Siempre creí, hasta hoy, que mi primera visita a Santoña había sido un sueño, un mal sueño, desde luego. “I have a dream”, dijo Luther King en aquella histórica ocasión en Washington D.C.; sin embargo, mi buen amigo Ramón S. Viadero, en fechas recientes, me avisó de que tal sueño había ocurrido, y me animaba a contarlo, en los relatos publicados por gentileza de https://www.lapajareramagazine.com , como protagonista del mismo que yo había sido.
En esta preciosa villa marinera de Santoña, cuna del que llegara a ser ministro de la Gobernación con la dictadura franquista, el almirante de la Armada Española, D. Luis Carrero Blanco, algunos jóvenes, vinculados, como no, a la principal actividad económica de la villa, la industria conservera, aspiraban a fundar una Casa de la Cultura y un Cine Club en su villa. No recuerdo bien si todo ocurrió entre los años 1966 ó 1967. En aquel tiempo yo había fundado el Cine Club “Ingenieros Técnicos”, y Viadero me había pasado un film documental, proporcionado por la Embajada de Estados Unidos en Madrid, sobre la marcha hasta la escalinata del monumento a Abraham Lincoln en Washington D.C. el 28 de agosto de 1963 de Martin Luther King y una inmensa manifestación de hombres y mujeres por el derecho al trabajo, la libertad y los derechos civiles iguales para todas las personas, sobre todo de las personas negras hasta entonces discriminadas, después de cien años de su Constitución en defensa de los derechos igualitarios para todos.
Tal documental, se había proyectado en el Cine-Club del Ateneo de Santander y en el Cine-Club de Ingenieros Técnicos, con gran éxito de asistencia, aunque con muchas reticencias de la censura franquista, que no veía bien las manifestaciones civiles y solo toleraba las procesiones religiosas.
Contactamos con estos jóvenes santoñeses, Marco Sanfilippo, hijo uno de un prestigioso conservero italiano, y el otro un discapacitado físico que trabajaba como encargado, no sé si en esa misma fábrica del italiano u en otra. Les ofrecimos proyectar el documental en Santoña si ellos hallaban un salón adecuado para la proyección. La máquina de proyección nos la prestaba el cine-club de la HOAC de Santander, tal como hacía con el de Ingenieros Técnicos.
Días más tarde recibimos un O.K. entusiasta de estos jóvenes vecinos de Santoña, ávidos de cultura en su amada villa. Y allí nos presentamos, mi novia, Pili, y yo, junto con otros jóvenes de Santander, cuyo nombre no recuerdo, con la máquina de proyección y el rollo del film prestados. Los amigos de la cultura de Santoña habían conseguido el permiso para la proyección en el Salón de Actos del Patronato Militar con capacidad de no menos de 500 personas y que, por cierto, en 2008 sufriera un atentado con bomba de E.T.A. siendo con posteridad reparado. Un magnifico local totalmente equipado con filas sucesivas de confortables sillas que acomodaron a numerosos jóvenes y otros no tan jóvenes interesados en visionar el documental que había tenido un éxito mundial.
El problema primero que se presentó y que ya conocíamos era que la máquina de proyección que traíamos, era para films de 16 mm. Por lo que debíamos de hacer la proyección desde el pasillo central del salón para lograr una buena imagen en la pantalla. Pero la máquina necesitaba de una toma de corriente eléctrica y el cable que tenía era insuficiente para llegar a la más próxima. ¿Algún problema? Indagué. Ningún problema, me dijeron. Tu vete presentando el documental mientras nosotros vamos a por cable para alargar la conexión hasta el enchufe más cercano. Regresaron pronto, aún yo no había terminado la presentación cuando aparecieron con cable más que suficiente para la conexión, realmente era un rollo de cable, no recuerdo si negro o blanco, de unos cien metros de largo. Hice la conexión a la máquina y dejé que ellos, el encargado de la fábrica y sus amigos, realizarán la conexión al enchufe o toma de corriente.
Comencé la proyección del film, con subtítulos en castellano, como aún hemos heredado del franquismo. Observé que algunas personas, menos jóvenes, se removían en sus asientos al ver a tantos negros juntos manifestándose libremente hasta el monumento de Abraham Lincoln, una inmensa multitud pacífica. Cuando Luther King, se acercó a los múltiples micrófonos allí instalados y dijo, con voz grave de predicador experimentado, aquello de “I have a dream” (Yo tengo un sueño) … en ese mismo momento la pantalla comenzó a perder luminosidad…hasta que se apagó definitivamente. ¿Qué ha pasado? ¿La máquina se averió? Preguntaron algunos. Seguí el cable pensando que se hubiera soltado del enchufe. Pero no, el enchufe permanecía fijo y conectado; pero a sus pies, si es que los enchufes tienen pies, yacía una masa derretida de cien metros de cable sin desenrollar que por efecto de inducción se había convertido en una enorme bobina incandescente fundiendo el recubrimiento por efecto del tremendo calor generado. Ahora, tendrían que pagar, sí o sí, los cien metros comprados y que pensaban devolver sin desenrollar, intactos, como si no se hubiesen usado. Quizá actuó la providencia, pues a tenor de los mayores inquietos en sus asientos ante lo que veían en plena dictadura y en un local militar, quizá antes del final hubiéramos acabado en el cuartelillo de la benemérita.
Nosotros regresamos a Santander más que frustrados pero intactos. No obstante, no acabaron allí las desgracias para los jóvenes santoñeses ávidos de cultura, porque al día siguiente, nuestro querido amigo encargado de una fábrica de conservas, recibió la visita del sargento Petisco de la Guardia Civil local:
-Escuche, joven, -le dijo-: En Santoña, en “hubiendo”(sic) vino y anchoas no hace falta Casa de la Cultura. ¿Me entendió? Pues, eso…
Y dicho esto, el sargento Petisco, “fuese y no hubo nada”.
Santoña quedó tranquila, ante los sueños de Luther King y un grupito de jóvenes ávidos de cultura. A los que también les encantaban las anchoas, más que al presidente Revilla.
P.D. El monumento al Almirante D. Luis Carrero Blanco allí sigue, ahora también dando nombre a la preciosa alameda sobre el mar frente a la no menos bella villa de Laredo. Lamento que al cabo de 50 años transcurridos no recuerde los nombres de todos los que me acompañaron en aquella “ensoñadora” aventura. F I N
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