Dice una voz popular que cada uno escribe lo que quiere y sus lectores entenderán lo que les dé la realísima gana. Vale, lo de la escalera para subir al madero es más poético, pero no me da para comentario.
Esta irreverencia viene a cuento de las carcajadas que llevo echando desde el pasado viernes cuando pude comprobar en carne propia lo apropiado de la exención de responsabilidad que supone aquello de “soy responsable de lo que digo, no de lo que tú entiendas”. Firmo. Varias veces si hace falta.
Todo empezó cuando a los pocos minutos de hacerse pública la sentencia del caso Noos una, que es de natural tocapelotas, estaba a otras cosas que son más de su interés que los avatares de una infanta cualquiera, su Ken personal y el resto de delincuentes más o menos habituales, sentencia (que una es muy de sentenciar) “Por favor, que nos invadan ya. Quien sea”. Y todo quisque dio por hecho que me refería al cuento principesco. Pues no. Nada más lejos. De hecho, me refería al comienzo de un evento interestelar plagadito de vende humos que tenía lugar en mi ciudad el pasado fin de semana. Pero, claro, entre que no di pistas y que la gente que me lee, en general, y la que me honra con su amistad, en particular, es sabedora de mi animadversión hacia la monarquía como concepto y hacia las mamandurrias como putada, era casi normal que se hicieran la idea equivocada y se arrancaran a comentar las cosas de la lista que nos salió tonta, o algo así, que no sé muy bien cómo va la cosa.
Pero no quedó ahí el tema. Poco después, cuando toda España en red se dio al chiste con la presunta, solo confirmada por su declaración y la sentencia judicial, estulticia de la ciudadana Cristina de Borbón yo, que tengo el sentido de la oportunidad de vacaciones y sin fecha de vuelta me arranco con otra sentencia acerca de la oportunidad de considerar machista a quien define como tonta a una mujer objetivamente tonta. Y torna la burra al trigo. Ahora sí. Ahora, la roja esta sí que habla de la infanta. Pues tampoco. Pero la culpa no la tengo más que yo. Por no ser clara como caldo de asilo. Que es algo que tiende a parecer asqueroso pero a claro no hay quien lo gane.
Hay, ha habido y habrá más sentencias que llamen a engaño. He descubierto que me divierte la confusión que se crea (¿acaso pensaban, inocentes míos, que lo de que me gusta hacer el mal (dentro de un orden) era una boutade? Qué encantadores resultan a veces). Sé que quien quiero que me entienda lo hace. El desconcierto del resto me resulta de lo más divertido. Y no soy capaz de sustraerme a un rato de diversión inocente (o casi). Total, no creo que me lea tanta gente y, en cualquier caso, no pienso presentarme a cargo público.
Porque lo del ornitorrinco sí lo entendieron ¿verdad?
Kim Stery
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