Pero en esto de ver anulados los planes
no estás solo amigo
los mejores proyectos del ratón y del hombre
se ven truncados a menudo,
y solo queda pena y dolor
en lugar de la felicidad que prometieran.
En A un ratón de campo al sacarle de su madriguera por un arado de Robert Burns
I
Los doctores dicen que mi corazón,
a pesar de haber sufrido una arritmia inoportuna
no está lo suficientemente herido, todavía,
para temer que pueda formar parte
de un cortejo fúnebre sombrío,
que me pudiera llevar derechito
hacía el aburrido seno de la nada
en Barcelona.
Pero al unísono aseguran,
que he de evitar emocionarme en demasía
cuando sienta la huella funeraria
que deja la tosquedad del galopeo
de algunas pezuñas
convertidas en atávicos videntes ,
cuando con arrogancia proclaman
lo que significa
defender la libertad, la democracia y el progreso
en estos tiempos de tumultos ordenados.
II
Arúspices con corbata y maletín,
elevados al panteón
de la sabiduría de la víscera,
gracias a la quiebra del cisco que les tizna,
piden en las sacrosantas catedrales
de la bolsa, las finanzas, las agencias de rating
y opinión,
que se trabaje con clara diligencia
para que los pobres y despojados del planeta
recuperen cuanto antes,
la esperanzadora tranquilidad
que representa rescatar del olvido
la rupestre fe del ajado carbonero.
Credulidad que consiste en deglutir,
aunque no las asimilen.
las renegridas verdades renovadas
que proclaman
los buitres de la entraña.
Estos untados adivinos del despojo,
se afanan en diseñar en las más rentables
Vías Sacras del planeta,
visibles catedrales de riqueza, poderío y sumisión
que inauguran con proclamas laudatorias
acerca de los valores sacrosantos
que representan estos mausoleos del teatro financiero,
que dan o quitan, a capricho,
el valor que tiene tu dinero,
al tiempo que evalúan la indecencia,
léase mierda,
que es capaz de albergar en sus letrinas
ese supremo redactor del Derecho Divino
que rubricó las negras sombras
a los que debemos bailar y rezar
los robados del planeta.
III
Y por eso pregunto a mis doctores,
¿a ver si la aceptación
para resolver los problemas
de este mundo y el mercado,
esta en intentar digerir sin rechistar
el oleoso aceite de ricino,
de paro, desamparo, desahucio,
enfermedad, hambre, incultura y muerte,
que me ofrecen, los especuladores
de corbata y maletín,
a modo de códice betabloqueante?
para controlar el ritmo
de este mi pobre y desbocado corazón
que sigue empeñado en dar la hora
con justeza y equidad,
aunque a veces con miedo y sin control
se alborote dentro de la agrietada hornacina
de mi pecho,
al escuchar acercarse los campanos
que preceden los berreos
de estos caudillos de la libertad
y el progreso, cuando dicen :
“ si queremos justificar
la lucha contra el hambre y la miseria,
las víctimas colaterales
nunca deben definirse
como crímenes de estado”?,
trastocando la frase
que antaño me enseñaron en el “cole”,
“El fin no justifica los medios”.
Para estos nuevos “Príncipes de los Ingenios”,
ese alegato representa la conclusión
de un bonito juego de artificio
cuyo razón solamente podremos dar por válida
cuando el mundo cambie con el tiempo.
Aunque fue Bob Dylan,
allá por el pasado siglo,
el que puso a la venta en el mercado
la conocida canción americana
que decía:
“Los tiempos están cambiando”.
IV
Así que amigos,
como ungido, a Dios gracias, ateo convencido
que comulgué por intolerante rebeldía vital e intelectual
con ese vaticinio,
ahora con mi salud un tanto ya maltrecha,
por los inelegantes vicios de la vida,
veo que he de aceptar resignarme
a tener que escuchar
las insufribles estrofas renovadas,
que los nuevos Mr. Dylans de turno me proponen :
“ para equilibrar las contradicciones
de este mundo,
los crímenes selectivos del estado,
siempre ayudan”.
Sin razón con la que trafican
los grandes editores de cuentos inmorales,
que cuando no se cumplen las bondades
que la entraña predecía,
para que no falle la profecía,
y actuando como supresores del pasado,
sedantes del presente,
y cantores del futuro
generan una nueva predicción
aún más miserable.
“No hay pasado, solo futuro y sin memoria”
Y si según aseguran mis doctores,
no es mi pobre corazón rebelde
el que está enfermo,
haz me saber tú,
cómplice lector enamorado
de los valores de estas “cantinfleantes” soflamas
que proclaman los demócratas cantores
de patrias de verdes valles,
impolutos ríos y montserratinas rocas mitológicas,
redactores históricos postmodernos de la nueva escuela seguidora
del Oráculo de Delfos:
¿Quién coño es el enfermo de este cuento?,
el amnésico reptil agradecido al que llamamos carbonero
que come pan con patatas o cañamones
según le manden ,
o el inútil verso suelto
que travestido de clarividente poeta
dedica con humilde rebeldía,
largo…, largo tiempo,
a cocinar con su pluma el mágico potingue
de una nueva narrativa cultural
que dice:
lo mejor para poder sobrevivir en estos tiempos
es dejar pasar…,pasar si puedes claro,
con calma y esperanza,
y siempre sonriendo,
el tiempo concedido,
pues como Bob Dylan decía
“los tiempos están cambiando”,
aunque en este Siglo de las Dudas
y andando sobre un suelo enfangado
y quebradizo,
donde antes veía solo luces de esperanza
ahora solo veo incertezas.
Enrique Ibáñez Villegas
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