Tenía una vecina. Mi vecina estaba loca. Gritaba en sueños y subía a gritarme a mí, en albornoz y descalza. Una noche subió a llamarme la atención porque se me cayó una olla al suelo. Otra porque estaba ensayando en voz alta el texto de una conferencia y hablaba demasiado alto.
Una mañana salí de casa hacia la facultad y al volver encontré todas las luces encendidas. Llegué a convencerme de que había sido yo, sin darme cuenta. Yo había pulsado cada interruptor, en cada cuarto. Cocina, baño, dormitorio,salón, pasillo, desván de los libros. Claro, tenía toda la lógica. Un domingo por la tarde regresé de comer fuera y al meter la llave en la cerradura se me heló la sangre. Alguien, yo seguro que no, había dado dos vueltas. No me atreví ni a entrar. «Puedo estar aquí si quiero», parecía decir aquella doble vuelta de llave. Esa pirada podía revolver mis cajones, leer mis papeles, matar a mi perra. Entonces supe que debía mudarme. Llamé al cerrajero desde el rellano. Salí en busca de un piso alquiler esa misma tarde de domingo.
A día de hoy sigo preguntándome cómo la loca del cuarto tenía la llave de mi casa, si se la dio la anterior inquilina para que le regara las flores, si… A veces me imagino hasta dónde hubiera sido capaz de llegar esa mujer que parecía sacada de un telefilm de sobremesa.
El mundo inquietante de los vecinos era también uno de los temas favoritos de Shirley Jackson. En «La señora Spencer y los Oberon» aborda esa figura aparentemente benévola, ese buen samaritano que vive pared con pared, que nos hace favores y nos sonríe, pero que en ocasiones oculta su maldad en el interior de la tarta de limón que deja ante nuestra puerta. Yo escribí Ada Neuman para imaginar a la vecina pesadilla, la mujer perfecta, camaleónica, que le roba todo a la anodina señora Rodríguez. Es uno de los relatos de Manderley en venta y otros cuentos.
Pensad en vuestros vecinos. Si tembláis un poco, escribid su historia. O contádnosla a los demás aquí mismo.
Patricia Esteban Erlés
A mi me pasaba lo mismo y no me atrevía a comentarlo con nadie, hasta que un día se lo dije a la portera. Me miró preocupada y me dijo que hacía años que en cuarto no vivía nadie. Sin duda estaba conchabada.