Lejos, se me va quedando el bullicio, las luces, la fiesta del consumo. La tarde noche recupera el sosiego cuando abandono el centro y me adentro en el barrio. Mayo se ha percatado de mi cercanía y olfatea mi presencia cuando doblo la esquina de la calle. A él, tampoco le gusta el alboroto, el ruido le hace daño. Sólo la música lo invita a apoyar el hocico sobre sus patas delanteras y perderse con su mirada triste y sus hermosos ojos. Esta noche nos transportará una voz familiar. Esta noche vamos de concierto, vestidos para la ocasión: él sobre su alfombra viajera, yo con las zapatillas de casa, las que utilizo siempre para trayectos de largo recorrido, aquellos en los que transito por el tiempo callejeando por los recovecos de la memoria. Es un perro fiel y educado: espera que ocupe mi asiento frente al escritorio, antes de acomodarse él. La habitación ha quedado en una penumbra envolvente, sólo la pantalla del ordenador y la luz blanca del flexo anuncian la inminencia del viaje, del concierto con el que sobrevolar toda una vida…
La huella de un cuerpo juvenil ha quedado grabada sobre la superficie del colchón de lana, afuera, tras los cristales del balcón, la persiana aguanta los embates del invierno. En noches como ésta, el dormitorio se convierte en una especie de crisálida, un espacio acotado y sin fronteras. Sueña y sueña con soñar que sueña. Esta noche la pócima, como otras, será la voz del cantautor la que le pinte, envuelta en las gotas de un piano, a esa muchacha que dio a morder su piel de manzana. Muchacha sin nombre que sólo ve cuando cierra los ojos, que sólo siente cuando imagina sus caricias, que sólo escucha cuando presiente su voz, mientras la aguja del pequeño tocadiscos cabalga sobre el surco y sobre el surco sueña, entre pequeños chasquidos que parecen anidar en el altavoz con asa de maleta.
El concierto, el viaje, prosigue. Mayo me ha ofrecido su alfombra, desde las alturas, desde su altura, el paisaje se divisa mejor, a ella me abrazo para no caer al vacío.
El antiguo Hospital está acordonado, hombres grises sin rostro, marionetas del miedo salvaguardando la ignominia, la mancha de sangre y el olvido. En uno de los cruceros, la gente bebe por igual del miedo y la indignación, del sueño y la pesadilla. Es la voz del cantautor, la que recogió de la digna trinchera los versos del poeta, la que los mueve: para la libertad, sangro lucho, pervivo… Verso y canción, poeta y juglar amalgamados, indisolubles, acunan la rebeldía de unos corazones que, henchidos de primaveras, echarán un pulso a la Historia.
Hay veces que la memoria traza cicatrices profundas. Mi viaje, el concierto, sigue devorando etapas, hitos que marcan la carretera de una vida. Desde su alfombra, Mayo, me ve alejarme, como si intuyera que voy a adentrarme en otro tiempo, se mantiene expectante, sabe que volveré…
Hoy el aula, la clase la han ocupado los poetas, como tantas veces, su voz hecha de verso y canción nos ha impregnado de nostalgia, de indignación, de tristeza, de amor y empatía. Sólo la poesía puede coinvertir cuatro paredes frías en el habitáculo candente de un alma colectiva. Hay emoción, algunas miradas líquidas, cuando el cantautor revestido de poeta pone voz y música al llanto, a la victoriosa derrota: ponme a la grupa contigo y llévame a ser contigo pastor…Quién puede callar la voz del juglar, quién puede borrar los versos del poeta, cuando su sangre es la nuestra, cuando su latido es el nuestro. La clase, esa clase, en la que las paredes del aula han quedado derretidas ya no tendrá fin, como su banda sonora.
El concierto toca a su final, que es el comienzo, la noche ha madurado y pronto la madrugada nacerá preñada de su eco, de la voz del cantautor, que inicia ahora su última canción, aquella que fue la primera. Eso le ha dicho Ella, después de cuatro décadas de compartir travesía. Fue su primer disco, la música y la letra de dos vidas que, en un punto indefinido de su existencia, convergieron en una voz y una letra: Quizás porque mi niñez sigue jugando en tu playa y escondido tras las cañas duerme mi primer amor…
Juan Jurado.
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