Uno nunca sabe cuándo va a venir la parca a buscarle, cuándo le va a hacer un guiño desde el quicio de una puerta, desde la acera de enfrente, tal vez desde el cristal trasero del coche tras el que vas, puede que desde el sueño natural o inducido a causa de alguna enfermedad que te lleva a verla con su dedo índice pidiéndote que la sigas, que ya llegó el final del cuento y comienza el del siguiente, la vuelta a empezar de la materia que somos.
Acabo de ver un documental precioso sobre el nacimiento y primeros años de vida de un niño con Síndrome de Down y seguro, lo hubiera visto con otros ojos, si no hubiera estado todo el tiempo observando a ese padre, que en breve y sin saberlo iba a abandonar este mundo y a ese hijo y su pareja, siguiendo escrupulosamente las reglas de este juego llamado vida que nos ha tocado vivir.
Es por eso que ahora, tumbada en la cama para una supuesta siesta de domingo, no me entra el sueño, porque no dejo de pensar en la enorme, grandísima, titánica importancia del aquí y el ahora.
Del enorme, grandísimo, titánico regalo que es disfrutar hoy, ahora, en este mismísimo segundo, de salud y conciencia para disfrutar como se merece cada sonrisa, cada cielo azul de primavera, cada piar, cada ducha cantando desafinada mientras bailas ridículamente para que te observe con la cabeza ladeada tu perra bichón de dos añetes.
De la enorme, grandísima, titánica importancia de hacerle una peineta a la nostalgia del pasado y un tupido velo a ese futuro que todavía no existe, ni sabes si va a existir.
El padre de Jan, la pareja de Mónica, el hijo de aquel padre que se fue también demasiado pronto, cuentan que se despidió de los suyos con una sonrisa y una paz admirable.
Tuvo cinco años del final de su vida para aceptar cogerle la mano a esa parca que, más pronto o más tarde a todos nos vendrá a buscar.
Disfrutar del presente chicos, hoy y siempre.
Imagen: Mauricio Zamora
Valenia Gil
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