Hay un lugar perdido en los Valles Pasiegos, a pocos kilómetros de Puente Viesgo, una aldeíta recogida entre montañas suaves y a la vera del Pas que desde hace veinte años acogió con los brazos abiertos a una pareja de exiliados de la cultura. Tuvieron que marchar de su piso en la ciudad cuando el peso de una biblioteca que los devoraba amenazaba ruina del edificio entero. Comenzó, entonces, el periplo de vida de José Ramón Saiz Viadero y Vera Fernández de la Reguera en esta aldea que han convertido, con la complicidad de vecinos y amigas, en un ágora de cultura y diatribas pacíficas. Villa Agustina, se llama el hogar de la pareja y a ella acudimos cuatro o más veces al año en procesión hermanada para reunirnos, comer, charlar, contarnos cuitas y crecer. Crecer mucho, porque a la vuelta, me siento germinada por dentro. Del contacto y la escucha del sabio de Penilla y del contrabando de ideas con las hermanas. Todas letraheridas de alguna manera, o arteheridas. Cada reunión depara sorpresas. Siempre hay alguien que llega por primera vez, desconocida que renueva intereses y aporta experiencias.
La última vez, en medio de contubernios y encierros pandémicos, se nos unió una especie de hada, de cabellos blancos, mirada dulce y caminar sereno. Violeta Valdor. Hablamos lo justo para espolear mi interés –que no es que las demás no lo tengan, pero la historia de Violeta es controvertida y quizá nos muestra mejor que otras los vaivenes de nuestra historia reciente-
Decidida a escuchar su historia después de varias coincidencias felices en charlas bajo la égida común de nuestro “Patrone” Ramón, hoy tomo la iniciativa intentando en párrafo escueto resumir una vida que da para mucho. Para película o serie larga, se lo aseguro.
Violeta nació en Cantabria, hija de familia creyente, con preocupaciones sociales inherentes a ese cristianismo de mitad de siglo XX, nacido al calor del Vaticano II y del soplo de aire fresco que supuso Juan XXIII. Desde los lejanos tiempos de la postguerra la familia Valdor se vio sacudida por la lucha, el exilio y el dolor de la separación. Se dice que de casta viene…Quizá se cumpla en el caso de Violeta L.Valdor. Sobrina de un cura progresista, José María, que luchó en los años sesenta, setenta y ochenta por mejorar a su gente enfrentándose a los poderes fácticos que eran muchos y confabulados .
La madre murió cuando la pequeña solo contaba ocho años. La muerte siempre marca, y más de una madre que es una falta que nunca se suple ni se olvida, nos dice Violeta.
Siente desde siempre el veneno del arte recorriendo sus venas. No hay posibilidad económica de estudiar Bellas Artes porque hay que salir de Cantabria. Opta por hacer Turismo, carrera que acaba de empezar su andadura impelida por los adalides del régimen que habían descubierto la mina que suponían las costas mediterráneas como polo de atracción de turismo europeo. Las viejas fronteras y la carcunda hispana de entonces necesita divisas y las escuelas de Turismo siembran la geografía hispana formando a las futuras guías turísticas , gerentes de hotel y demás personal que hará del nuevo Eldorado su patrón. Al acabar la carrera, Violeta, decide saltar a Francia para estudiar arte y cincelar su estilo. Luego Inglaterra, como parte de su formación… Trabaja en lo que sale, cuidando niños, sirviendo en casa de ricos…y mientras se forma como artista.
Torna a España en tiempos convulsos. La dictadura está herida de muerte, como tal lanza zarpazos ciegos a diestra y siniestra. La izquierda universitaria y laboral ya no está quieta, miles de jóvenes se disponen a salir del largo encierro de silencio miedoso que impuso una victoria fascista a un país que ha cambiado el vestido pero no el alma. A Violeta le saltan las alarmas sociales impelida por la educación recibida y por el influjo de un tipo que conoce a los 17 años en el Ateneo de Santander y hace de la ética social y política bandera, José Ramón Saiz Viadero; decide dar el salto hacia la militancia activa. La militancia política la conducen a Madrid y a Valencia, luego al exilio y torna de nuevo a Barcelona viviendo un periodo en clandestinidad.
Vive en Cataluña haciendo suya una tierra que la acoge como a tantos. Durante años, quizá demasiados, sigue en la clandestinidad, la lucha diaria contra las fuerzas del orden que en forma de sombras grises, de lecheras, de botes de humo, de porrazos, de detenciones sin rigor ni derechos, atenazan a tantos jóvenes hoy silenciados. Violeta sonríe cuando le pido que qué me cuente… Noto que no le gusta el tema, que prefiere obviarlo.
Dicen que la democracia la trajo el Campechano y un tal Adolfo Suárez. Se lo recuerdo y sonríe con esa dulzura exenta de rabia que ha trabajado tanto como su arte, porque ella conoce bien las mazmorras de Vía Layetana, las carreras, el miedo, el abandono del hogar precario y de los amigos para salir corriendo. Y conoce el exilio. Sí, Violeta se tiene que exiliar por su lucha democrática hasta que el sátrapa aburrido de vivir y matar muere después de una larga agonía un 20 de Noviembre de 1975. Violeta sabe lo que costó torcer el pulso de la autarquía, lo que supuso que una generación abandonara su vida normal para luchar por la democracia. Prefiere callar y seguir su camino mientras los laureles se los colocan los que siempre estuvieron a salvo navegando por las aguas de la tiranía.
Ha sido demasiado tiempo dedicado a la lucha, tanto que hoy se le nubla el recuerdo. Quizá porque las vivencias fueron dolorosas sin la aureola que solemos rodear a la pelea por la libertad. No, no hay fiesta ni regocijo en vivir con lo mínimo, en no poder confiar en nadie porque en cualquiera se esconde un traidor, en correr de noche, buscar refugio cuando no lo hay, renunciando a una vida de amigos, tabernas, risas, familia. Por la libertad. Hoy, Violeta me pide que no hable mucho de ello, porque lo que en otro país sería motivo de honores, en el nuestro sigue siendo causa de sospecha y malas miradas. Callamos entonces.
Durante esos años Violeta aparcó en gran medida su arte. Tuvo una niña: “desde siempre tuve claro que quería ser artista y tener una familia”, dice. A la vuelta del exilio retorna a Barcelona ciudad que ama y siente suya. Convirtió a la ciudad Condal en su casa, amó a la cultura catalana tanto como fue correspondida. Habla catalán perfectamente, como siempre se hizo en su casa, en un bilingüismo normalizado y sentido . Se siente catalana y cántabra en una simbiosis perfecta. O artista, solo artista y habitante de un mundo singular.
Violeta ha hecho tantas cosas que es imposible resumir su obra. Una obra sutil como ella. Cuerpos delineados que son meros susurros sugeridos y sugerentes de sensaciones. La anatomía de la mujer como eje principal de una obra amplia y llena de sutileza. Las formas curvas de vientres capaces de dar vida, plenos de exuberancia vital en unos embarazos llenos de luz y sutileza. Cuerpos masculinos sugerentes en donde el sexo es señal de arte. Pequeños escorzos de vida que firma al vuelo, joyas, bisutería artística, piedras labradas, pequeñas obras de arte que lanzan destellos de armonía visual a quien las contempla. Se empapa de culturas, que son transformadas en arte por sus manos.
Su hija le hace abuela y Violeta, se apresta a vivir ese tramo de vida con la calma de lo bien vivido. Pintar en el estudio que ha conformado en su casa de Barcelona, cuidar y disfrutar de su nieto, pasear por esa ciudad que ama y que la ama, respirar el aire mediterráneo inspirador de mezclas cromáticas y artísticas. Es feliz cumpliendo los sueños concebidos desde niña después de la lucha, del encono de una vida dura.
Hubiera sido así hasta el fin. Hubiera sido así de no cruzarse una multinacional buitre, de esas que han ido apoderándose de las casas céntricas, del núcleo de toda ciudad hermosa para poseerlo, desarraigarlo, prostituirlo y volverlo uniforme. Como demanda el nuevo turismo. Turismo de borrachera, de fiesta salvaje en donde da igual el lugar porque los restaurantes son franquicias similares a todas las demás del mundo, donde se viste igual, se piensa igual y se embrutecen igual. El fondo buitre que tocó a la puerta de Violeta y la desposeyó de un hogar que creía blindado por un contrato serio era de esos. De los fuertes que no se arredran por la vida de seres humanos. Es lo que tienen las grandes empresas: buenos asesores, esbirros ciegos que trabajan para infiltrarse entre las fisuras de la ley y torcerla a su antojo. Ella pagaba un alquiler actualizado, se sentía segura porque era su hogar…Pero no. Encontraron la forma de arrebatarle lo que era suyo.
La avisan del desahucio inminente. Decide luchar como sabe, como siempre hizo. Atrincherarse en el hogar y pelear contra el Goliat del ladrillo, cuyo nombre (apuntado queda en el empedrado del infierno) es Taurus Real State. A la vez muere su hermano y un cuñado que era otro hermano para ella. Violeta se desfonda. No tiene más fuerzas que las apuradas en todo su tiempo. Se entrega. Empaca la vida, deshace el estudio, recoge su caballete, las obras empezadas, los tubos, pinceles y todo lo demás y sale de la casa, también de esa ciudad que es la suya, mascando una derrota que no merece. Derrota que no lo es tanto porque torna la Violeta combativa y tenaz en forma de militancia en el Sindicat de Llogateres.
Torna a Santander, donde se refugia en casa amiga guardando los enseres en un almacén mientras espera mejores tiempos. Hoy vive en la encrucijada de volver a la añorada Barcelona, quedarse en Santander o marchar a algún pueblecito que, de acogerla con ganas, pensamos en que lo convertirá en otro ágora como el de Penilla.
Mientras tanto se rodea del amor de sus amigos/as, sobre manera de Vera y Ramón y las que la hemos conocido. La nostalgia la invade ahogándola a veces . “Quiero ver crecer a mi nieto, le añoro tanto…” me dice. Y espera con ansia poder desatar los pinceles para que vuelen sobre el lienzo de nuevo.
Violeta L. Valdor una artista completa. Una mujer en lucha permanente.
María Toca Cañedo©
https://www.lapajareramagazine.com/de-mi-memoria-ya-evanescente-xvii-la-experiencia-circular-de
http://embarazoartebcn.blogspot.com/
http://valdorvioleta.blogspot.com/
Gracias por tus escritos. Me encantan.
conosco de cerca la maravilla del trabajo de Violeta y su cohente caminar con el arte, en el cuidado de la familia y amigos y en su lucha por los directos humanos. Enhorabuena por compartir su experencia y a Maria Toca por la forma de hacerlo.
Me consta que Violeta está emocionada…Y se merece estas emociones por ser como es. Un abrazo Inez, le transmito tus palabras que te agradezco en su nombre y en el mío.
Siendo yo un niño de unos 12 años, trabajando para el Colegio San Agustín , sito en la C/Alcazar de Toledo de Santander. Conocí a un adulto de apellido Valdor o Fernández Valdor, exalumno de este Colegio y miembro de la Asociación de Antiguos Alumnos. Allí tenían un pequeño bar y tambien jugaban a los Bolos montañeses. No se si sería pariente de Violeta, o quizá no era Valdor con v, y era Baldor con b. Mi memoria de niño es mas evanescente que la de Ramón S. Viadero.- Saludos.
Espero que pronto podamos reunirnos (con todas las cautelas debidas al momento) un ratín las personas que nos hemos conocido gracias a Ramón. ¡Qué enorme privilegio teneros como amigos, Jesús! porque sois muy especiales. Y Violeta es más.