Lo que sea necesario

Su nave desacelera, se posa sobre la pista y se desliza suavemente hasta que, reduciendo paulatinamente la velocidad, frena frente a la enorme puerta de entrada. Al abrir la escotilla es recibida por una caucásica de enormes ojos verdes cuyo torso impecable y largas, larguísimas piernas envuelve en un tejido ajustado, transparente, que solo se oscurece en la zona de los genitales para impedir su visión. Tras los saludos de cortesía no puede evitar preguntarle:

—¿Son tuyas?

La rubia sonríe orgullosa elevando la pierna derecha para que su interlocutora pueda apreciar mejor la calidad. Niega con la cabeza.

—Son nuevas, de hace solo un mes.

—¿Naturales o generadas? – Continúa preguntando. Aún tiene muchas dudas al respecto.

Generadas. No hay diferencia en el resultado y hay menos probabilidad de rechazo.

Eso coincide con lo que ha leído y lo que le explicaron cuando llamó para concertar la cita. Alza la barbilla en señal de confirmación dándole a entender que puede proseguir con la visita habitual.

Recorren los espacios de la clínica: recepción, sala de espera, vista de los quirófanos a través de luminosas ventanas y, por último, las estancias de reposo tras la intervención.

Todo parece perfecto, estudiado hasta el más mínimo detalle para que te apetezca sobremanera pasar un buen rato allí. La relajante luz ambiental, la música indeterminada que llena de calma el espacio endulzando tus pensamientos, los colores tibios que tintan el mobiliario de paz y los escasos detalles de decoración de carácter oriental que sugieren momentos de ensoñación. Tan solo el trajín dentro del quirófano puede elevar mínimamente tu presión arterial en el caso, poco habitual hoy en día, de que aún temas pasar por una operación.

Esos temores no la afectan y prefiere permanecer junto a los ventanales siguiendo los pasos que da el equipo médico. Así podrá explicar después cómo ha sucedido todo. Le gusta dar detalles que sabe que alabarán sus amigos, anécdotas que compararán con las suyas propias.

Lee la documentación que le han entregado mientras repara en los movimientos del cirujano que, en este momento, efectúa una incisión a la altura de la ingle sobre la persona que reposa en la camilla con un dispositivo de realidad virtual ante los ojos.

“Complicaciones más frecuentes: náuseas, vómitos, dolor, inflamación…”, “posibilidad de complicaciones severas como: hemorragia, trombosis o muerte”, “tratamiento de inmunosupresores durante toda la vida”,…

Las palabras leídas recorren sus neuronas mientras observa como el cirujano separa la pierna de la paciente, gruesa y llena de protuberantes nudos de celulitis, para pasársela a un ayudante que la coloca sobre una enorme bandeja diseñada para tal fin. Este mismo colaborador le devuelve al cirujano una pierna mucho más esbelta que la original, con la piel tersa y  firme.

A través de los cristales calcula que la nueva extremidad debe medir unos diez centímetros más que la anterior y decide que eso es lo que desea para ella. Lo que necesita para ella.

“Postoperatorio”. “Reaprendizaje del movimiento corporal con las nuevas medidas”. “Cuidados y mantenimiento de la carne generada”. Los títulos de los diferentes apartados bailan ante sus ojos. Deja de leer. Ya no le interesa el proceso, solo anhela ver en sí misma los resultados. Pasa ágil con el dedo las páginas, buscando el hueco donde debe firmar otorgando su consentimiento.

En quirófano el ritmo se acelera y eso capta su atención. El cirujano y sus colaboradores muestran gestos de preocupación, han apartado la flamante nueva pierna a un lado y realizan tareas de reanimación mientras intentan contener la sangre que brota del cuerpo inerte que yace postrado sobre la camilla.

Tras unos momentos de tensión, de carreras, inyecciones y desfibrilaciones, se dan por vencidos y cubren a la paciente con una sábana que rápidamente se tiñe de rojo.

El espectáculo ha terminado. Libera el aire que ha contenido durante esos excitantes minutos y suspira. Había confiado en que acabaría bien. Vuelve a su cometido. Prosigue con la búsqueda de la casilla y, cuando la encuentra, pone especial cuidado en ubicar su dedo pulgar en el centro de la misma para dejar su huella dactilar. El dispositivo de lectura le devuelve el mensaje “AUTORIZADO”.

No puede esperar a tener sus nuevas piernas.

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Sobre Teresa Guirado 9 artículos
Mochilera, lectora empedernida. Autora de dos novelas. Trabaja como ingeniera informática.

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