Hablaba ayer con una buena amiga de Madrid sobre las dificultades, en todos los sentidos, que «Filomena» ha traído para realizar una vida normal dentro de la anormalidad de la pandemia. Ella vive en una calle localizada en la zona de Atocha y entre las placas de hielo, la nieve acumulada, los desbordados contenedores de reciclaje -la basura orgánica ya ha comenzado a retirarse- y el temor a las lluvias anunciadas, los ánimos para superar Enero y sus cuestas están muy por debajo de los túneles por donde circula el suburbano.
-El problema- me decía- es que la gestión de «Filomena«, como la de la pandemia, está siendo nefasta y que cuanto peor lo hacen, más suben en las encuestas. Así que, a las próximas lluvias, les temo porque, si como es previsible, el alcantarillado está en mal estado en buena parte de la capital y comienza a haber inundaciones, con toda seguridad, Ayuso y el PP alcanzarán la mayoría absoluta.
Esto me ha traído a la cabeza aquel aforismo erróneamente adjudicado a Stalin de «cuanto peor, mejor«. La paradójica idea tiene como padre a Chernyshevky, un escritor revolucionario ruso que inspiró a Lenin.
Si no fuera porque uno tiene algunos prejuicios sobre los posibles hábitos lectores de doña Isabel, podría pensar que en algún momento de su vida habría leído al revolucionario ruso. Lo cierto es que Ayuso está experimentando que, cuanto la barbaridad que verbaliza es más grande, cuanto más retuerce el absurdo, cuanto más muestra su incompetencia en cualquier acción de gobierno, cuantas más dudas ofrece sobre la claridad y honestidad de su gestión, cuanto más… Más crecen sus expectativas de apoyo electoral.
Y uno, en su perplejidad, sigue preguntándose: ¿Cómo es posible que ocurra este «sin sentido«? ¿Qué es lo que lo provoca? ¿Qué pueden tener en común un vecino del barrio de Salamanca y otro de Usera para que los dos voten a esta «simpática» señora?
Porque, es verdad, que Madrid, sociológicamente, pueda tener un gran estrato social tendente al voto conservador, pero hasta el punto de transigir (e incluso aplaudir) una gestión tan nefasta como la que están ¿padeciendo? o ¿disfrutando? que ya no sé lo que pensar.
Y miren ustedes, desde el desconocimiento que me da la periferia lo único que se me ocurre pensar es en un proceso de degradación galopante que ha convertido el concepto «centralidad» (somos capital) en «ariete» (somos don Pelayo). En este sentido, Ayuso que ha vendido de forma grosera la idea de que España (su esencia) es Madrid, de que sólo puede haber una idea de España, la que ella defiende, y que el sol saldrá sólo si las esencias que ella emana logran derrotar al separatismo (término que la señora, sus mentores y allegados utilizan para redefinir a la España plural, a la otra España).
En esa idea y bajo esa bandera se agrupan unos y otros, porque el enemigo auténtico no estará en las privatizaciones, en la pérdida de los servicios públicos, en las placas de hielo, en el atranque de las tragonas o en qué se yo que más desastres nos queden por ver. El enemigo público será la pérdida de la unidad y del pensamiento único.
Vamos, como si el Madrid de Florentino estuviera haciendo una nefasta gestión económica y deportiva del equipo, pero, al final se le ganará al Barcelona. Ah, entonces la gestión no será tan mala y los hooligans del Barrio de Salamanca y los de Usera se juntarán en Cibeles a cantar el himno del madridismo.
Casi todo es un absurdo en esta España de comienzos del siglo XXI, pero, en una improvisada clasificación, esto ocuparía puestos de podium: cuanto peor, mejor…
Juan Jurado
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