Talley en Filmin

Van a quitarlo de Filmin y os lo recomiendo encarecidamente.
«El evangelio según André Leon Talley» es un documental sobre un tipo colosal, no solo por su envergadura. Talley era un hombre negro y gay de dos metros, con una voz atronadora, que escapó del sur más profundo de los Estados Unidos y se refugió desde niño en los ejemplares de Vogue que llegaban a la biblioteca de Durham. Allí, el chiquillo altísimo y afeminado que se crio con su adorada abuela y aprendió a encontrar el estilo a la salida de misa, en los sombreros de las mujeres negras que iban a la iglesia, descubrió un mundo paralelo, una burbuja acogedora, en la que el sueño era realidad y la belleza olía a página nueva, a tinta fresca. Talley se enamoró de las modelos, de la fantasía, de ese universo paralelo que le interesaba mucho más que el entorno de segregación, que los noticiarios que mostraban a policías pegando a mujeres o soltando a los perros para que atacaran a los afroamericanos que reclamaban un trato digno. Talley cuenta que en la sombrerería favorita de su abuela la obligaban a ponerse un velo sobre el pelo antes de probarse uno de sus tocados, como si fuera a ensuciarlos. Y de esa conciencia de que era un apestado surge en parte el personaje que inventó, capa a capa. Aprendió francés porque era el idioma del estilo, descubrió las tiendas de segunda mano gracias a una canción de Barbra Streisand y se apasionó por las capas cuando encontró una, regia y abandonada a su suerte, al módico precio de cinco centavos. Y así, como un príncipe africano de metro noventa y ocho envuelto en una capa que parecía recién extirpada de una novela de Tolstoi, Talley consiguió una beca para Brown y aprendió cuanto pudo del arte y la libertad.
La vida de este hombre es fascinante. Se convirtió en el ayudante de la temida señora Vreeland, que descubrió su talento cuando lo vio colocar en un maniquí el endiablado traje de tiras de metal y cuentas que Lana Turner había lucido en una película. Talley le fue fiel hasta el final de sus días, aprendió sus gestos dramáticos, su visión operística de la realidad, y acudió a leerle el periódico cada día que duró su enfermedad. El mundo no tenía techo para alguien tan alto, tan capaz de soñar sin remedio, de mirarlo todo con asombro y encontrar en las plumas de Ives Saint Laurent ecos de las que adornaban el tocado ritual de un guerrero africano. Lo adoraban las modelos, lo adoraba la terrible Anne Wintour, que admite sin que se le mueva un mechón del flequillo perfecto que él sabía mucho más de moda que ella. Ideó reportajes fantásticos, con una fuerte carga política, como aquel en que da la vuelta al mundo de «Lo que el viento se llevó» y transforma a Naomi Campbell en Escarlata, y a hombres blancos del mundo de la moda, como Blahnik o Galliano, en sus criados.


Era el Capote de Vogue, en sus editoriales brillaba la agudeza, el avistamiento de todas las claves que oculta un color, un tejido. Su evocación del velo como prenda llegada de otro tiempo, de Sissi, Jacqueline Kennedy o el cine de Visconti, es para enmarcar. Lo mismo que cuando trae de vuelta el fabuloso desfile de Marc Jacobs en el que aparecía una vieja locomotora en la pasarela, como un tren entrevisto en sueños.

Me quedo con una de sus frases, que sirve para resumir lo que siempre he pensado: el lujo está en la mente. Uno no necesita rodearse de muebles de época, de objetos exclusivo para convertir el mundo en puro lujo. El lujo emana de lo que somos, de cómo miramos o transformamos nuestro entorno para hacerlo más bello, no más caro. Talley entendía la moda como el arte práctico, como una amalgama de referencias literarias, fotográficas, pictóricas, cinematográficas, que nos permite soñar con los ojos abiertos cada vez que elegimos una prenda. Desde niña disfruto del simple hecho de escoger lo que voy a ponerme. Nunca dejo de fantasear al sacar un vestido del armario. Le busco un pasado, unos ancestros al color, el corte, la caída de la tela. Tengo un vestido Star Trek, uno llamado Las cortinas de Escarlata O’Hara, otro Velocidad de los jardines. Y un abrigo de zarina exiliada. Me chifla relacionar lo que me pongo con libros, personajes, películas. Me hace mucho más feliz ir deslizándome de este mundo, tan pequeño, a otros, gracias al simple gesto de vestirme cada mañana.
Maravilloso.

Patricia Esteban Erlés

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