Todas las mañanas traen o deberían traer incertidumbre por la novedad, con notas de improvisación. Hoy la melodía del móvil me sorprendió mirándome fijamente al espejo para pintarme una raya azul bajo el ojo, salgo de mi labor estético-filosófica, busco el terminal, descuelgo y, antes de contestar, el teléfono se me cae al suelo. La persona al otro lado no se da cuenta o no quiere darse cuenta de mi torpeza y pregunta automáticamente si está hablando con la señora de la casa, frase que me llega muy débilmente mientras alzo el aparato.
No me siento con fuerzas de ser la señora de ningún sitio y digo que la señora no está, que ha olvidado su celular, y quien le habla es la sirvienta, esta mañana me he levantado con una pizca de perversidad improvisada. Mi interlocutora me pregunta cuándo puede hablar con la señora, repite con un tono de superioridad, y yo respondo que por la ley de protección de datos se me prohíbe dar esa información. Parece un poco exagerado y pregunto si sabe a quién está llamando. Me saluda muy cordialmente, ha debido de pensar que si no sabe a quién está llamando es que la persona debe de ser muy importante, pero decide que como sirvienta no me va a hablar del maravilloso producto que venden y se despide. A mí tampoco me interesa su producto, ni tengo ánimos, ni tiempo. Añado el número a la lista negra para no tener que repetir el diálogo.
Hoy estoy triste y sola. No encuentro la novela de Juanma. Me la dejó en un cd y no sé dónde lo he puesto. Tampoco entiendo sus neuras con los dispositivos electrónicos y que siga utilizando soportes antediluvianos. Debo de ser la única traductora que todavía tiene lector de cd. En definitiva no sé quién de los dos es más carpetovetónico, yo lo sería de adopción, en todo caso.
El teléfono vuelve a sonar. Cuando contesto alguien pregunta por Claudia Bardot y en lugar de presentarme, contesto que mi hermana está saliendo para ir a un funeral, decididamente tengo una mañana maléfica. La voz al final de la línea titubea durante medio segundo y vuelve a la carga. Antes de que acabe su frase y con una voz de una tristeza profunda le pregunto cuándo cree que puede volver una mujer que ha visto tirarse a su marido por la ventana. La voz no se da por vencida y me responde que lo intentará en tres días. La última esperanza sobre la especie humana se me esfuma, cuelgo y coloco el número en la lista negra.
No tengo hermanas, no he perdido a ningún ser querido en los últimos cinco años, solo la novela de Juanma. Claudia Bardot soy yo, traductora a tiempo parcial y por romanticismo; modelo por negocio, cuando consideran que las curvas venden más que las planchas. Me irritan estas llamadas sin escrúpulos, pero me irrita más dónde habré dejado el dichoso cd. Enciendo un cigarrillo y me sirvo un vaso de ginebra.
Antes de seguir buscando, saco el número de la última llamada de la lista negra, quiero comprobar si tiene valor de volver a llamar o si queda un poco de esperanza y recuerdo que el cd se lo pasé a Vera.
Antes de salir para su casa suena el teléfono de nuevo. Mi humor gracias a la ginebra o a qué ya sé dónde está la novela va mejorando, así que antes de que alguien diga nada me apresuro a contestar que está llamando al número de las mujeres calientes y viciosas, esta vez no es por enfado, es pura diversión. Solo escucho un ruido seco, ni una palabra. No hay voz.
He leído por ahí que cuando las empresas de telemarketing bombardean a posibles clientes es un indicativo de que algo se mueve en la economía.
Vera me invita a un café mientras le cuento mis intentos interpretativos a través del teléfono. Lo ha entendido perfectamente, hasta lo ha hecho suyo, harta como está del acoso de teleoperadores. Al primer toque de móvil se presenta como la mujer del director de la Compañía eléctrica. A ella se la ve más suelta que a mí. Le está contando una milonga sobre los bonos de los que disfrutan por ser directivos de la compañía. Vera está hecha para este trabajo se nota a la legua; no habla de mujer, sino de esposa, como si tuviera un rango superior, y tampoco menciona la palabra empresa, habla de compañía; lo que curte la traducción en vocabulario. A mí se me saltan las lágrimas de oírla, estoy segura de que hay un hombre al otro lado. Vera es una mujer fea, pero con mucha gracia, con una voz poderosa de timbre aterciopelado; no me extrañaría que encima ligue por teléfono. Para ser justos, ella siempre liga, a mí me llevaba de cebo en nuestras salidas nocturnas. Cogí el cd y me fui de allí dejando a Vera totalmente en su papel de esposa de directivo.
He traducido siete páginas de la novela, pero me siento más creativa en mi nuevo trabajo como contestadora de teleoperadores. Voy mejorando la técnica, modulando bien la voz dependiendo del efecto que quiera conseguir. Creo que la vendedora a la que dije que mi hermana estaba de funeral volvió a llamar. No sé si le conté que estaba llamando a un convento de las hermanas Frígidas o a la Delegación de Hacienda. No importa. Son voces educadas para no expresar sentimientos, para ser tan frías como el helio líquido, a menos dos cientos sesenta y nueve grados centígrados, o lo que es lo mismo a cuatro grados absolutos. Sueltan un discurso impolutamente pulcro y si pueden se agarran a cualquier grieta para socavarte: si escuchan un niño jugar, hablan de lo maravilloso que es ser madre; si oyen el maullido de un gato, te halagan tu bondad con las mascotas. Creo que puedo escribir una tesis acerca de las empresas de telemarketing y sus trucos.
Hoy me ha sorprendido un mensaje de Sanidad, me comunican que no han podido contactar conmigo vía telefónica, que por favor actualice mis datos en mi centro de salud para ser vacunada contra la covid. A saber qué teleoperador me ha llamado y qué le he contestado. Aprovechando que salgo me voy a pasar también por el grupo de teatro del barrio, me está gustando este mundo de la interpretación improvisada.
Arancha Naranjo
Muy acertado tu relato,con sorna y chispas de humor…me ha recordado cuando me llaman estas «compañias» y también tomo la personalidad de la empleada de hogar o mejor, que mi marido se haya de cacería en un safari en África.Bravo por tu crítica con buen humor.👏👏🌹
Muchas gracias por tu comentario y por leerme. Sí, es una crítica no tanto a los teleoperadores, como a esas técnicas que emplean. Intentan llegar a tu médula según tu voz, los ruidos que oyen, mil triquiñuelas. Eso es lo que irrita. Un abrazo.