
A veces necesitamos deshacer el zoom y cual dron asemejando el vuelo de las libélulas, volar todo lo alto que podamos, sobre nuestras propias vivencias.
Es así, tomando la distancia necesaria y observando el tapiz que se nos muestra desde tan alto, lejos o hacia fuera, como conseguimos entender el conjunto de lo que quiera que estemos viviendo.
Para comprender mi propio camino, a menudo me hacen falta un montón de escritos y reflexiones que me llevan a un diálogo concienzudo conmigo misma.
Unas veces me permito el cabreo, otras la duda, en otras ocasiones lanzo hipótesis cual aprendiz de ciencia y sean como sean las palabras que utilizo, con todas me leo y releo para comprenderme.
Con las de cabreo, cuando me escucho detenidamente alcanzo a desenvainar cual guisante, haba o algarroba, aquello que en realidad no viene de fuera, desentrañando el hecho de buscar en los demás el origen de las fallas que habitan en mi.
Con las de la duda, me pregunto como si fuera un agente de la UCO, tratando de hacerme caer en renuncios o errores de planteamiento para acabar soltándome un “¿ves? ¡te pillé!”.
En otras ocasiones me voy inventando hipotéticas situaciones que expliquen aquellas cosas que me están preocupando. Identifico los elementos, cuál ingredientes de un plato que se me haya podido indigestar y tiro de los hilos hasta encontrar la coherencia que me lleve a entender mis porqués.
Llevo días escribiendo en trozos inconexos de papel digital. Lienzos en blanco que voy aprovechando de un email, un informe de trabajo, el bloc de notas de mi móvil o cualquier soporte que me lleve a garabatear mis preguntas e inquietudes.
Cierro la noche con una nueva conversación conmigo misma.
Ahora me toca releer para entender.
Valenia Gil.
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