Hombres que sin conocerte de nada te minorizan con un «peque», «cari», «mari», «lindura», «niña».
Hombres que al pasar por tu lado te cogen la cintura, te tocan la espalda o alguna parte de tu cuerpo invasivamente, sin haber tenido contacto previo y sin mayores miramientos.
Hombres que no negocian el uso del preservativo bajo ningún concepto e imponen su ley coital porque «están capados» y no va a pasar nada.
Hombres que te explican tu trabajo, cómo hacerlo o en qué consiste.
Hombres que cuando manifiestas que eres feminista te cuentan qué es ser feminista y qué clase de feminista hay que ser.
También ofrecen su «notallmen» correspondiente y narran su legítimo sufrimiento vital, confundiéndolo con la opresión de género.
Hombres que cuando te expresas poniendo límites te responden agriamente y se sienten obligados a «bajarte los humos» o a calificarte de paranoica, de loca o de ser poco respetuosa con su gran «sensibilidad».
Hombres que mienten por sistema y entrelazan confusamente las verdades con los ocultamientos y cuando lo descubres apelan, en una luz de gas poética, a su falta de memoria episódica y sus «no me acuerdo de eso».
Hombres que imponen sus prácticas eróticas devaluadoras, dolorosas, objetivizantes sin una pregunta mínima de oye, ¿a ti qué te parece esto?
Y gritamos, rabiamos, exponemos y nos hacemos responsables de no haber podido huir antes.
Pero sobre todo contamos.
Entonces ya no eres bonita sino un monstruo, ya no eres niña sino una pureta amargada, ya no eres mari sino «esa tía» y ya no eres peque o cari sino una loca.
Para las mujeres, en este sistema social nuestro, es bastante difícil
y complejo manejarse en los espacios intermedios de la existencia.
O Diosa el primer mes o Loca amargada cuando sales de la prisión machista y mendaz.
Y huyes pensando dolorosamente en la siguiente que tenga que pasar por lo mismo.
Porque la habrá.
María Sabroso.
Deja un comentario