Pornopatía

Últimamente se está extendiendo – no de manera desafortunada – el mensaje que sostiene la idea central de que el porno no es el problema.  Esta aseveración constituye una falaz interpretación del análisis radical en cuanto que intenta vaciar y corromper deliberadamente los postulados de la filosofía feminista. El argumento principal formula que, la raíz de la violencia sexual no se edifica a través la ficción de las películas pornográficas, sino que ésta tiene su origen en el corazón educacional que constriñe la libertad sexual y termina  desembocando en una mera representación visual que reproduce una supuesta realidad existente.

Bajo las garras del neoliberalismo las realidades son siempre subjetivas si no se analiza el mercado del deseo. La pornografía, como cualquier producto derivado de sociedades capitalistas, es construido en base a la alienación preponderante de la superestructura; es decir: la economía. El deseo, como cualquier esencia humana que aporte satisfacción o desesperación, puede ser moldeado y redirigido en base a los beneficios que de él se genere. El sexo genera dinero. Mucho.

Cuanto mayor sea la desigualdad económica, mayores posibilidades hay de que se tiranice las capas sociales más vulnerables a consecuencia de la precarización.

La institucionalización del deseo ha industrializado el placer sexual en beneficio de proxenetas y poderosos que aprovechan la extrema hipersexualización a la que se ha sometido a la humanidad a través de la cosificación especialmente femenina. El mega bazar sexual es un escenario en el que actúan unos pocos, asisten muchos, y participamos todos. Vivimos rodeados de imágenes, diálogos y alusiones con continuas referencias sexuales. Las redes sociales son un escaparate en el que constantemente se exponen cuerpos sexualizados cuya finalidad es el éxito y la popularidad. La música está plagada de mensajes y contenidos sexuales; la publicidad y los medios de comunicación, a través de sus programas, modelan un tipo de belleza cargada de una serie de características que las hace normativas y atractivas socialmente y que son impuestas. No deja de ser llamativo que, habiendo una estructura dominante, sean los consumidores de porno, la mayoría hombres, los que defienden el mercado sexual.

Esta tendencia arcaica acerca del sexo y su naturaleza aplicada a los comportamientos penecéntricos, violentos y disfuncionales, sirve como excusa legítima a los consumidores; de ella se extrae que, de la misma manera que una película belicista no desataría el comportamiento asesino de un grupo, el porno no se debería enjuiciar desde una óptica emuladora. Esta valoración es reduccionista ya que no tiene en cuenta componentes económicos, sociológicos, psicológicos y humanistas. Esta folie à plusieurs sexual – locura de muchos–, redunda en el comportamiento individual y se transmite al grupo operando así como una forma de control que es posible gracias a la fuerza de la respuesta regresiva y a la necesidad de abandonar la soledad tortuosa desde su naturaleza inherente. En esa naturaleza inherente aparece también la violencia . No es necesario a estas alturas explicar el componente violento que subyace de las estructuras altamente consumidoras y solipsistas. La acumulación de contenido erótico cargado de pornografía en la red es tan cuantiosa que ha originado el aumento de géneros y subgéneros. Los consumidores no encuentran límites que sacie sus deseos más ocultos y buscan prácticas cada vez más sádicas y extremas que alivien su creciente espíritu necrófilo. La necrofilia se opone a la biofilia y puede verse representada de muchas maneras a través del comportamiento humano.

Durante estos últimos años hemos podido presenciar y formar parte de la necrofilia mediática y social ante varios sucesos.  El caso de Julen, el pequeño que murió al caerse a un pozo; el de Marta del Castillo cuyo cuerpo nunca fue encontrado; el del niño Gabriel, asesinado y enterrado por la pareja de su padre, o todo lo que ha rodeado a la reciente muerte de Blanca Fernández Ochoa, no son más que síntomas de sociedades necróticas profundamente narcisistas que responden ante el morbo propio de su decadencia.  La pornografía estaba ahí presente también; lejos de ser un tabú, es un régimen normalizado cuya herramienta principal es la manipulación psicosexual.

Desde una visión foucaultiana es imposible no hacer una asociación entre sexo y poder, ya que, la sexualidad no son solo códigos biológicos, sino una construcción de diálogos  de poder; para Foucault el sexo, más que reprimido, está construido debido a las limitaciones emocionales atrapadas como un pez en una red y que, lejos de explotar en la intimidad,  lo hace en el lenguaje. El lenguaje lo es todo. O casi todo. En esa inscripción del lenguaje audiovisual, oral, escrito e ilustrado aparece el discurso de las representaciones sexuales. El lenguaje es poder.

Para los consumidores del porno y afines a la industria, la abolición del mercado sexual no sería la solución a los abusos sexuales porque la carga es desplazada al módulo educativo. Eric Fromm expone en  el ‘El corazón del hombre’ que la enseñanza, tal y como creían los renacentistas como la única solución, ejercerá influjo únicamente si cambian las condiciones esenciales sociales, económicas y políticas. Ese cambio pasa, entre otros, por el industrialismo burocrático en industrialismo humanista-socialista; el desarme universal y empleo de los recursos materiales existentes en tareas constructivas.

Para Fromm el desarme universal también es necesario por otra razón:

si un sector de la humanidad vive con el temor de ser destruido totalmente por otro bloque, y el resto vive con el temor de ser destruido por los dos bloques, ciertamente que no podrá disminuir el narcisismo de grupo》.

Hay un bloque – el de las mujeres – que está siendo violentado sistemáticamente por otros bloques más poderoso. Bajo estos mimbres difícilmente pueda, tan solo la educación,  evitar el gran problema. La burocratización del deseo en sociedades mecanizadas supone el nicho de mercado sexual más lucrativo de las sociedades postmodernas. Si la abolición del porno y la educación por separado no son la solución, entonces tampoco tiene sentido perpetuar la primera menoscabando la segunda.

Aliza Díaz

Sobre Aliza Díaz 11 artículos
Educadora social Presidenta de la Asociación Feminista FemNosotras

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