Lo único que necesita el mal para triunfar
es que la gente buena no haga nada
Edmund Burker
Huyendo de la muerte
para eludir el impío relato
que les define como daño marginal,
cuya fosa sin epitafio deben aceptar,
millones de refugiados con ojos llorosos
y rostro cansado,
como indefensas gotas de agua
abandonadas a su suerte
en un país en llamas,
se acercan a Europa y otros países
pidiendo ayuda,
en este adolescente siglo XXI.
2
Zarandeados por el viento y saludados con un odio
que permea fronteras,
deambulan como improductivos peones de ajedrez
en busca de un lugar seguro
acompañados de los seres más queridos
con la dulce ilusión de llegar
a una Ítaca feliz,
sin miedo, sin violencia y sin guerras
ausente de lindes aduaneros y libre de controles,
en días inventados,
a través de unos mares mecidos por palomas
o ensoñando caminos luminosos
cuando las nubes grises
nos dejan vislumbrar los barbados destellos,
que a modo de cálida esperanza,
nos regala un lacrimoso sol.
3
Aturdidos y temerosos ,
como el silencio que deja paso a las palabras,
se pierden en los sueños
que se perdieron otros
para huir de la muerte
y así justificar su funesta desgracia,
aceptando la historia
que logró conciliar lo imposible,
realidad y deseo,
gracias al invento del fantasmal Yahveh.
4
Y es que desde que
una pequeña aristocracia
de los antiguos hebreos,
para dar sentido a sus valores y vida de penuria,
convirtieron en creencia religiosa
de inspiración divina,
la existencia de un mítico edén fovista
en el que Eva, nuestra madre original,
engañada por una libidinosa sierpe,
dio a morder el anzuelo en forma de manzana
a un príncipe inocente y hermoso,
nuestro padre Adán,
reservando se en la documentada crónica
el papel estelar de raza sagrada y escogida
por un Rey de Reyes y Señor de Señores
Dios Universal,
ese egocentrismo de raíz quimérica
siempre ha estado presente en los relatos
basados en la fe judeocristiana,
por la fascinación perenne
que sentimos los humanos
hacía las portentosas fantasías épico poéticas
de la escritura religiosa .
5
De ahí que cuando los fanático teólogos
del hampa de la guerra
gritan como rabadanes
la pintiparada liturgia
que antepone identidad a ideología,
¡Hoc est terra mea!,
mantra también conocido como
Primero los de casa o Amurallemos las fronteras,
alentando a sus adláteres a hacer inexpugnable
el pedazo de terruño en el que viven,
tengan que persuadirles
mediante toda una serie de estrafalarias escenificaciones
político religiosas,
acompañadas de toda una serie de aparatosidades verbales
que remite a la pureza de la raza ,
al militarismo y a la obediencia al hechicero Führer,
para urdir disparatadas entelequias,
por cuya belleza y blasonada inconsistencia
el intolerante Homo sapiens
siempre ha estado dispuesto incluso a dar su vida,
cavando trincheras o ejerciendo el pastoreo religioso.
Olvidando una humilde verdad
carente de arrogancia
que nos escupe a todos los humanos en la cara
cuando a plena luz del día
nos atrevemos a mirarnos
de frente en el espejo.
6
Siempre fuimos y seremos
una apátrida hermandad de refugiados
a la búsqueda de luz
luchando contra los nidales fortificados de serpientes,
como párvulos errantes en territorio hostil,
en este desnudo planeta llamado tierra,
casa de todos y propiedad de nadie.
Enrique Ibáñez Villegas
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