaldívar (1909-2007), María Saro Alonso (1912-2007) y Matilde Camus (1919-2012), la convierte en la decana de la poesía femenina de Cantabria. Aunque llegó a la poesía publicada siendo ya madura, desde su juventud las lecturas formaron parte de su educación sentimental y, también, de su entorno cultural.
Porque Concha Rincón García nació el 8 de diciembre de 1926 en el seno de un hogar santanderino de clase media, con un abuelo paterno muy representativo de lo que en adelante sería una vida constante de luchas sociales y culturales en pro de la emancipación de la clase obrera; no en balde el pintor Eduardo Rincón fue uno de los fundadores y dirigentes del primer socialismo y el sindicalismo cántabro en el último tercio del siglo XIX.
Además, desde niña la cultura predominó en su entorno porque dos de sus hermanos mayores dedicaron gran parte de su existencia a la expresión artística: Carlos, dibujante desde su juventud y pintor hasta el final de sus días, ilustrador a su vez de alguna de las obras poéticas de Concha; Eduardo, compositor musical que llevó al pentagrama la poesía de su amigo y compañero de fatigas carcelarias José Hierro, pero también alguna composición de su propia hermana.
Suele contar Concha la influencia que en su infancia dejó el paso por el colegio público Menéndez Pelayo, muy cercano a su domicilio en Puertochico, dirigido por Jesús Revaque y que tenía a su esposa María Monte como maestra, hasta que la sublevación militar de 1936 rompió esa apacible relación educativa. Ella podía haber marchado a Dinamarca, como hicieron otros alumnos y alumnas del matrimonio para huir de las penurias bélicas, pero permaneció en Santander hasta que la proximidad de la caída de la ciudad en manos de las tropas sublevadas la llevó a evacuar la ciudad en un barco con dos de sus herman@s y cruzar así el sur de Francia para situarse en la Cataluña todavía republicana, de donde nuevamente hubo de huir a Francia, hasta que el final de la guerra la condujo de nuevo al hogar familiar. Demasiado duro para una niña situada entre los diez y los doce años.
Esta aventura la ha contado, con más pormenores, en sus recuerdos de ese breve exilio francés, pero finalizando en la peripecia que comenzaba cuando ella pensaba que lo peor había pasado. Una vez en Santander, se encontró con que padre estaba en la cárcel por sus ideas republicanas y, a los pocos meses, ingresó su hermano Eduardo, con solo catorce años, detenido en la que se denominó la caída de los ciegos, entre cuyos componentes se encontraba el aprendiz de poeta José Hierro, de apenas diez y siete. Desde entonces la relación casi familiar con los Hierro quedaría forjada y parece que su fijación con la poesía también se convertiría en una constante suya hasta el día de hoy.
Pero no sería hasta los años setenta cuando comienza a dar a la publicidad algunas de sus composiciones poéticas. Un matrimonio bastante precoz y una vida dedicada a los múltiples quehaceres familiares, donde apenas quedaba hueco para la expresión cultural que no fuera la de asistir como simple espectadora, impediría el desarrollo pleno de sus inquietudes. El Ateneo de Santander, junto a sus dos hij@s mayores, fue el primer paso hacia una liberación parcial de sus intereses, y allí intervino en el Grupo de teatro dirigido por Ángeles Alonso Bravo, representando el papel de una de las criadas en la obra La casa de Bernarda Alba, de García Lorca, para poco después conectar con el joven director Paulino Viota, quien la encomendó el rol de la madre del protagonista de su cortometraje José Luis (1967), la primera de sus varias apariciones en la pantalla: Géminis (Garay/Revuelta, 1981), Después del sueño y Amor propio (Camus, con quien la une parentesco, 1991 y 1994), además de Intruso (Aranda, 1993).
En las páginas culturales de El diario montañés hizo su debut como poeta, para después repetir en la prestigiosa revista Peñalabra (1976), dirigida por Aurelio G. Cantalapiedra. Nuevo lapso silencioso, alternado con sus colaboraciones cinematográficas, hasta que finalmente publica su obra Sueños (1990) y, junto a su hija Natalia Liaño Rincón, se integra en el grupo femenino de poesía y participa en los homenajes anuales que llevan el nombre de Ana María Cagigal, lo que da lugar al recitado por diversas localidades de la región y la posterior publicación de varias de sus composiciones en antologías y otros libros colectivos, tales como Historia y antología de la poesía femenina en Cantabria (1996),
Al mismo tiempo escribe algunas obras dedicadas a un público infantil y con una selección de ellas publica su librito Animalario (2005) con ilustraciones de su hijo Juan Luis Liaño Rincón y prologado por su hermano Eduardo Rincón, quien a su vez, como ya se ha dicho, musicaría algunos de sus poemas. Esta nueva publicación propiciará su visita a diversas escuelas y centros sociales de Cantabria.
Coincidiendo con la celebración de su noventa cumpleaños, sus nietas han querido homenajear a una abuela a la que quieren y admiran como referente, editando un libro titulado Prosa y verso (1976-2016), en cuyo contenido se recoge gran parte de su trayectoria creativa.
José Ramón Saiz Viadero
Braaaaaavoooo!!!! A cumplir los sueños, que para eso están. Me gustaría mucho estar allí.