Aquí andamos como pollo sin cabeza en espera de recibir resultados. En los USA, digo, el país al que llaman más adelantado del mundo (perdonen que me ría…siempre con permiso de chinos y japoneses, que el futuro tiene los ojos oblicuos, mal que pese al hombrecillo naranja) y el más poderoso que también dicen, sin saber resultados hasta no sabemos cuándo.
Mucho nos recuerda, esto de ahora, a aquellas célebres elecciones entre Bush, de triste memoria y Al Gore, en el 2000 cuando tuvieron que recurrir a la mano para contar votos. Hoy se sabe que hubo fraude siendo ganador Al Gore. La historia -triste historia- la escribió el lumbreras de Bush con la caída de Torres Gemelas y la siguiente invasión a Irak, como cosas destacables de su periodo. Cosa curiosa, comparándole con el actual presidente casi nos parece normal al que entonces sentimos como el peor presidente jamás visto. Todo puede empeorar, queridas lectoras/es
Lo peor es que saber el resultado, nos tememos, que no resuelva mucho porque Trump, avisó que «trampa si pierde y trampa si gana por poco». Y que rompe la baraja. En un mensaje que solo un peligroso orate psicópata lanza desde la presidencia de un país lo suficientemente convulsionado como para poder prender una mecha de consecuencias imprevisibles. Imagino al pueblo norteamericano -los normales, que los hay- aguantando la respiración mientras contemplan las fluctuaciones de la elección presidencial, que no sabemos si es peor que siga el orate o pierda y monte la de Dios. Cosas de la democracia
Les confieso que pasé una noche mala. Con malas intenciones de conectar la televisión para que la Sexta me contara cómo iba la cosa. Tuve criterio y no lo hice pero no descansé. Recordé como hace muchos años en una gozosa tertulia con amigo muy querido, recientes las elecciones argelinas que habían dado el poder a los Hermanos Musulmanes, creo que corría 1992, discutíamos sobre la gravedad del asunto. Mi amigo, de procedencia judía, era partidario de un golpe internacional para anular el escrutinio y yo defendía, con la vehemencia acostumbrada, la legalidad democrática. Conocedor de mis puntos débiles, mi amigo, intercalaba argumentos sobre el retroceso que sufrirían las mujeres en el país. El burka, las consignas fanáticas de sometimiento absoluto al varón, la pérdida de derechos… como forma de justificar el puenteo al sistema democrático para conservar los derechos del pueblo argelino y de forma específica, de las mujeres argelinas. Y yo, erre que erre, con la prioridad del voto sobre todo lo demás.
Esta noche electoral estadounidense recordé con cariño la discusión porque unas preguntas se cernían sobre mi lecho. ¿Qué vota la gente cuando vota a orates tan evidentes como Donald Trump? ¿Sería justificable un golpe de cualquier tipo, incruento, por supuesto, que eliminase a un mono loco con los mandos del poder? ¿Mejora el mundo al saltarse las normas sólo cuando es preciso? Preguntas que no hacían más que producir desasosiego y mal sueño.
Con mi amigo defendí la solvencia, ante todo, del sistema democrático, porque el voto popular lo sentía y lo siento sagrado. «¿Aunque sea a tipos tan detestables, María?», me pregunté. Pues sí. Por norma, por principio. Y porque abrir la espita de la justificación de un golpe sería abrir una caja de Pandora que no sabríamos ni cómo ni a dónde nos podría llevar. Aunque…
Les planteo la pregunta. Queridas lectoras/es, me gustaría saber sus opiniones. ¿De estar en su mano harían algo para evitar que el voto popular se confabulase contra el sentido común, contra la supervivencia o al contrario lo respetarían siempre, en todo momento y lugar?
Y no es que yo crea que el oponente del señor Trump, el sosainas de Biden, es para regodearse, que no. En política internacional más de lo mismo o peor. En muchas cosas ni se notará el cambio. Pero, ay amigas, en el racismo que rezuma esa Casa Blanca habitada por tontos, el trato vejatorio a todo concerniente a feminismo, la xenofobia enfermiza de un hijo de emigrantes, no se puede comparar. Por no hablar de la ecología que anda manga por hombro con un estúpido que si por él fuera forraría de industrias y hoteles horteras ambos polos y selvas amazónicas. Por eso todo el ala izquierda del Partido Demócrata ha salido al rescate. Aunque con buen sentido, Alexandria Ocasio-Cortez ha repartido collejas ayer mismo a ese partido oxidado, viejuno, que malvive dentro de un sistema que chirría.
O dejan paso a la gente renovadora y mantean el guano que guardan en los sótanos del poder o EEUU se convierte en una autarquía que oprime a la mitad de la población, que mal que pese al american way of life, es afroamericana, hispana y asiática. Nadie o pocos, representan a los colectivos marginados de la opulenta sociedad norteamericana por eso se inhiben de votar. Y por las dificultades que tienen los que no interesan. La pregunta ¿es válida la democracia y el respeto a lo votado en un país con márgenes de injusticia y diferencias sociales como el norteamericano? me asaltaba en esa noche inquieta que he vivido.
No tengo respuesta, queridas lectoras/es. Ni la tendré. Solo sé que ese sistema hoy no sería capaz de hacer un Wategate y echar al Nixon de turno, que en comparación con Trump nos parece una gacelilla sin mala intención. El sistema ha caducado por inapropiado, por corrupto, por injusto. Y en esa caducidad el Partido Demócrata ha tenido tanto que ver como el Republicano. Ambos dos se merecen. Los que no merecen una presidencia de orate psicópata es la población marginada y depauperada del gran país que es EEUU. Y de rebote el resto del mundo que no le votamos pero le padecemos.
María Toca Cañedo©
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