Ahora que muchos espectadores hemos visto ‘Patria’ (2020), la adaptación para HBO de la novela de Fernando Aramburu, convendría ahondar y ampliar conocimientos.
Convendría hacernos con una cultura de la violencia, la que se padece física o psíquicamente. Y también la que, acaso, no se percibe o no se vive estrictamente como tal, dadas su naturalización y normalización.
Hay que sondear otras obras (también las de Aramburu), obras que nos puedan mostrar la agresión, su brutalidad o su sibilina ejecución.
Hay que hacerse con una idea firme, reflexiva, de lo que es la violencia de la especie y de lo que resulta violencia histórica, circunstancial y no por ello menos grave. Hay que abordar el fenómeno con claridad y coraje, con perspectiva racional y emocional.
Hace un par de años descubrí a Edurne Portela y, desde entonces, he ido leyendo sus libros y ensayos y artículos periodísticos con el máximo interés.
En el Club de Lectura de la Librería Gaia de Valencia presentamos en su momento ‘Mejor la ausencia’ (2017), una novela de mucha hondura y de grandes valores literarios.
En los libros de Edurne Portela hay siempre una reflexión o una representación de la violencia, sobre todo, de la violencia en el País Vasco. Con compromiso y distanciamiento.
Además de ‘Mejor la ausencia’, me impresionó el ensayo que precede a la publicación de la novela.
Me refiero a ‘El eco de los disparos’ (2016). Dicha obra la recomiendo vivamente.
Examina la representación cultural que de la violencia se ha hecho en el País Vasco.
Y examina el comportamiento común, cotidiano, que los ciudadanos han tenido ante el terrorismo.
Y ante el derrotismo, ante la supuesta fatalidad de los dispares y de los disparos.
En las páginas de Portela, hallamos reflexión y representación. En otros términos: una exégesis erudita y una recreación implicada del fenómeno violento.
O, en otras palabras, hallamos ensayo y narración, pero también autobiografía: un cruce de géneros con que la ensayista nos interpela.
La violencia en la literatura de Edurne Portela no alude sólo a la detonación, al secuestro, a las heridas infligidas, al asesinato.
Es también el eco que se desvanece, es la resonancia fatal y duradera de los disparos.
Pero violencia es igualmente el silencio cómplice de quienes no se conmueven. Y es, en fin, el silencio de los muertos y de las víctimas que sobreviven.
En Portela, la cobardía humana es su objeto más obsesivo: propiamente, su objeto interior.
Me refiero a la falta de valor, de coraje, a la nula implicación con el dolor, con los seres dolientes.
Me refiero al desistimiento moral.
Portela trata con los recursos de la historia y de la filología la violencia.
Pero examina también con finura y acierto esa cobardía de la masa, de la cuadrilla, de la horda.
¿Por qué la violencia etarra dejó indiferentes a tantos en el País Vasco?
A tantos y por tanto tiempo. Pues por múltiples razones y, desde luego, no muy edificantes.
Pero entre los factores que podrían aducirse, aparte del miedo y del fanatismo, Portela se detiene en la ausencia de imaginación moral.
Lo que fracasó o lo que faltó durante años y años y entre tanta gente fue la imaginación moral.
Esa facultad nos permite representarnos al otro que nos desmiente o contraría.
Que falte imaginación no significa que se carezca de fantasía.
Que falte imaginación moral significa que se carece de empatía, de compasión, de piedad: son éstas unas cualidades que no nos vienen dadas.
Son virtudes humanas que hay que cultivar.
Si al otro lo conviertes en Otro, si confundes al extranjero o al extraño con el enemigo o lo haces mero representante de un todo, de un colectivo, entonces es fácil desentenderte de su dolor.
Aún más: es fácil dañarlo, matarlo o sencillamente ignorarlo.
Imaginar implica ponerse en el lugar del otro y en ese caso la literatura y el cine (la creación, en fin) nos ayudan a desdoblarnos, a salir de nuestro ensimismamiento egotista y egoísta.
El arte es o puede ser sublimación y escape. E incluso enajenación. Pero el arte es también una forma de recrear y restaurar lo que apenas vemos o no queremos ver.
Por ello, Edurne Portela estudia en su ensayo y con detalle obras de arte, de creación.
Si no captamos otras vidas, si resueltamente nos desentendemos de los otros, caminaremos sin sobresaltos emocionales. Como zombis, ciertamente.
Si no somos capaces de abandonar a ese personaje nimio que es cada uno de nosotros y que siempre nos acompaña, entonces seremos zotes. Seremos tipos sin compasión.
La piedad no es asunto exclusivamente religioso. Es urgencia humana y para ello hay que desintoxicarse. Para ello hace falta imaginación…
Justo Serna
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