Chistes de gitanos y la vergüenza

Lo de los chistes de Bodegas tiene varios planos que no es posible tratar aquí. Hay muchos debates implícitos en éste, y todos ellos importantes: sobre la discriminación, la libertad de expresión, la defensa de las minorías, el racismo, los límites del humor… y twitter, que daría para otro artículo en sí mismo. Por eso voy a delimitarlo partiendo de un recuerdo personal que se me vino a la cabeza (y a las tripas) cuando escuché el monólogo y leí el debate que suscitó.

Ocurrió que una Nochevieja de los años 80 me enrollé con un chico (ni siquiera sé si se sigue diciendo así) y nos fuimos a mi casa. Y en el después, se nos ocurrió poner la televisión, supongo que porque era Nochevieja y no queríamos que la noche pasara sin enterarnos. Ya que estábamos solos decidimos unirnos al jolgorio poniendo un Especial Nochevieja de esos de cantantes, humoristas y –entonces– vedettes. Y he aquí que salió Arévalo y se pasó media hora contando chistes de cojos (yo soy coja). No he podido olvidar esa noche y durante mucho, muchísimo, tiempo cuando la recordaba lo que sentía era la misma profunda y terrible vergüenza que sentí entonces. Y esa misma vergüenza me impidió aquella misma noche reaccionar y me obligó, como en una especie de castigo siniestro, a mirar aquello como si no fuese conmigo, y aquella parálisis no hacía sino aumentar la vergüenza que sentía. Mi compañero también callaba, supongo que sentía la misma vergüenza, supongo que se avergonzaba por mí. Ambos nos quedamos petrificados escuchando al supuesto humorista sin atrevernos a decir nada. Si quería dejar de escuchar tenía que levantarme con mi cojera a cuestas y apagar la televisión, y eso suponía exponerme a su mirada en aquel momento; exponer mi cuerpo, origen de toda la vergüenza que sentía.

A pesar de toda mi vida de coja que ya debería haberme vacunado, lo cierto es que esa noche sentí más vergüenza que nunca antes en mi vida. Tenía herramientas para combatir un insulto, una discriminación directa, pero no una avalancha de chistes. Supongo que influyó el hecho de que aquella noche acababa de tener una relación en la que lo que se pone en juego es el cuerpo y en la que, al mismo tiempo, la desnudez nunca es sólo física; mi cuerpo soy yo;  y Arévalo estaba explicando por la televisión del único canal existente entonces cómo somos las personas con un cuerpo como el mío, subhumanos, risibles, despreciables, prescindibles. La gente se partía de risa con aquellos chistes, la gente se partía de risa con mi cuerpo y con mis experiencias de vida, y yo ni siquiera podía sentir otra cosa que vergüenza. Todos los años de chistes llevados con la máxima dignidad posible, la deshumanización (no sé si es posible explicar lo qué significa la deshumanización a quien nunca la ha sufrido, traten de imaginarlo), la cosificación sexual, y la otra, la de convertirte en un espantajo sexual, se echaban sobre mí junto con la vergüenza. Y así, las veces que me han expulsado de las piscinas (sí, como a los gitanos), las veces que no me han dejado entrar a un local, las veces que no me he levantado de la silla para que la charla no se jodiera,  las veces que me he inventado una excusa para no ir con gente que va mucho más rápido que yo, la vez que fui a hacer mi examen de selectividad y no pude llegar al quinto piso y el profesor encargado se negó a hacérmelo en el primero… todo esto desaparecía como problema real sepultado por los chistes de Arévalo que lo que conseguían es que el problema pasara a ser yo misma; yo misma ridícula y risible, legítimo objeto de la burla general. Harían falta muchos años de lucha y conciencia para que la vergüenza de ser como soy desapareciera, aunque me temo que siempre quedará algo ahí escondido. Pero lo que queda no es culpa mía porque nunca lo fue; y de nada servirá llenar el mundo de ascensores o hacer accesibles todos los transportes mientras quede la vergüenza que me produce que la gente se siga riendo de los chistes de cojos.

Si cuento esto es porque quiero discutir la idea, que se ha puesto de manifiesto en este debate, de que la falta de reconocimiento social, esto es, la marginación cultural, siempre tiene que ver con la injusta redistribución económica. Según he leído estos días, para algunos, la causa de la deshumanización, que siempre es necesaria para poder reírte de la humillación ajena, tiene que ver necesariamente con cuestiones económicas o redistribución material. No son los imaginarios culturales los que marginan a las personas o a los grupos sociales, dicen algunos, es la redistribución injusta la que necesita de imaginarios culturales discriminatorios para mantenerse. Así pues el problema no es un chiste, que es inofensivo, el problema es que las personas son explotadas y no tienen acceso a la riqueza. Dejando a un lado que los imaginarios culturales llegan a imbricarse de tal manera con la injusticia material que es complicado definir qué vino antes o dónde empieza uno y donde el otro, que lo primero fuera así no quiere decir que no combatamos dichos imaginarios cuando nos topamos con ellos, porque lo cierto es que reconstruyen, fortalecen y legitiman los discursos de desigualdad y de odio; la ideología de toda la vida, vamos. Además, creo que hay casos en los que la construcción deshumanizada del otro/a es puramente cultural; hay casos en los que la falta de reconocimiento social se construye con autonomía de la justicia económica. Esto es porque hay bienes materiales y hay también bienes simbólicos que se redistribuyen siguiendo otras lógicas y que confieren más valor a unas vidas que a otras.

No puedo entender el revuelo que se gasta cierta izquierda para defender a Bodegas como si algo muy importante se perdiera si dejáramos de reírnos de los gitanos o de los cojos. Incluso sin ponerme muy trascendente, los chistes se construyen sobre determinados consensos que responden a la correlación de fuerzas existentes en un momento dado. Y eso cambia, afortunadamente. En la medida en que dichos consensos se transforman, también lo hace el humor, y estos cambios no se producen de un día para otro, sino que conllevan protestas, resistencias, retrocesos, lucha en definitiva. No hace falta más que escuchar a un humorista de los 80 para darse cuenta de que algunas correlaciones de fuerzas han cambiado y que ya no nos reímos de las mismas cosas. Hay humoristas geniales, como Gila o Tip y Coll, que tienen chistes machistas que hoy no harían gracia, pero el grueso de cuyo humor sigue funcionando. Y hay humoristas mediocres como Arévalo o Bodegas que no son capaces de elevarse por encima de la contingencia fácil y de la burla del más débil, del que no va a protestar… hasta que protesta. No soy capaz de apreciar que hay de negativo en esto. El monólogo de Bodegas no tiene defensa posible y oponerse airadamente a la crítica sobre el mismo sólo demuestra añoranza por un mundo en el que los privilegios eran incontestados y por tanto la deshumanización del otro engrandecía a los que estaban (o están) en posición de sujeto relevante. Cualquiera entendería que no poder hacer bromas supremacistas es un avance civilizatorio, independientemente de que esto no solucione la desigualdad económica ni la situación de injusticia.

Luego están los que defienden que lo que hace Bodegas no debe tener relevancia penal. Esa es otra discusión muy diferente.  Yo estoy entre estas personas. No la tiene ni la debe tener, ni hace ninguna falta que la tenga. Si la tuviera, perderíamos todos. En ese sentido no comparto ni defiendo la denuncia penal de la asociación gitana, ni comparto la penalización de las opiniones por muy odiosas que sean. No quiero que Bodegas vaya a la cárcel, ni que le llegue una multa por hacer chistes de cojos, ni quiero que nadie pierda su trabajo a no ser que se llegue a la conclusión de que, como humorista no tiene maldita gracia y mejor le iría trabajando de otra cosa. Ya he defendido muchas veces que el humor (y casi cualquier expresión u opinión política) debe estar exento de cualquier tipo de reproche penal, pero eso no tiene nada que ver con el reproche moral. Por supuesto que cada sociedad establece sus principios morales mayoritarios después de una dura batalla por la hegemonía cultural en la que participamos todos y todas. Yo no sé siquiera si ese señor es un racista, me da igual;  incluso podría creer que no lo es y que, simplemente, se ha equivocado. Todos y todas aprendemos los mismos discursos que luego hay que desaprender con más o menos esfuerzo y con más o menos fortuna, y a todas se nos escapa alguna vez algo que, en según qué círculos o en según qué ambientes, se nos puede reprochar. Es posible que Bodegas no se haya enterado de que el racismo antigitano ya no hace ni pizca de gracia y que no se haya enterado tampoco de que la voz de gitanos y gitanas ya no es inaudible. Bueno, si no se había enterado ya lo ha hecho y estoy segura de que le ha dolido igual que a mí los chistes de cojos y a lxs gitanos los chistes racistas. A mí me basta con que haya sentido sobre sí, aunque sea por un momento, la vergüenza. Esa misma vergüenza que él ha buscado, consciente o inconscientemente, provocar en otros. Y es que la vergüenza pública, ya se lo digo yo, es muy jodida.

Las amenazas de muerte que dice haber recibido… bueno, amigos y amigas, esto es twitter.

AUTOR

  • Beatriz Gimeno

  • Imágenes de una pintora que soportó las burlas infames de los mediocres: María Blanchard
Sobre Beatriz Gimeno 48 artículos
Feminista. Directora del Instituto de la Mujer Ha sido diputada en el Parlamento de la Comunidad de Madrid por Podemos. Activista derechos lgtb

Sé el primero en comentar

Deja un comentario