El viejo general africanista dijo no. A sus 90 años se encontraba con fuerzas para mandar un batallón. Y empotrar a su mujer a diario hasta hacerle hijos sin parar. Así que dijo no. Las antiguas conversaciones no habían dado resultado, así que no supo que los soldados habían desertado después del desastre de Annual en el que murieron 13.000 muchachos españoles de los que nadie habla, y que su mujer había muerto hacía 20 años.
Lo intentaron sus siete hijas, una tras, otra, y a todas dijo no.
Primero habló con él hija mayor y dijo no.
Luego habló con él la segunda hija y dijo no.
Luego habló con él la tercera hija y dijo no.
Luego habló con él la cuarta hija y dijo no.
Luego habló con él la quinta hija y dijo no.
Luego habló con él la sexta hija y dijo no.
Luego habló con él la séptima y última hija y dijo no.
Entonces decidieron ir todas las hijas juntas a hablar con él. Se había visto que una a una frente al general africanista eran como polvo, no eran nada. Se presentaron en casa las siete juntas y el viejo general africanista reaccionó con un movimiento estratégico que las siete hijas no esperaban. Fue al cajón del mueble, lo abrió y sacó una pistola con la que encañonó a las hijas.
– A mí no me saca de esta casa ni Dios, yo al seminario no voy.
Dijo el viejo general africanista.
Las siete hijas temieron por un momento que iban a acabar como los siete infantes de Lara, pero no muertas por una venganza musulmana quizás con motivo por lo que el viejo general africanista había hecho cuando tenía mando en plaza, sino bajo la pistola de su padre.
Y fue justo este gesto de la pistola y de la confusión del seminario los que movieron al juez a decretar la incapacidad legal del viejo general africanista.
A los pocos días el viejo general africanista salió de su casa para no volver ya nunca a ella.
A la semana siguiente de ir a visitarle a la residencia de ancianos la hija mayor, le encontró muy feliz. Como llegaba la hora de comer, la hija mayor se prestó a darle ella misma la comida. El viejo general africanista cambió la cara alegre por la de militar y dijo no. Así que la hija mayor dio por terminada la visita, como el viejo general africanista le ordenó, y salió de la residencia de ancianos.
Lo mismo le sucedió a la segunda hija, a la tercera, a la cuarta, a la quinta, a la sexta y a la séptima. Y todas se vieron obligadas a marcharse al llegar la hora de la comida.
No encontraban ninguna explicación al comportamiento del viejo general africanista, salvo la supuesta demencia que habían alegado ante el juez cuando el episodio de la pistola y el seminario.
Y un día el viejo general africanista le dijo a la hija mayor que a la semana siguiente fuesen todas juntas a visitarle. Las siete hijas del viejo general africanista estaban acostumbradas a obedecer desde niñas. Y esta vez también obedecieron.
Cuando llegaron juntas vieron al padre más feliz todavía. Y al acercarse la hora de comer, esta vez no las mandó marcharse. Se puso más contento aún y habló:
– Tengo que comunicaros dos cosas. La primera, que os he desheredado a las siete. La segunda, que me he enamorado y me caso con Carolina.
Las siete hijas del viejo general africanista no podían con el asombro, como si hubiesen caído en una redada de las tribus del Rif. Y fue la mayor quien tomó la palabra para preguntar:
– ¿Y quién es Carolina?
Todas pensaron en una señora vieja como él, al fin y al cabo en las residencias de ancianos, como en todas partes, el roce hace el cariño.
En ese momento se oyó la voz dulce de una muchacha de 20 años:
– Abran paso, señoras, abran paso que le traigo la comida a mi general.
Y el viejo general, con la cara iluminada como nunca, dijo:
– Mira, Carolina, amor mío, te presento a mis siete hijas, prométeme que las tratarás como si fuesen tuyas.
Carolina asintió con una sonrisa.
Y las siete hijas del general africanista creyeron ver en esa sonrisa la traición de don Rodrigo Velázquez.
Valentín Martín
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