Dentro de esta canción que sonaba en la penumbra de un tiempo y un país, había una manera obligatoria de estar para las chicas que no tenían la palabra ni habían conocido el mar.
Suave era su camino hasta esa rebeldía en la que llegaba un futuro lleno de ansias naturales. En «Torre del Aire» hay una historia de amor que probablemente Cristina Eiriz, la espléndida actriz vocacional que encarna a la chica del abrigo rojo y la mirada tan verde esté deseando saber si acabó bien o mal. Yo también, habrá que preguntar.
Pero en la obra hay mucho más. Entre su postal de ciudad de aquellos entonces retumba la sumisión de la mujer cuando llega su hora de encontrarse con la vida. Y ese » cállate niña» no es un consuelo que empuje a las chicas del bachillerato de seis años, dos reválidas y preu. Es un mandato que cercenaba sus derechos y sus sueños.
La educación sentimental de las chicas corría siempre a cargo de las madres. Y este matriarcado -tan nefasto muchas veces- era una heredad que la madre ejercía como obligación.
En las zonas rurales, cerradas y autosuficientes, este papel lo ejercían los hombres que delegaban en los hermanos mayores. Entonces la sumisión de la chica se convertía en feudalismo donde los guardianes de la moral tenían la misión de vigilar, proteger y castigar.
El matriarcado de las ciudades con calles mayores, misas, vermut y doble moral, abolía la libertad, cualquier libertad.
Desde los ojos de hoy resulta muy arduo entender ese ayer.
Hoy es tiempo de naranjas todo el año. Hoy llega del instituto el nieto a comer cachopo con el abuelo. Y mientras dan buena cuenta de la ternera, con jamón y queso, el nieto cuenta de novias, de sus compañeras de pupitre bisexuales, la disyuntiva en que se encuentra porque hay dos a las que él le gusta mucho, y una que a él le gusta más que esas dos pero a ella él no le gusta tanto como a las dos del gusto más subido. Y ante ese enigma, el nieto pregunta:
– ¿ A ti te pasaba eso, abuelo?
Y el abuelo miente dulcemente, a los chicos que están saludando al hoy que acaba de llegar hay que mentirles para que no se le caigan los palos del sombrajo del abuelo.
– Pues claro que sí. Me pasaba lo mismo que a ti, dudaba entre dos o tres.
Mejor una mentira chica que un «cállate » sea niña o niño.
Valentín Martín.
Deja un comentario