Las manos Lázaras.

Me he muerto en demasiadas ocasiones y como el personaje bíblico he resucitado.
Ante una ilusión diminuta, ante el exhorto de un amor que no quería perderme o ante la llamada urgente y algodonosa de una amiga de madrugada, he sido consciente de que las manos Lázaras existen.
Me morí cuando mi madre murió.
Me morí desmayada en la puerta del hospital con un riñón pez globo por no conocer el límite al desenfreno.
Me morí cuando la brújula se me estropeó y desnortada me fui hacia el lobo directa para ser comida, puesta en bandeja.
Me morí cuando el que yo consideraba ÉL no quiso ser ÉL en unas vacaciones; qué buen agosto en Berlín.
Me morí cuando se inundó mi casa cueva en el peor momento para ser barco y zozobra.
Me morí cuando escuché aquella composición gloriosa, sola, en silencio y pensé, si me muriera ahora sería un adiós muy épico.
Me morí también cuando sucumbí frente al pánico aventurero y mi vuelta al mundo de un año se convirtió en un trabajo nuevo en otra ciudad y un alivio mediocre.
Me morí, y en mi cuerpo cayeron algunos ladrillos al decidir no tener hijos; útero en ruinas.
Me morí cuando por un yo puedo, por competir con los hombres, el mar estuvo a punto de tragarme y tuvo a bien escupirme de nuevo, como madre condescendiente que te regaña y te quita el castigo.
Me morí al no poder hacer nada, absolutamente nada, por quien sufría delante de mí y cómo duele el mundo, coño.
Me morí cuando mi madre murió, repito.
Ese exacto momento en el que no hay respuesta posible ante el desconcierto de no poder ayudarla, tú la ayudadora.
Y la pena te achica y te encoges aovillada, sin sentir nada. Con una mano suelta, floja y pestañas de cristal al otro lado, pensando ahora, quizá, la próxima soy yo.
Y, sin embargo, sigues viva. Una y otra vez.
Sorprendida de estarlo. Una y otra vez.
Como hoy aquí.
Sorprendida de estar tan viva, de no haberme muerto, escucha, de no haberme muerto todas las veces que desee no existir.
Gracias a todas las amigas y compañeras de recorrido, a todas las hermanas, por ser manos lázaras para poder levantarnos y andar.
Nunca pude dejar de morirme SOLA.
María Sabroso.
(Lo que antes podía resultar la peor foto del mundo, hoy es lo que soy)
Sobre María Sabroso 128 artículos
Sexologa, psicoterapeuta Terapeuta en Esapacio Karezza. Escritora

1 comentario

  1. Muy buena aportación. Felicidades;redacción «limpia», concisa, sin rodeos, concreta, como la vuelta (o la ida, o el itinerario) de cualquier Lázaro.
    E.J.

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