Los que vivimos en el medio rural los tenemos muy vistos. A los que encabezaban las manifestaciones . A los del sombrerito de marca, el chaquetón de marca, la vida de marca y el pajarito en la mano. Son los de siempre: el señorito Iván de “Los santos inocentes”, los personajes alcanforados de “La escopeta nacional”, los arribistas y meapilas del régimen, pisaverdes con las guedejas pringadas de brillantina y estiradísimos apellidos. Aquí en el sur son más viejos que el hilo negro.
Antiguamente daban miedo porque tenían poder, pero los avances democráticos y la guillotina de la modernidad los ha enrasado con el pueblo llano y con los pequeños agricultores y aparceros de sus tierras. La igualdad de oportunidades es lo peor que les podía pasar. No lo asumen. Van de la impotencia al pataleo, del pataleo a las calles y de las calles al ridículo.
Los hijos y nietos de aquellas mujeres turradas por el sol, con las espaldas rotas de coger algodón son hoy médicas, sociólogos, abogadas, maestros, ejecutivas. Han cometido un acto de rebeldía: estudiar. Son libres y críticos. Incluso políticos que legislan y toman decisiones de gobierno. Tienen un futuro brillante y más relevancia pública que muchos de sus descendientes, que hasta ahí podíamos llegar. Sí, los niños de la jornalera, las nietas del casero y de aquella criada de cofia blanca, vestidito de satén y mandil almidonado son ahora iguales que ellos. ¡Iguales!
El franquismo, bien representado en el Congreso, intenta a costa de lo que sea recuperar los privilegios del antiguo régimen, añora los viejos tiempos, aquellos viejos tiempos en los que eran algo sin necesidad de estudiar ni doblar el lomo. El triste estado del campo, que viene de antiguo, solo es una excusa más, otro motivo para crispar, para ver si cae la breva imposible de volver al pasado.
El campo español les importa poco o absolutamente nada. De importarles algo, el 3 de diciembre habrían votado a favor de prohibir la venta a pérdidas –Ley de la Cadena Alimentaria-, pero en vez de eso votaron en contra.
A pesar de todo, quién sabe si con el voto de algún hijo de aquellas jornaleras que antiguamente recogían su algodón, la ley, aunque con muchos años de retraso, se aprobó al fin, y con el tiempo beneficiará a muchos agricultores y ganaderos que están siendo esquilmados por una cuadrilla de ladrones multimillonarios.
José Antonio Illanes.
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