El otro día estuvimos viendo esta película, «As bestas», que recomiendo mucho, por el fabuloso mal rato que nos hace pasar a los espectadores.
Es casi un «thriller rural», una historia construida con muy pocos elementos y muchos silencios, bien elocuentes. Los vecinos de una aldea prácticamente en ruinas en la Galicia profunda mantienen un enfrentamiento que pasa de la tensión soterrada al enconamiento brutal por una cuestión económica: el dinero que dos hermanos podrían conseguir gracias al acuerdo con la empresa de energía eólica y al que ha renunciado otro de los habitantes, un profesor francés que ha convertido la reconstrucción del pueblo en un sueño romántico. Podría destacar muchas cosas de la película. El simbolismo animal, la importancia del caballo y las ovejas como metáforas que aparecen en diferentes escenas para reafirmar de forma sutil las relaciones de poder y el sometimiento por la fuerza que surgen entre Xan y Loren, los dos vecinos nacidos en la aldea y ahogados por la falta de oportunidades. Antoine y Olga, a su vez, son la pareja de franceses que deciden mantener el pulso y no rendirse ante las amenazas y el acoso al que los someten los hermanos.
Por otro lado, la lección de narrativa. Si en la película aparece algo o alguien, aunque sea de forma fugaz, es por algo. Hay bastantes personajes secundarios, como Breixo, el pastor solitario que también se negó a firmar el acuerdo con la multinacional, o su sobrino, el joven empresario de la capital que solo se acerca a la aldea para asegurarse la herencia. No es necesario que hablen o chupen cámara mucho rato para entender el contrapunto que se crea entre ellos. Uno encarna la resistencia honorable, pero inútil, el amor íntimo a la tierra, por penosa que la vida se haga en ese recóndito y bellísimo lugar. El otro ha perdido del todo, si alguna vez lo tuvo, el vínculo con la aldea. Su visión egoísta del futuro pasa por coger el dinero y salir corriendo, por subestimar el daño que se haría a una forma de vida, a un patrimonio natural que no significa nada para él y sus negocios de tintorería. La madre sombra, esa vecina que casi es un fantasma, surge en el patio o el camino como una convidada de piedra, alguien que solo mira a los franceses con recelo y cierto temor. Otro personaje, Pepiño, representa al buen vecino, un lugareño hospitalario, que acepta la diferencia de mentalidad de los franceses y crea con ellos una relación estrecha, basada en el respeto mutuo, muy cercana a la amistad. Hasta el hombre que sale del bar del pueblo con su mestizo blanco de boxer y del que nada volvemos a saber parece cumplir una función relevante: se resiste a acompañarle, porque Loren lo acaricia y el animal se deja querer. El talento del chico retrasado con los perros, tan importante después, ya aparece perfilado en esa secuencia.
Para mí las interpretaciones de Xan y Olga son las mejores. Los ojos duros, el rictus cruel de los labios, ese susurro burlón con el que se dirige a Antoine y que da más miedo que un grito. La fijeza de su odio, el humor sombrío, su aire de animal que acecha. Pocos actores me han resultado tan creíbles en lo que dicen y cómo lo dicen, en su completa asunción de un personaje. Cada inflexión de la voz, cada gesto o mirada son los del hombre nervudo como un árbol, taimado, cegado por la barbarie y la violencia, dispuesto a todo porque bebe rencor cada noche para olvidar la miseria de su vida. Olga representa la civilización, en una versión quizás combativa que Antoine, pero resiliente. Nunca olvidará qué la llevó a esa aldea ni el lugar que ocupaba en sus sueños o los de su marido. Olga es la lealtad y el amor incondicional, la mujer que no abandonará aunque el miedo y la soledad sean sombras que la amenazan constantemente, al otro lado de la ventana.
Pasé mucha angustia con esta historia inspirada en una real. Buscamos el documental en el que la verdadera Olga, esa Margo a la que se dedica la película, cuenta lo que ocurrió en Santoalla, la aldea a la que se mudó con su compañero de vida, Martin, holandés como ella. Merece mucho la pena y genera una tensión semejante a la que se respira en «As bestas», porque al escuchar el testimonio de Margo comprendemos que habitamos un mundo en el que la la armonía de la convivencia es un milagro frágil, que corre un peligro constante.
Patricia Esteban Erlés
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