En los medios de comunicación ocasionalmente se mencionan aquellas denominadas “tipologías de violencia” generalmente de una manera capciosa y sin explicación sociológica.
Tiene una explicación que induce al error voluntariamente, en resumen, porque los medios de comunicación, primero y ante todo, son medios de producción. Una empresa que debe ofertar aquello demandado y la rentabilidad, como siempre, superando a la ética.
Una peculiar cultura empresarial, que más bien, es la demostración de cómo el capitalismo es capaz de desvirtuar todo un acontecimiento y un debate de fondo solo con un titular y de cómo, desde lo visceral y esa ansia de poder, proporcionan ese don.
¿Por qué hablar de machismo como violencia estructural con múltiples proyecciones, si podemos maquillarlo con titulares como “muere una mujer a manos de su pareja”?
No muere, es asesinada. Lo cual y de una manera preocupante resta protagonismo a los hechos. No es su pareja, es su novio o marido. Eliminando al actor principal de esas atrocidades, aquí sí utilizando genéricos y no el neutral masculino tan criticado por académicos prestigiosos de la RAE muy ofendidos. Si quitamos “asesinato” como acto y “hombre” como actor, el producto se venderá. Una estrategia de marketing más.
Simplemente porque resta capacidad de discernir lo ocurrido, dificulta conocer los hechos si no lees el artículo por completo (y aun leyéndolo) y sin lugar a dudas, no responsabiliza al responsable, ni al contexto, ni al machismo, ni a la sociedad que lo tolera, ni al estado que no lo previene, ni a los hábitos que lo reproducen y, como es evidente, ni una sola mención al Feminismo Radical que explica las conexiones de todo este entramado.
Todavía no me explico cómo la persona que escribe semejante vergüenza puede dormir por las noches. Desde luego yo no podría. No me explico cómo es posible que no todos los medios de comunicación tengan espacios LGTBI, Anti racistas y Feministas Radicales. Simplemente, no me lo explico.
El periodismo como disciplina tiene la meta de conseguir espacios de exposición pública de ideas, de exponer la verdad con todas sus letras, de utilizar la libertad de prensa con responsabilidad e informar con rigor.
Aunque no solo eso. El periodismo debe ser crítico, pero también analítico. Tiene que formularse fundamentalmente en los principios y valores éticos más relevantes y esenciales: La solidaridad, el respeto, la tolerancia, la igualdad y sin duda la justicia, no solo como medio para un fin, sino con el objetivo de promocionarlo.
El periodismo no debe derrocar gobiernos, no debe construirlos y si puede, jamás utilizar esa habilidad. El periodismo es el contrapoder. Aquel que leerá la cartilla a los gobiernos cuando no cumplan su programa, aquel que promocionará la igualdad en cualquier vector de la sociedad, aquel que garantizará un derecho y nada más.
Un medio de comunicación que habla de “mujeres muertas”, como si fuera por generación espontánea, que habla de homofobia siempre describiendo una escenificación de provocación y hablando de racismo, dejando una sombra de sospecha que aquella “supuesta víctima” de un “supuesto agresor” “supuestamente racista” ha sido agredido “supuestamente”.
A veces, llevamos la presunción de inocencia hasta límites del absurdo. Muy cuidadosos con la ley y la democracia española en materia de principios jurídicos de primero de derecho, menos cuando hablamos de Venezuela, Cuba, Podemos o Corea del Norte. Aquí todo vale, hasta la mentira.
La mentira en el periodismo es un virus tan letal que hasta nos invade la necesidad de inventar términos. La denominada “posverdad” que al final es una mentira con retórica, se utiliza un sinfín de veces para tergiversar, desvirtuar un debate, un evento, un acontecimiento político, económico, social, cultural… da igual.
Venezuela es una dictadura y por ende, todo aquel que se posicione, ya no a favor del gobierno venezolano, sino en contra de un opositor golpista, es directamente tildado de antidemócrata.
A mí me han llegado a llamar fascista por criticar que en España hay un jefe del estado no electo, al tiempo, que esos que me llamaban fascista criticaban a Cuba y a Fidel Castro por ese mismo hecho, aludiendo a la brillante y nítida democracia española, con una estructura de gobierno distinta, pero comparable.
Es importante desarrollar correctamente el discurso, simplemente, porque un discurso genera narrativas. Si todos los medios dicen que alguien elegido democráticamente por su pueblo es un dictador, entramos en un discurso de posverdad.
Un dictador, en principio, no puede ser alguien elegido democráticamente por definición. Otro tema es que haya sido una vía de acceso al poder, bien, pero en general alguien que se presenta a unas elecciones, lo hace para ser votado y si tiene más votos, gana (que no significa que gobierne). Y eso no es un dictador. Aunque que Hitler ganó unas elecciones democráticamente no es cierto, por si alguien estaba pensando en ese ejemplo tan cotidiano, fue elegido, pero no democráticamente.
En todo caso, podríamos decir que es un presidente autoritario, que no gusta del diálogo y que no tiene la habilidad ni la intención de negociar con la oposición. Ahora bien, no es un dictador.
Esta manera de exagerar y tildarlo todo de “nazi” cuando no gusta, tiene varios nombres y teorías bajo esa premisa.
La ley de Godwin que afirma que en una discusión la probabilidad de comparar una idea política con Hitler tiende a 1 o la ya mencionada posverdad que es esa mentira con retórica reduccionista que pretende modificar la narrativa con distintos objetivos desde el discurso emotivo o el clásico sensacionalismo de la prensa amarillista que busca lo morboso para vender.
Cuando identifiquéis que un periódico no garantiza la información, que es tendenciosa, amarillista, sensacionalista, genera odio y sus fuentes no son fiables, aunque diga lo que queréis escuchar, castigadles dejando de consumir su producto.
Es la única manera de corregir la mala praxis, que es MUY generalizada.
Texto: Antoni Miralles Alemany
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