Cuando era niña solíamos reírnos de cosas que hoy se consideran intolerables y que entonces lo eran aunque muchos, muchas, y aquí me incluyo, no tuviésemos ni idea. Por ejemplo, nos reíamos de dos personajes del Un, dos, tres…, la Bombi y la Loli. Eran dos prostitutas. La primera respondía a ese mote por su imponente delantera y era interpretada por Fedra Lorente. La Bombi soltaba comentarios ingenuos acerca de situaciones que no entendía, abría mucho los ojos y preguntaba ¿Por qué será? cada dos por tres. Nos reíamos, qué horror retroactivo, porque era tetuda y muy inocente, solo ella no alcanzaba a comprender aquello que a todos los demás, los normales, pillábamos al vuelo. A la Loli la interpretaba Beatriz Carvajal y además de puta era tartamuda. Cuántas risas a cuenta de dos personajes que rebajaban a la mujer. Cuántas veces en el cole las imitamos sin ser conscientes de aquella bomba que neutralizaba la capacidad de crítica, que nos llevaba a pensar que éramos muy modernos y muy listos y muy libres porque ya podíamos reírnos de todo, en lugar de comprender que seguíamos hundidos en una caverna ideológica y que nos divertía la discriminación de seres humanos y colectivos marginales. No nos reíamos con lo que representaban esas dos mujeres, nos reíamos de ellas, igual que del maricón o el tartaja o el pueblerino o la mujer apaleada por su marido de otros humoristas. Admiro mucho lo que Ibáñez Serrador hizo en la tele, su programa de cine de terror, sus series. Creo que es una pena que no se valorara más su potencial, su genio creativo, su forma de entender el espectáculo televisivo. Pero aprovechó quizás sin saberlo o sabiéndolo la simpleza de una sociedad que se reía de la desdicha ajena porque no era capaz de entender de qué se reía y la gravedad de algunas carcajadas. El hecho de que los niños de entonces no viéramos que aquello no tenía pizca de gracia no nos exime ya. Hemos crecido. Hemos sido informados. Sabemos cuántas mujeres padecen por culpa de ese negocio infinito al que parece que nunca le faltan hienas, los puteros. No es divertido que haya adolescentes bien alimentados, nacidos en democracia, con acceso a todo lo que sucede en su mundo, con derecho a una educación gratuita garantizada, que al final de la noche de juerga del sábado junten diez euros y sorteen quién se tira a una puta de las baratas de la calle Desengaño como si fuera un chiste que sirviera de broche final del desbarre . No es admisible que sigamos aceptando como natural un comercio de seres humanos que mueve millones, que hace que chicas jovencísimas sean extirpadas de sus países y arrastradas hasta aquí con amenazas o promesas, no podemos mirar a otro lado cuando aparece otro cuerpo de mujer abandonado en el campo, porque no ha aguantado otra jornada de explotación y es más dejarla morir que llevarla a un hospital. No somos un país normal si cuarenta años después no hemos superado el retraso mental que convertía en divertido lo triste, lo espantoso.
Patricia Esteban Erlés
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