Mira lo que te digo: el sexo sin conversación es como cenar solo y con agua. El viento jamás penetra las estatuas, escribí yo un día cuando andaba atareado en el oficio de vivir. Ni el viento ni un misil, aunque sea Pepe el Romano. A la hora del sexo se apagaba el mundo y te encendías tú. Y tu lumbre nos calentaba a todos. Ay, Jane que nadie gimió un orgasmo como tú, tan largo, tan ultramarinos, tan prohibido, tan francés de Marylebone, tan mentira y tan mencionado. Para el sexo no hay que tener un marido, ni un novio, ni un amante, ni un amigo, sino un socio. Y en eso la mejor eras tú, aunque fueses segundo plato. Porque la que salió por pies después del orgasmo real fue Bardot por si se enteraba Gunter, el Padrino de París.
Hoy me entero que te has muerto sola. Eso no se hace. Tú que fuiste compañera de tantas ternuras lujuriosas, que nos acompañaste en los cortometrajes y en los largos, que compartiste noviazgos sin idiomas, que eras de todas las devociones, vas y te mueres a escondidas.
Amor se escribe con J (la tuya). Yo que te creí siempre andaba haciendo las maletas para ir a París para corrernos una juerga juntos. Estabas malita, yo también, éramos quintos, nos merecíamos este verano.
¿Y ahora qué hago?
Valentín Martín
Deja un comentario