Al hablar de Memoria nos suelen reprochar, a quienes buscamos concordar la historia con la verdad, el anticlericalismo producido durante los años republicanos y los crímenes perpetrados hacia el clero en las zonas fieles a la República. No se niega la reacción brutal que en diversos lugares se dieron en contra de personas ligadas a la iglesia (de forma especial a grupos religiosos) y al patrimonio cultural que padeció incendios y latrocinios injustificados. La escandalosa cifra de asesinados miembros del clero católico no tiene justificación ninguna, lejos de este artículo intentar encontrarla. Lo que es imprescindible, a mi entender, es analizar el anticlericalismo español, sus causas y el origen del mismo.
El concepto de nación española, para una parte del país adscrito a una derecha irredenta y nacionalista, va unido a la religión católica. Como apuntaba Franco “se es español porque somos católicos y somos católicos por españoles” La amalgama de nacionalismo español y catolicismo ha sido causa amarga y origen de los dispendios que pretendemos analizar.
El anticlericalismo, el odio exacerbado hacia la religión, no surge en los años republicanos, ni mucho menos. Nos remontamos, como tantas veces, al reinado del nefasto Fernando VII, incluso viene de mucho antes, no olvidemos que fueron los Reyes Católicos los creadores de la Santa Inquisición, que era muy proclive a quemar, no conventos sino a cualquier persona disidente. Durante la guerra de la Independencia, la iglesia tomó partido de forma mayoritaria por los partidarios del Borbón huido, con cumplidos nombres en la guerrilla de curas que cambiaron el rosario por el trabuco y se echaron al monte con un furor patriótico rayano en el sadismo. Las huestes napoleónicas arrasaron con el patrimonio eclesial como con cualquier otro, quemaron conventos y se tomaron represalias contra sacerdotes y religiosos/as, por suponerles contrarios a la invasión, pero también lo hicieron con casas poderosas o con museos. Hubo algunos curas afrancesados como Juan Diego Duro y Cándido Mendívil, entre otros, condenados a muerte de forma brutal (fueron arrastrados por caballos hasta morir) por decantarse hacia el bando del rey José. En total, además de los ajusticiados, fueron más de doscientos sacerdotes los que marcharon al exilio francés una vez acabada la guerra de la Independencia, por afrancesados.
La traición al pueblo español de Fernando VII puso su grano de arena en el odio irredento hacía una iglesia cómplice del tirano. Poco después de ser entronizado el rey con gran alborozo del pueblo, ganada la guerra mientras él disfrutaba de su exilio voluntario en Francia, juró la Constitución de Cádiz muy a disgusto (no son los Borbones amigos de componendas) para poco después pasar a abolirla con amparo de los Cien Mil Hijos de San Luis, y como no, de esa iglesia que siempre formó tándem con el absolutismo porque mamaba del mismo en forma de prebendas y privilegios. Las Cortes de Cádiz y su Constitución no pretendían quitar privilegios ni al rey ni a la iglesia, incluso en uno de sus artículos se reconocían que la iglesia Católica era la oficial del estado. Aún con esas inocentes prendas por parte de los constitucionalistas de Cádiz, a la curia española no le gustaron jamás los derechos del pueblo ni jamás tuvo sentido democrático.
En 1822 se subleva la Guardia Real en Madrid contra la monarquía parlamentaria, durante días, clérigos absolutistas, asaltan edificios religiosos ejecutando a cuanto clérigo osara apoyar a los liberales. Previamente, en 1820, como consecuencia del levantamiento de Riego, como boicot al apoyo de la iglesia al absolutismo y a la Inquisición, se producen ataques a edificios eclesiales y fusilamientos de curas por parte de un pueblo enfurecido por las traiciones del Borbón amparadas por los clérigos y la curia eclesiástica.
Durante la Semana Trágica de Barcelona, en 1909, el Partido Radical de Alejandro Lerroux, asalta conventos y asesina a integrantes de comunidades religiosas. El pueblo identifica, con total razón y pruebas, la opresión del empresariado de entonces con somatenes y criminales a sueldo que diezmaban al movimiento obrero, con una iglesia siempre aliada de los poderosos y presta a encintar a los revoltosos.
Las causas de la malquerencia las encontramos en la propia historia del nacional catolicismo español. La iglesia oficial de forma constante se ha posicionado al lado del poder absoluto, del jerarca que amordaza y esclaviza al pueblo. Por no entrar en detalles de los atropellos producidos por la Inquisición durante siglos que permanecen en la memoria de un pueblo dolorido. Insistimos, la iglesia siempre camina en paralelo al poder, se alimenta de él y ofrece coartada para sus desmanes. Quizá sean estos los motivos profundos que se descubren analizando la historia para entender por qué se produjeron durante los años republicanos los dislates anticlericales.
Cuando el catorce de abril de 1931 se proclama la República española y el rey marcha al exilio, el cardenal Segura, pocos días después publica un elogio al destronado Alfonso XIII: «quien, a lo largo de su reinado, supo conservar la antigua tradición de fe y piedad de sus mayores». Elogio y loa a un rey que se hizo famoso por sus infidelidades, corrupciones, la cantidad de hijos que dejó desperdigados por el país y por el amor indiscutible a la pornografía, tanto que fundó una productora muy fértil en elaboración de películas que aún hoy nos sonrojan. Para el cardenal Segura, el Borbón, corrupto y rijoso era adalid de la fe.
https://www.newtral.es/alfonso-xiii-cine-porno/20220605/
Pueden imaginar el mosqueo producido , tanto en el primer gobierno republicano, como en el pueblo que mantenía la resaca del entusiasmo republicano. El gobierno estaba presidido por Niceto Alcalá Zamora, siendo ministro de Interior Antonio Maura, ambos creyentes de misa diaria. La perplejidad de pueblo y gobernantes se manifiesta ante el exabrupto del cardenal. En respuesta -desmesurada respuesta- a la carta de Segura que demuestra una vez más el posicionamiento de la iglesia oficial, durante los días, diez hasta el doce de mayo, elementos incontrolados proceden a la quema de conventos y de iglesias. Estos lamentables hechos producen descredito en el gobierno legal ante las democracias occidentales por lo que se prestan raudos a controlar los desmanes y encarcelar a los revoltosos. Las pérdidas de incalculable valor artístico de los monasterios e iglesias incendiadas producen dolor a cualquiera amante del arte y del civismo aun sin sentido religioso.
Cuando se crea la Comisión Constitucional en las Cortes Constituyentes, se elabora un proyecto el dieciocho de agosto de 1931, que muestra con un artículo, el tercero, la separación iglesia estado con el enunciado de: “el Estado español no tiene religión oficial”. También se incluye la supresión de órdenes religiosas (especialmente indicada para la disolución de los jesuitas por sus condiciones específicas que les hacían sospechosos) se incluye la nacionalización de los bienes conventuales y se limita la libertad de culto al interior de los templos. Como consecuencia de esto se sacan los crucifijos de las escuelas públicas y la religión pasa a figurar solo en el ámbito privado, o en las escuelas dirigidas por los religiosos.
El clamor de los integristas que producen estos artículos se enardece de forma total. Los anatemas saltaron hacia los grupos republicanos, tanto socialistas, radical/socialista, como el partido de Azaña, Izquierda Republicana. Se había tocado algo sagrado para la iglesia española: el poder de la escuela, que suponía dinero y domar las conciencias infantiles hacia sus propios intereses. Sacar el crucifijo y prohibir la enseñanza religiosa a los sacerdotes y religiosos, supone perder ese poder y el dinero que generaban a una institución que está acostumbrada a mandar.
Roma , en un principio, acató la República, el nuncio Tedeschini, el 24 de abril de 1931, envió un telegrama a todos los obispos en el que les transmitía el “deseo de la Santa Sede” de que “recomendasen a los sacerdotes, a los religiosos y a los fieles de sus diócesis que respetasen los poderes constituidos y obedeciesen a ellos para el mantenimiento del orden y para el bien común”, tal y como recuerda el sacerdote e historiador Vicente Cárcel Ortí, pronto las buena intenciones se trocarían en enemistad total.
El 3 de junio, al día siguiente de que la ley fuera sancionada por Alcalá Zamora, presidente de la República, el Vaticano daba a conocer una carta encíclica de Pío XI, Dilectissima nobis, dedicada exclusivamente a contrariar la ley que atentaba «contra los derechos imprescriptibles de la Iglesia».
Tanto Niceto Alcalá Zamora como Antonio Maura, dimitieron de sus cargos, debido a su clericalismo ofendido en cuanto entra en vigor la Constitución. Terminado el texto constitucional, queda claro en el artículo veintiséis que España era un estado laico. Durante la tarde de la votación constitucional, Azaña, pronunció la famosa frase, sacada totalmente de contexto, de que “España ha dejado de ser católica” que ha servido de bandera para exorcizar al republicanismo como antidios, antiespaña, y anti todo.
En esos momentos, en las Cortes españolas, de los 478 miembros, solo una cincuentena eran abiertamente pro católicos, por lo que fue fácil aprobar una modélica Constitución que fue imitada, años después, por diversos países europeos y que aún nos produce admiración. Otra cosa era la calle, donde las huestes vaticanas armaron todo un folclore con ataques indiscriminados al nuevo estado y a los políticos que lo integraban. Vuelve el cardenal Segura a entrar en tromba contra la Constitución aprobada por mayoría y otros como Manuel Irurita, obispo de Barcelona, en una carta pastoral el 16 de abril de 1931 dice: «sois ministros de un Rey que no puede ser destronado, que no subió al trono por votos de los hombres, sino por derecho propio, por título de herencia y de conquista».
El articulado de la Constitución del nueve de diciembre del treinta y uno, además de la separación iglesia estado, elimina la financiación estatal al clero -por ahí, por ahí va mucho del enfado- introduce el matrimonio civil, se aprueba el divorcio y solicitan la disolución de los jesuitas. Esos fueron las causas de la guerra que se desencadena poco después contra el estado republicano por el catolicismo ultramontano.
Ya hemos dicho que los intereses de la iglesia estaban poco representados en las cortes constituyentes del treinta y uno, por lo que en marzo de 1933 se funda la Confederación Española de Derechas Autónomas (CEDA) partido liderado por el abogado Gil Robles, integrado por grandes terratenientes, profesionales urbanos y un contingente amplio proveniente del carlismo español. Se prometen combatir la secularización del estado, anular los artículos constitucionales que consideran “anticatólicos” y vinculan en todo momento la defensa del catolicismo a la defensa de la propiedad privada y de las esencias patrias. Gil Robles, visitará poco después de fundar su partido, la Alemania nazi, estrechando relaciones con Hitler…y con consignas antidemocráticas consigue, junto a otros partidos minoritarios, ganar las elecciones siguientes.
El historiador Bruce Lincoln, confirma que “la iglesia católica se convirtió en una religión contrarrevolucionaria” El paradigma de los arriscados católicos es el Concilio de Trento (faltaban tres décadas para el concilio Vaticano II) siendo alentados por el papa Pio XI, que reinaba en Roma con ideario ultraconservador https://www.bbc.com/mundo/articles/c4n4kqx9llpo.
Los obispos, dirigidos desde abril de 1933 por el integrista Isidro Gomá, reaccionaron con una «Declaración del Episcopado» en la que sentían «el duro ultraje a los derechos divinos de la Iglesia», reafirmaban el derecho superior e inalienable de la Iglesia a crear y dirigir centros de enseñanza, a la vez que rechazaban “las escuelas acatólicas, neutras o mixtas”
Durante la Revolución de Asturias, los ataques a conventos, iglesias y asesinatos de clérigos se intensifican, tanto que el papa Pio XI publica la encíclica “Dilectissima nobis” en clara referencia a los desmanes revolucionarios. Voces que se levantan en defensa del clero, pero no en defensa de la terrible represión posterior que las tropas al mando del general Franco, infringen a los revolucionarios. Más de tres mil muertos en los ataques a los rebeldes, innumerables detenidos, torturados y encarcelados en condiciones infrahumanas, no conmueven a las autoridades eclesiásticas. Como en el siglo XIX la iglesia toma partido y defiende a los suyos y sus intereses.
A la vez que la republica recorta los privilegios eclesiales surgen por todo el territorio nacional “apariciones” “milagros” donde la virgen se aparece a pastorcillos analfabetos en lugares recónditos con mensajes claros: “la iglesia está en peligro, los impíos ateos quieren el fin de Cristo y debemos rezar y luchar con fuerza contra ese ateísmo demoniaco”
El fenómeno de las apariciones marianas en España entre 1931 y 1932
El 20 de febrero de 1936 ya podía leerse en El Pensamiento Alavés «que no sería en el Parlamento donde se libraría la última batalla, sino en el terreno de la lucha armada»
Todo lo que se escribió entonces y sobre todo los recuerdos que, de esa primavera, se transmitieron a partir del golpe de Estado para legitimarlo emitían el mismo mensaje: la izquierda había falseado el resultado de las elecciones de febrero de 1936; el «Gobierno del Frente Popular» era «ilegítimo», «tiránico», «traidor» a la Patria y «enemigo de Dios y de la Iglesia». Como verán nuestros lectores/as el argumentario de la derecha ha evolucionado muy poco.
Desde todos los puntos de la geografía patria, las parroquias, conventos y monasterios se posicionan a favor de una solución violenta. Cuando los generales africanistas dan el golpe de estado contra el gobierno legal, su postura es claramente a favor de la violencia militar y en contra de la república con la participación -tal como ocurrió en la guerra de la Independencia– de numerosos clérigos que luchan en el bando fascista. Salvo en Euskadi, donde el clero es mayormente nacionalista y los integrantes del PNV en el gobierno, manifiestamente católicos de misa diaria y rosario en familia. Las quejas del gobierno del lehendakari Aguirre por los desmanes anticlericales producidos en el periodo inicial de la guerra son notorios, incluso el gobierno vasco duda en mostrar su apoyo a los sublevados debido a los problemas producidos contra la iglesia. Estamos seguras de que si no hubiera mediado el nacionalismo centralista que deseaba borrar las autonomías, el gobierno de Euskadi se hubiera posicionado claramente a favor de los sublevados.
El clero vasco, pagaría con creces su desafección al golpe de estado. Fueron fusilados bastantes curas y otros confinados en la cárcel concordata de Zamora donde recluyeron a más de un centenar de sacerdotes vascos, por cierto, integrados en la Querella Argentina contra los Crímenes del Fascismo.
No faltaron excepciones a la unanimidad católica frente al golpismo, como el de Leocadio Lobo, propagandista de la causa republicana durante la guerra que confesó en un mitin en Madrid (ABC, 22-9-1936) que estaba al lado de “las masas que se rebelan contra un sistema económico absurdo y brutal” porque “a su lado está la Iglesia desde hace mucho tiempo, aunque nuestros egoísmos hayan olvidado las enseñanzas de los papas”; y sobre la violencia, reconocía que los dos bandos habían cometido atrocidades, pero “la responsabilidad moral de la barbarie residía en los que habían desencadenado la guerra (…) alzados contra el poder establecido”.
Los golpistas fueron especialmente crueles con las capillas y escuelas protestantes, que al calor de la permisividad republicana, se habían instaurado en España, fusilando y encarcelando a pastores y maestros protestantes, haciendo ver que, o se era católico o nada. En Gran Bretaña, un grupo de pastores anglicanos y metodistas elaboraron un informe, a principios de 1937, que afirmaba que en “España no había evidencia como en Rusia de un movimiento anti-dios, y que sus gobernantes [republicanos] estaban informados de un gran espíritu de tolerancia religiosa”.
https://www.elmundo.es/cultura/2021/12/04/61a9ec63fc6c83454f8b45c4.html
Sobra decir que la curia española hace manifiestos de abierto apoyo a los sublevados, como se manifiesta en la carta del cardenal Pla y Deniel que en 1939 lanza alabanzas a los caídos del bando fascista, aunque meses después, hará críticas hacia Franco por la amistad mostrada hacia los nazis, que eran considerados ateos y solicita una cierta misericordia hacia los derrotados de la guerra, con lo que Franco se indigna y prohíbe la publicación de la carta pastoral.
También, el general, tendría desencuentros con el cardenal Segura, que había sido reclamado por el Vaticano durante su pugna contra la Republica. Solo la intervención de Serrano Suñer paró la expulsión decretada por Franco, hacia el irredento cardenal, con lo que de haberse producido dicha expulsión el Concordato con el Vaticano del nuevo gobierno, hubiera peligrado.
Como conclusión veremos que el anticlericalismo español es tan genuino como los privilegios de una iglesia imbricada en el poder económico y con la monarquía corrupta así como con los terratenientes que mantenían el campo en barbecho y a sus trabajadores en régimen de semi esclavitud. Nada justifica, lo que el historiador Manuel Alvarez Tardío, especializado en estudios sobre el anticlericalismo en España, que entre febrero y junio de 1936 se produjeran 957 actos de violencia en contra del clero, entre edificios incendiados o asaltados, atentados contra edificios y agresiones a personal religioso, todo ello unido a los que se realizaron durante los años anteriores nos dan un número elevado de crímenes injustificables.
Constatamos que estos hechos fueron producidos por elementos exaltados ajenos al gobierno; cierto que se puede acusar a las autoridades republicanas de poco celo en el control de estos trágicos sucesos pero jamás fueron alentados por ningún gobierno legal, ni por las diversas autoridades locales, bien al contrario, resultaban detestables incluso por puro pragmatismo ya que los fascista utilizaron la violencia anticlerical para desacreditar al gobierno legal republicano y su desprestigio en Europa sirviendo como excusa para la No Intervención.
Jamás se podrá justificar ni un solo crimen, ni el expolio y destrucción de los tesoros artísticos en poder de la iglesia, aunque entendemos que la iglesia oficial y su posicionamiento, siempre fuera a favor del poder antidemocrático, propició la aversión del parte del pueblo hacia ellos. Es altamente probable, que una iglesia neutra, preocupada por los bienes espirituales y no adscrita al poder, jamás hubieran provocado el anticlericalismo que tiñó de violencia siglos de la historia de España.
María Toca Cañedo©
https://www.infolibre.es/opinion/ideas-propias/iglesia-segunda-republica_1_1211701.html
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