El otro día leyendo los últimos debates generados en las redes entre nosotras las feministas que nos expresamos por estos medios, tuve una reacción corporal como nunca había sentido antes a través de una pantalla; con cada hilo que leía me mareaba, pasaba de cierta ansiedad a náuseas, por momentos me aturdía, tenía dificultades en entender el lenguaje que se manejaba, me quedaba sin fuerzas.
Llamadme hipersensible, pero además de manejarme con las tripas revueltas y pocas ganas de seguir leyendo según qué cosas, me dan vueltas algunas cuestiones.
Me pregunto a quién llamamos privilegiadas y desde qué lugar.
Trabajo con mujeres mayores, jóvenes, con niñas.
Veo a diario a mujeres con demencia senil, deterioro cognitivo, parkinson, depresión severa, trastornos mentales de toda índole.
Trabajo con niñas y niños diagnosticados entre otros muchos etiquetajes de TDAH y medicadxs sin piedad, por ser más intensxs de lo que el sistema es capaz de asumir, por querer moverse, jugar y expresarse más de la cuenta.
Trabajo con mujeres cuidadoras cuya única vida es atender a los que más lo necesitan, a sus seres más cercanos y a aquellos con los que ni tan siquiera comparten biología.
Atiendo a mujeres con diversidad psíquica y física, con pensiones miserables, con condiciones de vida tan duras como no podéis imaginar, para las que cada minuto de su vida es una ardua tarea. Mujeres mayores racializadas que te llaman «señorita» a cada paso y dan gracias por lo que son derechos de ciudadanía.
Intento acompañar a madres que se quedan solas al tener un hijx con discapacidad, solas de lo que significa la palabra sola.
Mujeres con compañeros- padres de bebés abandonadicos y con mínimas ayudas por parte de la Administración; madres que buscan con desespero los 300 euros que cuestan las terapias privadas para sus hijxs.
Estoy cerca de mujeres que tienen que dejar sus trabajos fuera de casa, aproximándose a la miseria, porque sus hijxs con enfermedad mental les requieren un acompañamiento diario y constante y la lucha que desestigmatice a quiénes más aman.
Estoy cercana a mujeres que se sienten tan desempoderadas y pequeñas que suplican a sus maltratadores para que vuelvan a casa y no las «abandonen».
Y he de reconocer que cuando empecé en este camino profesional pensé que ELLAS eran minoría, que había una diferencia entre ESAS mujeres y yo. Sinceramente no creía que ellas y yo éramos lo mismo.
Internamente no quería identificarme, por lo que eso suponía.
Y ahora me doy cuenta de que esa supuesta minoría no lo es.
Son mayoría, lo son, ¡coño!
Las que podemos expresarnos por estos medios, las que tenemos voz, las que hemos podido estudiar, las que podemos leer libros y formarnos una opinión, las que por muy precarias que estemos en el terreno laboral tenemos fuerza, edad suficiente, lucidez, ganas y un cuerpo que responde, nos dedicamos a GUERREAR entre nosotras, a quitarnos fuerza, a acusarnos, a utilizar un lenguaje que solo manejan unas cuantas, a argumentar a base de citas de Butler, a pedir justificaciones y pedigrís, a acusar como inquisidoras a quien tenga tufo a aquello que no somos nosotrxs.
En serio, compañeras, para mi el feminismo era un ARMA DE LIBERACIÓN.
¿Qué les cuento a estas mujeres que desconocen lo que es?
¿Les digo que su gran problema es que se follan al enemigo?.
¿Les digo que no hablamos de ellas ni las vemos?
¿Les digo que las que podemos salir a luchar generamos patios de vecinas virtuales para lanzarnos basura, atomizarnos y hacerle el caldo gordo al sistema que nos quiere desunidas?.
¿De verdad que lo que tenemos que transmitir son insultos, acusaciones de «todofobia» y descalificaciones hirientes?
Las privilegiadas somos todas nosotras.
Las que conocemos lo que significa la palabra privilegio y podemos escribirla.
Y yo lo soy pero mi corazón, mi apoyo y mi dolor de cis hetera blanca con estudios y mierda para los etiquetajes está en otra parte.
Rechazo escribir en un lenguaje complicado que suene a chino a la mayoría de las personas como un acto de poder desde el conocimiento.
Y esto también es una postura política.
Mil cursos muy sesudos, postgrados en cuestiones variopintas, nombres rimbombantes y ni una sola palabra sobre cómo acompañar a las personas a entenderse y entender sus dificultades y sus opresiones.
Las reales.
(Seguramente alguien echará en falta alguna cita sesuda, pero el entripao no me permite ser cultivada. NO, lo siento).
María Sabroso.
Deja un comentario