“Cuando el alumno está preparado, aparece el maestro”, reza un proverbio oriental. A veces, el alumno sigue ese camino trazado hasta convertirse a su vez en maestro. Y luego, existe la posibilidad de que el alumno, convertido ya en maestro, pase a un nivel un tanto especial: el de maestro de maestros. Tal es el caso de Nadia Boulanger (París, 1887-1979) considerada por algunos como la maestra más influyente desde Sócrates.
Bruno Monsaingeon (París, 1943) nos acerca con su libro Mademoiselle (Acantilado, 2018) a la pianista, directora de orquesta, compositora, mentora de Stravinski y profesora de grandes intérpretes del siglo XX como Gardiner, Markévich, Glass, Bernstein, Piazzolla o Quincy Jones. Lo hace mediante una colección de extractos de conversaciones que mantuvo con Nadia Boulanger, durante sus últimos seis años de vida, y que ordena a modo de (falsa) entrevista.
Al leer Mademoiselle (como la llamaban sus alumnos), una tiene la sensación de estar sentada, pongamos en un sillón de orejas, charlando tranquilamente junto a ella en su piso de París, en el 36 de la rue Ballu, por el que se calcula que pasaron más de 1.200 alumnos. Boulanger remueve la cucharilla de la taza de café y empieza por el principio de todo: su familia.
A su padre, el profesor y compositor de piano francés Ernest Boulanger lo describe como un hombre afable y buen amigo, pese a que este muere cuando ella tiene doce años. “Lo sigo viendo. (…) Si llevamos el pasado con nosotros, permanece e ilumina el presente. Si olvidamos, no nos queda nada, todo se desvanece”, dice al recordarlo. De su madre, la princesa rusa Raissa Myschetsky, destaca su inteligencia y severidad al exigirles frente a la vida, tanto a ella como a su hermana menor (la compositora Lili), “no ya un poco de curiosidad, sino toda la curiosidad posible”. (…) “Todo lo que sé hacer más o menos bien en la vida lo debo a su influencia”, afirma.
El flechazo con la música ocurre como un pequeño milagro cotidiano, que diría Virginia Woolf. El fuego se enciende un buen día que la pequeña Boulanger escucha pasar por la calle a los bomberos. Hasta ese momento no soporta la música y mucho menos el piano; instrumento al que tacha de monstruo. Sin embargo, el sonido de la sirena despierta en ella la necesidad de sacar esas notas. El anhelo por conocer la sienta ante las teclas. “Hay necesidades a las que uno debe obedecer”, apunta la francesa.
Aprende a leer música antes que cualquier otra. Admite que le cuesta leer más un periódico que una partitura. Alumna de Gabriel Fauré, rememora a su maestro como una figura que le “alumbró y orientó” al transmitirle un sentido de la dignidad y una visión modesta de la vida.
Desde muy joven, recibe diversos premios y compone numerosos conciertos. Aunque opta por conducir su carrera hacia la enseñanza y abandona la composición. Está convencida de que nunca será una compositora genial. “La música que he compuesto es una música inútil, ni siquiera mal hecha, ¡inútil!”, señala con dureza. Además de profesora, acompaña a destacados intérpretes y se convierte en la primera mujer en dirigir muchas de las principales orquestas sinfónicas de Europa y Estados Unidos.
Al hablar sobre su papel como profesora manifiesta que uno de sus cometidos es inspirar en sus alumnos la necesidad de descubrir y alimentar el asombro. “El enorme privilegio de enseñar consiste en incitar a quien se enseña a mirar abiertamente lo que piensa, a decir abiertamente lo que quiere y a oír claramente lo que oye”. Expone, asimismo, una interesante distinción entre la labor puramente técnica, la interpretativa y la creadora. Insiste en que hay que fomentar en el alumno “el respeto por uno mismo (no la vanidad) para dar importancia a quién es y a lo que hace”. Guiarlo al límite de aquello a lo que aspira. Comprenderle tal y cómo es, aun no estando de acuerdo. Hacerle entender que debe expresar lo que quiere y ayudarlo a buscar su propio lenguaje. “A mí solo me interesa cuando estás vivo. En ese momento intento vivir contigo y ayudarte a vivir tu propia vida”.
Encontramos, sentada en nuestro sillón de orejas imaginario, a una mujer carismática, cercana, exigente pero extraordinariamente sensible, a través de la cual conocemos detalles sobre sus alumnos y amigos. Sucede, por ejemplo, con Stravinski del que revela su tendencia a protegerse o del escritor y amigo Paul Valéry del que menciona no pocas máximas a lo largo de libro. Como aquella de que “nada bueno se hace sin pasión; nada excelente, solo con ella” y que resume el pensamiento y obra de Boulanger. El texto, que incluye fotografías, finaliza con testimonios de otros grandes de la música que la trataron y admiraron como Leonard Bernstein, Lennox Berkeley o Yehudi Menuhin, entre otros.
Bruno Monsaingeon, director de cine, escritor y violinista de formación, publica
por primera vez este libro en 1981, dos años después de la muerte de Nadia Boulanger. Con varias décadas de retraso, se edita ahora en castellano de la mano de Acantilado.
Madeimoselle está dirigido a todo aquel amante de la música y su historia en el siglo XX. Eso sí, desde una faceta distinta y quizá menos habitual: la de la enseñanza. Descubrimos de la mano de la maestra de maestros, lo que no se cuenta y late tras las cortinas de los escenarios.
Ana B. Martínez
Enero, 2019.
Ana B. Martínez
Enero, 2019.
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