
Escucho voces y conversaciones que me llegan entremezcladas con la brisa y el rumor del mar.
El sol dibuja círculos concéntricos de luz a través de la tela de la gorra, que cubre mi cara, mientras tomo el sol de vacaciones, tumbada en mi toalla.
A mí lado una familia que no veo, pero escucho hablar, lo hacen en una lengua que no es la mía.
Un niño llora, no en otro idioma, aunque si lo consuelan palabras que no pertenecen al mío.
No; el llanto de los niños y las niñas no es un llanto extranjero,al igual que no lo son sus risas.
¿ Quién escucha el llanto de los niños gazaties?. ¿ Quién escucha el llanto de las niñas?.
Cubiertos de polvo, no de arena de playa. Cavando hoyos , no con sus palas y cubos, sino con sus pequeñas manos, con sus manos inocentes. No para construir castillos de arena, sino para enterrar a sus padres , a sus hermanos.
Me invade toda la tristeza y la rabia contra esta humanidad a la que pertenezco y que no escuchamos el llanto de nuestros niños, porque son nuestros. Que no consolamos ese llanto.
Que seguimos con nuestras vidas, bronceándonos bajo un sol que a otros abrasa, como las bombas con las que los están exterminando.
Y no puedo, no puedo seguir disfrutando de “estas vacaciones que merezco”.
Porque estoy escuchando desde mi toalla todos los llantos de esos niños y niñas que solo juegan a sobrevivir.
Montse Barrero.
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