Era no hace tanto y me pensaba que llegaría al 2000 un tanto talluda y solapada. Me decía con sorna no exenta de ironía: “nena para el 2000 lo habrás vivido todo, serás una apacible señorona aburguesada y sin ganas de bureo” Que mal hacemos de videntes sobre la propia vida. No damos una.
Llegaron el 2000 y sus suposiciones de desastres y cambios imprevistos y pasó sin pena ni gloria. Luego se despeñó el tiempo y ahora, como sin querer, me vino a la cabeza que han sido ya dos décadas las que viví desde entonces. Y yo que me pensaba que todo estaba vivido de antes. Aunque solo fuera por esa falta de previsibilidad merecería condena al averno. Pero seamos piadosas con los errores propios, con los ajenos también pero no viene a cuento.
Dos décadas en las que se han hecho cuenta los mayores fantasmas que a una se le ocurren. Perder lo más amado, llegar a la muerte y verla cara a cara, primero la propia, y esquivarla pero no poder parar su tétrico paso que avanzó hacia el hijo perdido. Una nunca piensa que tendrá que enfrentar tales penalidades porque de suponerlo la neurosis abrasaría el alma.
Se han vivido cosas que en el siglo pasado se intuían. Las comunicaciones, por ejemplo. Entramos en el 2000 con mensajes de texto, lentos y caros y andamos ahora poco menos que perpetuamente enlazadas y controladas por hilos, no por invisibles menos peligrosos. Es lo que hay y decidimos su uso de forma voluntaria y voluntariosa que nos produce mucho gusto y conocimiento. Todo hay que decirlo, la verdad.
También llegó la determinación de contar y dedicarse a ello cumpliendo el sueño más controvertido y reincidente desde la infancia. Miren, no soy más que un trozo de carne, vísceras y algo de mente envuelta en paquete voluntarioso. Poco más, pero la envoltura me marca a fuego. Eso de hacer con voluntad y disciplina inquebrantable me viene de lejos y no es que me sienta orgullosa, es que no puedo evitarlo.
Escribir ha marcado la última década que fue estrenada precisamente con un cambio de vida, una ruptura que intuí era la última en cuanto a pareja estable y la firme determinación de casarme hasta el fin de mis días con esto que hago ahora mismo: escribir como poseída. Escribir a toda hora, sin un solo día en que no tomara las riendas del teclado y volcara con mejor o peor fortuna las mientes que iban saliendo sin mucho esfuerzo, el justo para dar placer y sentirse trabajadora de la palabra. O peona de la palabra.
No me pensaba yo capaz de seguir defendiendo lo mismo que en el siglo pasado. Sí, el derecho al aborto, el derecho a caminar, vestir, pensar y vivir como a una le diera la gana. Fíjense, con todo el avance social y tecnológico nos seguimos encontrando -como mujeres- con los mismos problemas que hace cien, doscientos años. Que nos siguen tomando por el pito un sereno, como quien dice y se nos priva del derecho a tener voz fíjense que con tanto caminado siguen diciendo que el poder femenino emana de la aguja, de criar hijos y de planchar la ropa de nuestro hombre. Como hace cien o más años. Y no me lo pensaba, no.
Claro que en el camino hemos visto a futbolistas, pilotas de avión, ministras y mujeres de tanto valor y fuerza que hacen costra social. Y gente del mismo sexo normalizada y casada con todos los derechos de ciudadanía libre. Un avance claro. Solo los/as que lo lucharon en calles, prisiones, y lugares comunes saben cuánto costó. Como sabemos las feministas el duro combate para arrancar leyes que hoy damos por sabidas.
Porque el poder es eso: poder. No hay un gobierno popular, así dicho de plano. No, porque en cuanto se asciende de categoría (del llano a la cumbre) el primer movimiento de los poderosos (aunque antes fueran pueblo llano) es perpetuarse y para ello sacrifican en muchos casos el argumentario de subida. Es lógico ya que dicen ellos, que sin poder nada se puede, por tanto luchar por mantenerse es norma y precepto. Y comienzan nuestros desalientos…
Decía hace unos días, una querida compañera, que la vanguardia del feminismo SIEMPRE, serán las feministas. No se rían, porque esa verdad de Perogrullo parece nimia y es axioma que se nos olvida. Pueden ustedes trasvasar a cualquier esfera el mismo precepto. La vanguardia de las trabajadoras, son las trabajadoras, la vanguardia de lgtbi es lgtbi…y así hasta el infinito.
Que no se nos olvide, porque luchar por mantener en el poder a los que parece que lo detentarán ahora no puede evitar seguir luchando como si no hubiera un mañana, o precisamente porque le hay.
Este gobierno puede gustarnos… les juro que estoy convencida de que no son iguales. Esa frase me molesta porque es una falacia nihilista de primera magnitud. Si todos son iguales ¿para qué luchar? ¿Para qué votar? Y no. Si algo nos han demostrado estos años golgotianos de gobierno derechista, es que no son iguales. Se nos arrebataron demasiados derechos conseguidos, se sufrió mucho, para afirmar esa falacia. No son iguales, pero…
No es igual un gobierno que gobierna para los suyos, poderosos, que un gobierno que teme y respeta (mucho, demasiado) a los poderosos pero se sabe votado por el pueblo. No es lo mismo un gobierno que agiliza la ley de aborto, matrimonio igualitario, que potencia la enseñanza pública (poco, muy poco)o que invierte en sanidad pública que quien pone cortapisas a cualquier derecho, no socialista (dios nos libre) sino meramente liberal.
No son iguales…pero son poder. No son iguales pero los tenemos enfrente. Siempre enfrente, aunque nos duela hay que seguir dando coces y pisando las calles. Alertas, muy alertas porque hemos aprendido y no debemos olvidar jamás, que un derecho cuesta mucho conseguirlo y poco, muy poco que nos lo arrebaten. Y no dar nada por hecho, porque en el momento que nos ven confiados nos la clavan hasta el corvejón. En eso sí que son, no iguales, pero parecidos.
El poder, amigas, sea económico, cultural…el establishment (dicho de forma cool, para que se note que cambiamos de década) es poderoso y fuerte. Tiene mucho para comprar y presionar, por eso corrompe -a veces sin darse cuenta los corrompidos que a fuerza de estar cerca se contaminan y mueren de inanición popular-
El poder contagia poderitis, amigas mías.
Por ello, hacemos balance, que es lo que toca en los primeros días del año, tanto personal como social y nos sale a seguir.
A seguir batallando adoquín tras adoquín de estas calles que pisamos con garbo y fundimos para la historia.
Dos décadas han pasado desde que aquél 2000 nos creímos capaces de volar muy alto y de estar de vuelta de todo y resulta que estamos, en muchos casos, como en los ochenta o peor. Eso sí, con alta tecnología en el bolsillo y muchas arrugas en la cara.
María Toca
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