Por un momento, tuve la sensación de que tras las gafas oscuras del sargento, sus ojos miraban mi costado intentando intuir si el bulto que había bajo mi amplia camisa hawaina era una pistola. Fatine adivinó la tensión y se volvió hacia nosotros contoneando sus pechos para decir en un inglés muy marcado.
— I’m thirsty. Captain, do you have Coke?
Pachón se agachó e hizo como que rebuscaba en la nevera. Justo cuando encontró una lata de Coca Cola y se la alargaba a Fatine, la patrullera subió revoluciones de su motor y comenzó a alejarse. Nosotros pusimos proa a Marina Bay: pequeño puerto deportivo que lindaba con la pista del aeropuerto. Allí nos esperaba R. S. en el Biancas Restaurant, en torno a las 13,30 h.
Llegamos al puerto tras la parada con la patrullera en unos 20 minutos. Pachón amarro el barco y salto al pantalán en un modo algo cómico.
–A las cinco nos vemos aquí mismo en el barco. Voy a recoger un encargo.
Vimos cómo se alejaba cojeando levemente. Fatiné se había puesto el pareo, pero acostumbrada al topless, había metido en su bolso de rafia junto al dinero la parte de arriba de su bikini. Miró el reloj, se quitó la pamela y me dijo.
–Ponte al timón un momento, es la una menos cuarto y tenemos cuarenta y cinco minutos para nosotros.
–¿Qué me vas a hacer una foto?
–No, lo que voy a hacerte te va a gustar mucho más.
Se metió en el hueco de la escalera que descendía al camarote del barco, y subió al momento con el pareo desabrochado, pero sin asomar por la puerta nada más que la cabeza a cubierta. Esta vez, si me hubiera visto el sargento de la patrullera habría dicho con razón que tenía cara de tonto agarrado al timón de un barco amarrado a puerto, mientras ella bajaba la cremallera de mi pantalón, claro que el picoleto, jamás hubiera imaginado la maravillosa deriva que había tomado la cosa.
A la una y media nos encontramos con R. S. Utilizo sus iniciales para no darle al Ministro Montoro demasiadas pistas. Tampoco contaré ni la entidad bancaria ni la dirección de la misma, que por cierto, no estaba a ras de calle, sino en la oficina de una segunda planta en una avenida importante
Era el malagueño que acudía cada día a la roca a trabajar, nos atendió con el esmero propio de la gente de la banca con los clientes de dinero. Cuando desplegamos sobre la mesa los 90.000.€ para que los contara, Fatine volvió a poner una cara de sorpresa que apenas pude atemperar con un gesto de la mano, mientras R. S contaba hasta acabar diciendo que a él le salían 1.800. billetes. Luego los colocó en una máquina, que tardó mucho menos que sus expertas manos en contar, pero a la que tuvo que poner el dinero de segundas porque se atascó.
–Todo correcto señores: son 90.000. euros. ¿A nombre de quién irá la cuenta?
–De la señorita exclusivamente.
Fatine hizo ademán de querer decir algo, pero de nuevo se lo impedí levantando la mano suavemente.
–¿Me da su pasaporte señorita? Solamente será un momento.
A los pocos minutos se presentó con los papeles de la cuenta y la tarjeta para que ella los firmase.
–Esta tarjeta no es nominal, en realidad y a efectos fiscales su cuenta no existe. Con ella podrá sacar dinero en cualquier cajero del mundo sin ningún problema, y con un límite de tres mil euros diarios. Un detalle. Nunca saque dinero dos días seguidos en el mismo cajero, eso es todo. Con nosotros su dinero estará seguro, y su cuenta tendrá una remuneración del 2,5% de interés anual. Y ahora si me lo permiten, un coche les recogerá en la puerta y les llevará a comer por cortesía del banco al Beher Gibraltar.
Fatine se sentó a la mesa del pequeño reservado en que nos dispusieron con las palabras brotándole de los labios.
–¿Por qué tanto dinero? Esperaba unos cincuenta mil, pero esto es casi el doble. ¿Querrás explicarme por qué no has querido ponerte en la cuenta conmigo?
De nuevo una mujer haciendo preguntas sobre el dinero. Parecía que la vida se empeñaba en ofrecerme un dèjá vu tras otro.
Víctor Gonzalez
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