Una mesa sola, un vacío,
un despertar ajeno a lo deseado,
un día, solo, uno más, que ha pasado
en este camino sin fuerza y sin frontera
donde habita la soledad en una aldea.
Fue una noche sin fanfarria y sin ruido,
con la ausencia usada por bandera,
una noche de hiel, una canción sin música,
ni arpegio, ni apariencia
en el camino lento de los días.
Una noche, que da por terminada
la inusual y cansina danza de la nada
en que se convierten las horas de mi casa
dejando la puerta abierta, arrojada
la tristura y la nostalgia renovada.
Dejando atrás las calles transitadas,
los recuerdos, el hechizo del revuelo
de la nostalgia que abre el alma
y el ave María, por las Callas entonado,
formaron coro desazonado y gris
de la jornada, que ahora ha terminado.
Las palabras no dichas, ensalzadas
por aquel que no está, pero vive
en el corazón germinado de los que ama.
Sola, la casa, sin un ruido, tan solo
en la mesa un plato, cincelado de costumbre
mientras danzan por la casa
los recuerdos y la urdimbre.
María Toca
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