A ella le gustaba que a él le gustara su mal genio, su pijama viejo.
A ella le gustaba que él supiera leerla como si la hubiera escrito, punto por punto, como si hubiera elegido cada uno de sus adjetivos por más que eso también le diera un poco de miedo. Pero era un miedo suave, como el que dan algunos armarios cerrados con llave o la cara de ciertos muñecos en los puestos de un rastro.
A ella le gustaba no saber que iba a pasarles. Conocerlo tan poco y tan bien. Sus silencios, la voz con la que sabía llenar cada rincón de su cuarto en medio de la oscuridad.
A ella le gustaban sus regalos, sus ausencias. La forma en que llegaba y lo cambiaba todo. Le gustaba que solo le importaran las cosas que no pueden comprarse y que soñara con ella o creyera verla en todas partes.
A ella le gustaba su nombre, su pelo, la luz peligrosa que solamente ella parecía capaz de ver en el fondo de sus ojos. Le gustaba la piel que tenía la textura de un mapa de colegio, entendía cada dolor de ese territorio invadido y sufría en pasado por todo lo que él había sufrido.
A ella le gustaban sus contradicciones, el mero hecho de que fuera una puerta que no la llevaba a ninguna parte. Perderse en él y que nadie le dijera cómo se sale de un amor así, por qué hueco puede alguien escapar de un lugar en el que en realidad quiere quedarse para siempre.
Texto: Patricia Esteban Erles
Qué bonito, no lo había visto antes.