Los augurios que no salen.

 

 

Auguraba bien. Entrevista concertada con un autor que había leído semanas atrás, me había gustado su libro, escrito de forma sencilla pero bien estructurado. Primer libro y había posibilidad de superación futura. Además de afinidades ideológicas…hasta había cierta admiración  por mi parte.

Auguraba bien, ya les dije.

Llegué puntual, él no estaba. Mejor, me dije, así  hay tiempo de colocar mi cuaderno, boli y teléfono en la mesa ordenando las cosas y dejando todo a mano. No pensaba grabar porque pretendía una conversación distendida, apenas llevaba preguntas e intuía variables imprevistas con conversación gustosa dejando que fluyera. Pero toda precaución es poca, tengo memoria amplia para conservar las conversas, pero nula para cifras, nombres o datos concretos. De ahí el boli y el cuaderno. Para apuntar.

Auguraba todo fetén. Repito.

Llegó con minutos de retraso. Hombre cincuentón, nulo atractivo. Mejor, pensé, la belleza predispone de forma subjetiva y quiero ser aséptica en mis tratos con personajes sobre los que pretendo escribir. Ya le conocía, me había firmado un libro tiempo atrás. En la distancia fue agradable. Les repito,  también había afinidades personales y políticas. Eso acerca  mucho.

Auguraba un buen rato. Me repetí al verlo llegar.

Había escogido para sentarme una silla frente a otra, en la que se sentó él. Lógico. Se trataba de hablar. Hablar amigable y distendido, como conocidos que se acercan por ambages literarios.

Algo se torció cuando, en vez de sentarse de frente, lo hizo  de lado. Es decir, mirando a la puerta de entrada, no a mí. El  lugar donde quedamos, una cafetería  pija con toques de progresía local, había sido propuesta por él, el ambiente era agradable. Nada que objetar…aunque su posición no me resultó cómoda. Cada vez que me hablaba, si quería mirarme, debía torcer el cuello, cosa que de forma imperceptible al principio, fue resultando inoportuno,  el lenguaje corporal habla mucho. Alto y claro, habla la postura que adoptamos para entablar dialogo. A veces más que las palabras . Y este gesto de no enfrentarme me habló mal. Requetemal.  Confesado.

Seguí pensando que tampoco era tan grave, me suelo acusar enseguida de toques paranoides;  por  el síndrome de la impostora, ese que nos aprieta de vez en cuando…

Calma, María, me dije. Que no augura mal, mujer. Me  volví a decir con cariño falso.

La cosa, de forma causal, podía torcerse así que saqué del bolso interior de mi cabeza una pequeña dosis de paciencia, por si hacía falta. O por precaución. “Es hombre” me dije “no tienen el sentido de la comprensión empatica como nosotras” me afirmé de forma bastante injusta. Por convencerme, más bien.

Volví a recurrir a mi alacena de  paciencia almacenada, esa que hemos acumulado durante años las mujeres que tratamos con ellos,   mientras observaba que prestaba atención a los movimientos del público que pululaba por nuestro lado. Ya dije, la puerta no andaba lejos. Recurrí a la condescendencia, la que nos hace a las mujeres no tomar un bidón de gasolina y pegarle fuego al mundo  dos o tres veces al día.

Comenzamos a hablar. Yo, calentaba preguntando cosas impersonales. Entiendo que la gente interpelada muestra mejor su interior cuando se siente libre de contar las preocupaciones o intenciones.

-Che, vamos al lío. No divagues- expresó esbozando una liviana sonrisa que quería ser seductora y se quedaba en mueca.

Escoré la charla rápido hacia su interés.

Bien” me dije “tiene prisa, quiere contar lo suyo. No le interesa nada más y menos tú, así que vete al grano y no te incendies, María”

Yo es que converso mucho con mis adentros profundos como forma de calmar la pequeña víbora malvada y poco juiciosa que suelo llevar adormilada saliendo  a relucir al detectar imbéciles. “No te incendies, nena, que quieres saber cosas para hacer el artículo, luego que se vaya a tomar por el culo y tú a lo tuyo”

Como ven, a mí misma me permito diálogos poco cuidadosos, porque son míos y solo faltaría…

¿Tú escribes, verdad?-preguntó torsionando el cuello  hacia mí.

Si, claro, por eso estoy aquí- respondí envolviendo la frase en una acaramelada sonrisa de buena chica, tan falsa como euro de madera.

Ya, es que me suena tu nombre. Recibo un boletín de prensa, de esos diarios digitales– mueca de desprecio  con gesto manual de displicencia- y sale tu nombre. Por cierto que quiero borrarme de esa publicación y no lo consigo.

Hice un gesto de comprensión. Asentí con la cabeza, mordiendo los fonemas que asomaban por la boca. Imagino que de tratarse de un interlocutor más listo hubiera adivinado al momento que el bidón de gasolina andaba rodando empujado por la viborita interna esa de la que les hablé.

Templa, María“es un tío” Al ensalmo de la jaculatoria, me achanté un poco y no respondí las palabras que andaban enredadas entre mi dentadura para salir como salivazos llenos de veneno. “Templa, nena, que importa la entrevista” me dije para el adentro.

Los augurios comenzaban a torcerse. Que no se crean que por mi ego…o no solo (decir que te quieren borrar donde publicas no es moco de pavo, entiéndanme, no mirarte y contemplar la puerta en vez de a ti cuando hablas, tampoco) lo que ocurre es que ser estúpido y jodidamente  prepotente para hablar sin tomarse la molestia de disimular un poco menospreciando quien va a escribir sobre tu libro no me parecía correcto. Ni inteligente…que iba a entrevistarle sobre su obra, ¡coñoya! Claro que donde publico son esos boletines digitales sin importancia, según su opinión…Entendido, chico, bien entendido. No soy de Babelia, ya lo sabía pero no hace falta el desprecio. Pensé.

 

Torné a articular las preguntas preparadas. Correcto en las respuestas, poco original pero balanceando los argumentos con cierto rigor. Sin mucha originalidad, ni chispa de ingenio. Les juro por mi vida que, de haber mostrado sentido del humor o genialidad, las malas impresiones se hubieran diluido. Estoy presta a perdonar si hay talento, si hay sorpresa. No era el caso. Todo discurría dentro de una línea horizontal, plana y sin deslumbramientos.

De pronto, percibo un movimiento ocular, rápido, como telescópico, de arriba abajo, torsionando los párpados para ajustar la mirada con el fin de  no perder ni ripio de lo observado. Radiografiando al motivo de su curiosidad. Percibo el goloso halo que desprenden los ojos de algunos hombres cuando divisan presa deseable. Volví la cara con el fin de ver el objeto de su curiosidad , intuyendo el desenlace. Sabía con  lo que iba a encontrar al volver la vista.

Allí estaba. Rozagante y pizpireta, según lo previsto, una jovencita hermosa en pletórica explosión de esplendor juvenil. Vestía pantaloncito corto, blusa con transparencias y meleneaba al ritmo de pasos cadenciosos. Una linda niña de no más de dieciséis años.

Mi partenaire, para entonces, se le destilaba por la comisura de los labios una sutil babilla de rijoso irredento. Mientras sus ojillos de sapo embrujado, festoneaban la anatomía de la púber sin disimulo.

Sucedió en dos o tres ocasiones más. Los ojillos saposos de miope se achicaban, aguzaba el cristalino aplicando  en su boca un resabio de sonrisa golosa de depredador tan banal como poco disimulado.

Acabamos la entrevista. Escribiré bien sobre su obra. Él, pasará a ser personaje de algún relato o novela que es la forma que tenemos las que manejamos este oficio  de vengar a los malos o a los cretinos.

Allí mismo, mientras nos despedíamos con plenitud de amabilidad pegajosa (por mi parte también, que soy buena actriz y ya había delimitado la venganza) me lo prometí. Escribiría bien  sobre un tipo que escribe. Contaría esto que hago ahora, obviando su nombre. Hasta es posible que diseñe un personaje bastante detestable basado en él.

Mientras caminaba de vuelta a casa, mentalmente  prometí todo lo anterior a las pobres chiquillas que deben de soportarle en sus clases.  Es que  se me olvida contarles que el rijosillo, además de escritor, es profesor de Universidad,  y más que probable,  un seguro depredador sexual.

Feo, bastante mediocre pero aureolado con el estigma de la intelectualidad. Un asco de tío, vaya

Que tenía que contarlo.  O escupirlo.

María Toca Cañedo©

Helgueras, 10 de agosto 2024. 11,45m.

Sobre Maria Toca 1673 artículos
Escritora. Diplomada en Nutrición Humana por la Universidad de Cádiz. Diplomada en Medicina Tradicional China por el Real Centro Universitario María Cristina. Coordinadora de #LaPajarera. Articulista. Poeta

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