Vivir para contarme

El agua sigue siendo sinfonía que nos compone la tarde. Sentimos, como de lejos, el chapoteo que hace al caer en el suelo del balcón y el gorjeo que somete a la cristalera, mientras, las gotas, raudas, se deslizan en suave bajada hacia el suelo. Dentro nos sentimos seguros, amparados en este pequeño remanso que hemos formado a base de luz tenue, velas encendidas que nos amparan del frío exterior, porque no hay calefacción, ni falta que hace. La suplimos con una raída manta y un sofá que amenaza desvencijarse bajo el peso de nuestros cuerpos desvaídos por el ímpetu que poco antes nos ha debatido.  Nos caldeamos con el  peso de las miradas cuando los ojos se chocan, como sin querer, porque tú miras lejos, por encima de mí, que reposo sobre tu vientre; me acoge como lecho seguro, como antes el mío acogió tu embestida.

Hemos hecho el amor varias veces, tantas como nos ahogó la palabra. No hemos mirado el reloj ni una sola vez, no hay conciencia del paso del tiempo cuando se está en contacto con las nubes. La lluvia ha troquelado los objetos en plomo;  tras las ventana se intuye la anochecida que llega paso a paso, hasta inundarnos de penumbra.

Los cuerpos se reconocen, primero, con el sonámbulo deseo de lo nuevo, de descubrir lo desconocido, luego ya con la calma que da andar caminos descubiertos, recorrer sendas que hace poco se anduvieron y vuelven a sonar los clarines de ese deseo ciego que ampara la soledad de dos náufragos que convergieron en un momento, en un lugar del mundo inabarcable. Solos. Con una música tenue de fondo que apenas amortigua el suspiro de unos labios que rezan el sahumerio del placer. Con tu voz contando la vida que me antecedió.

Me la regalas. Cada palabra es un don que me haces y yo recojo con la fascinación de asistir a una obra de teatro que se desarrolla ante mis ojos. Nada más dulce que esas horas pasadas cuando los cuerpos se construyen a si mismos y las mentes se comunican con miles, millones de palabras. Inabarcables palabras que brotan de tus labios y van, en tropel desordenado, llegando a mi mente. La horadan, la sucumben. Me doy cuenta, escuchándote que el resto de mi vida será subsidiaria de estas horas que estoy pasando ahora. O no. Quizá no siento la permeabilidad del suceso, casi milagro, que consiste en que se encuentren dos almas vestidas con el desamparo que da la soledad mientras navegan por mares profundos, con el alma al aire y una bandera pirata como bastión y suerte.  Yo, con hambre de saber. Tú,  con un estómago tan lleno de vivencias, que para poder seguir viviendo tienes que soltarlas. Y me las regalas no se bien si por necesidad o por pura y simple generosidad.

 

Me regalas las historias de la ría, de los tiempos en que vivir era nacer cada día. Cuando llegaba la amanecida y  te palpabas el cuerpo con las manos turbias de descargar las sacas  comprobando que estabas vivo, que remoloneaba el corazón dentro del pecho pero  seguía latiendo con el ritmo paulatino de la vida . Que el mundo no se ha parado mientras volabais desde alta mar con las turbias planeadoras por encima de las olas. Mirabas a lo lejos, comprobando que  la gente se desperezaba mientras tú recogías la mercancía a pie de playa y emprendías el camino de casa. O de algún chiscón que llamabas hogar por llamarlo de alguna manera. Contento porque seguías vivo. Alegre porque llevabas en un bolsón lo que te haría feliz por unas horas y llenaría tu bolsa de dinero  mientras  salías al puerto,  justo cuando se encendía la luminaria que despierta al pueblo.

Agarrado a mis senos, como el naufrago que eres, hablas y hablas, como si nunca lo hubieras hecho. Quizá es que nunca contaste…Y ante mi curiosidad te desprendes, como de un viejo caparazón, de aquella historia que pesa como losa de mármol. Y la sueltas con la prontitud de un rezagado de la vida. Mientras a mí se me siembra la mente con las imágenes que cuentas; con el desafío de apretar el paso cada madrugada para jugarse de forma coyuntural y frívola, una vida tan joven que casi no te pertenece.

Mientras la lluvia sigue golpeando los cristales del viejo balcón que parece charco infame de agua turbia. Tú y yo adentro, como en el útero salvador que durante las horas que vivimos nos sentimos a salvo de la nada. Más tarde,recordaré esos días como la balsa de felicidad que salvará la vida. Como el instante perpetuo donde se vuelve cuando la realidad se hace torva y oscura. Esa tarde lluviosa, cuando el cielo se aplomaba y el vendaval azoraba la arboleda cercana, sentimos que dentro de aquel minúsculo hogar, se tocaba el cielo con las manos. Tú, contabas. Yo escuchaba. Ahora que lo pienso, conformaste en aquellas jornadas de poca luz, amor ardiente y mucha palabra, lo que luego hizo argamasa de una obra que te es subsidiaria. Que te debo, como los momentos vividos y la dulce experiencia que llaman felicidad . Quizá esa fuera la misión de tu vida, o al menos del encuentro fortuito que forjamos en una estación sin nombre. Vivir para contarme

 

María Toca

Sobre Maria Toca 1675 artículos
Escritora. Diplomada en Nutrición Humana por la Universidad de Cádiz. Diplomada en Medicina Tradicional China por el Real Centro Universitario María Cristina. Coordinadora de #LaPajarera. Articulista. Poeta

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