Suicidio

El suicidio, además de una tragedia personal casi siempre silenciosa e inevitable, es un gran tema literario. Muchos escritores los han practicado activamente, o han ensayado la forma más adecuada de quitarse de en medio, con más o menos éxito. Morir como si lo hubiéramos escrito, podría titularse un libro que hablara de ello.
En él debería aparecer, sin duda, Tennessee Williams. No se imaginaba la vida tras la muerte de su pareja y pensó en un suicidio reduplicado, como las enes y las es de su nombre. Se emborracharía primero, para armarse de valor, para que la muerte pareciera desde la niebla etílica un sueño, una fiesta más. Y bebió, bebió mucho. La segunda fase de su muerte consistiría en atracarse de barbitúricos. Ebrio perdido se zamparía el bote completo de pastillas.
Al día siguiente encontraron su cadáver. Pero algo salió mal. Se asfixió con el tapón del frasco, al intentar abrirlo con la boca.
«Así no, así no», es posible que pensara, aturdido por la ingesta de whisky, el pavor y la conciencia de que aquel final no resultaba oportuno ni elegante.
Virginia Woolf se tiró por una ventana a los veintitrés. Arrastraba un fuerte desequilibrio por el abuso sexual del que fue víctima de niña, a manos de sus dos hermanastros. Evitaba los espejos, pensaba que los pájaros cantaban en griego y saltó. Quiso un bondadoso autor que sobreviviera, para dejarnos tantas líneas extrañas e inolvidables. Yo le agradezco especialmente las de Orlando. Pero más adelante, cuando supo que su nombre figuraba junto al de su marido en la lista negra de intelectuales que Hitler quería barrer del mapa, planearon juntos su suicidio. Sería en el garaje de su casa, se encerrarían en el coche, lo pondrían en marcha, bajarían las ventanillas y esperarían, antes de ser atrapados por los nazis. No fue necesaria entonces la muerte de Virginia, que en aquel plan pareció anticipar el suicidio dual de Hitler y Eva Braun. Ellos tampoco querían ser prisioneros al término de la guerra que habían perdido.
La autora no olvidó, sin embargo, la idea de la solución final. Simplemente la aplazó una temporada y acabó por consumar su suicidio al tercer intento, ahogándose en un rio, como las damas del XIX.
Patricia Esteban Erlés

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