Hace mucho que no se ven y hoy coinciden en el mismo vagón de metro, uno sentado enfrente de la otra. En medio y de pie dos chicos que conversan sobre placas solares y que de vez en cuando mueven un brazo o abren un hueco entre abrigos que les permite a ellos verse, aunque ninguno se decida a hablar primero. No acabaron bien, pero hace tanto de ello que realmente deberían pararse un rato a saber qué es lo que salió mal. Él piensa que al ser más impaciente se cansará antes y saludará primero, pero si ella no devuelve el saludo lo dejará en tierra de nadie, y si lo hace le obligará a soportar el peso de las preguntas. Ella piensa que como es posible no sentir ya nada por alguien que movía su mundo con solo un arqueo de cejas, y ese pensamiento le resulta reconfortante, casi tanto como para sonreírle aunque de su boca aún no salga un “hola”.
Él piensa que solo con cuatro o cinco frases ubicadas en los silencios que no tocaban, y con otras dos a tres pausas en lugar del pliego de reproches que siempre escapaba de su control en los instantes más inoportunos, posiblemente ella estuviera ahora sentada a su lado. No termina de convencerle esa perspectiva. Ella piensa que él se ha acartonado un tanto desde entonces, e igual sea porque se eche en cara algo, lo cual sería bastante sorprendente pues en su momento no podías sacarle una disculpa ni con alicates. Él piensa entonces que si coge todos los días este metro y hoy ha ido a encontrársela a ella aquí, puede deberse al hecho que tenga estos días el coche en el taller…o que salga con alguien que hoy no podía acercarla al trabajo. Ella recuerda que ésta no es la ruta habitual del trabajo de él, y visto que él no tenía más horizonte que ascender en su empresa, es posible que ya no viva en ese piso, y que ese cambio forme parte de otros que contribuyen poco a poco a ir alejándolos. Él se imagina una cerilla que ya no prende y se rompe al querer rascarla y ella descubre que se ha olvidado del momento exacto en que se conocieron. Él recuerda que es lo primero que le gustó de ella pero cuando los chicos separan sus abrigos, el asiento de enfrente está vacío. Sin saber bien por qué, ella le dice “hola” al primer desconocido con el que se cruza en las escaleras de salida.
Texto: Jean Boucicaut
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