Reconozco que tenía cierta prevención ante esta película. Detecté hace tiempo, dos bandos debidamente definidos, los que la adoraban sin fisuras y los que la consideraban un mojón de considerables dimensiones. Con ese bagaje, un domingo por la noche, después de cinco horas ante el ordenador me dispuse con pocas ganas (confieso) a ver la película de la que todas hablan. Como continuación del trabajo, si les soy sincera, y sin más interés que inspeccionar el fenómeno en que se está convirtiendo esta cinta .
Ni soy cinéfila ni experta en cine. Antes que nada vaya como disculpa ante las personas que perciban lo lega que ando por el tema. Las primeras imágenes de las baldosas bandeadas con agua jabonosa me auguraban lentitud y un tono de peli vieja que nada bueno auguraba. Al poco comienzan a surgir las idas y venidas de esas dos almas que componen el servicio doméstico de una casa un tanto irregular y los rostros impertérritos de ambas mujeres me van captando la atención. Fueron las escenas de esa llegada sugerida en plano corto, sugerente, de unas manos, un coche descomunal, un cenicero lleno, unas manos que fuman y voltean el volante con decisión, las que me atraparon al momento. Pocas veces se dice tanto con tan poco. Es cine, me dije. Cine del que apenas abunda, porque lo que nos llega a las salas o a las pantallas caseras son imágenes claras, masticadas y pensadas para que entren por nuestros ojos y sean digeridas sin más. Roma es todo lo contrario. Fija escenas que definen lo que se pretende decir con la sencillez del arte cinematográfico sugerido para que seamos las espectadoras las que hagamos nuestra propia película.
Las escenas del coche definen mejor que horas de metraje de qué va la peli. Luego las sombras chinescas de unas mujeres que siendo de diversa extracción, culturas y mundo tienen en común muchas cosas. Ese grito de la señora de la casa llegando borracha y diciendo con lengua de trapo: ¡Estamos solas, Cleo… las mujeres siempre estamos solas! Es de las escenas más potentes de este arte maravilloso llamado cine.
La imagen estática de Yalitza Aparicio levita por toda la cinta, y nos cuenta más esa mirada plácida y resignada, esa boca hierática y comedida que mil gestos grandilocuentes de las grandes actrices consagradas. En la Roma de Cuarón todo respira verdad, sugiere drama sin parecerlo haciendo que la historia se clave en el alma como aquellas viejas cintas del neorrealismo italiano grabadas a pie de calle con gente común sobre historias comunes.
En conclusión se trata de cine, cine de verdad. Vean Roma, aunque estén cansadas, aunque les digan que no. Vean Roma y déjense impregnar de la emoción de contemplar arte puro. Cine puro, sin alharacas y cascabeleos, puro cine del mejor.
A esta altura de la crítica ya saben ustedes en qué fila me alineo, en la total y rendida admiración ante Roma.
María Toca
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