He asistido un poco al proceso de creación de esta novela casi desde el inicio, porque Regina algo dejaba caer sobre la tarea ingente que llevaba entre manos. Lo que ignoraba era la caladura del empeño. Vitalia es una obra de reconstrucción de una época, un documento vital que nos hace mirar el espejo de la historia de finales del XIX y principios del XX con la perplejidad de comprobar lo poco que ha pasado desde que las mujeres fuimos consideradas meras ubres generadoras de seguridad en la familia, además si eran pobres, como es el caso de Vitalia, el documento se hace estremecedor.
Se dice con frecuencia que conocemos la historia de los poderosos, o de los cercanos a los poderosos, no de los débiles, del pueblo llano que parece no tener historia…o que nadie les escribe los aconteceres cotidianos. Y el pueblo llano conformó los cimientos, la base de la sociedad sobre la que se empinaron los poderosos de los que se escribe siendo protagonistas de obras de arte. Pocos pintores, escultores o autores se dedicaron a retratar al pueblo, más que como pantomima o mero claque de la alta burguesía, quizá Zola fue de los pocos que supo describir a los parias de ese vientre de Paris que nos produce arcadas. La arcada de la verdad, la náusea de saber que la abyección humana y la degradación que produce el hambre, la penuria y la necesidad cava una fosa tan profunda que es imposible franquearla. Pérez Galdós, en España, fue el gran retratista del siglo XIX que bregó con descripciones del pueblo en el que le gustaba perderse, aún con todo, sus protagonistas, salvo en Fortunata (y miren cómo acaba la pobre) los menesterosos son, o sujetos de caridad de señoras de sacristía y piedad dominical, o de castigo al pecado del desorden. Se salvan los contadores de la ingente obra de Episodios Nacionales, pero son eso, meros referidores de la historia mayor. La tropa no gana las batallas, según los libros, son los generales los que eliminan al enemigo, muchas veces sin moverse del puesto de mando ni correr riesgo alguno.
Es necesario contar historias del pueblo. Historias nuestras. Creo que en Vitalia se cumple de largo ese deseo. Los personajes protagonistas son el último escalafón en la escala social: mujeres, pobres, de pueblos perdidos en la remota Cantabria del XIX que salen hacia lo desconocido huyendo de la miseria. Mujeres recién paridas dejando atrás a sus pequeños -muchos de ellos morirán sin remedio a falta de la savia materna- para sacar a la familia adelante. Gracias a ese sacrificio tortuoso el resto de la familia, el pueblo, incluso la comarca, ya que la riqueza que generan se extiende, consiguen salir de la penuria gravosa en que viven. Regina cuenta que coinciden las fechas y la propiedad: las primeras vacas suizas que llegan a los Valles Pasiegos, pueden ser financiadas con el dolor de las nodrizas que emigraron con su leche a otras tierras.
Entren en situación. Son mujeres que habitan los Valles Pasiegos y cercanías, a mediados del siglo XIX, también durante el XX, toman su hatillo y marchan a diversos puntos de la geografía española a amamantar a bebés privilegiados cuyas madres, o no pueden o no quieren dar el pecho a sus retoños. Abandonan su casa, su hijo recién nacido, en compañía de un perrillo (el mamón) escondido en una canasta para que succione la leche y mantenga el flujo de oro blanco hasta la llegada a la nueva casa donde darán alimento al bebé rico. No conocen nada, jamás han salido de sus valles, viviendo en compañía de los suyos, de alguna vaca (solo las más privilegiadas) marchando a las grandes ciudades, solas y con el peso del abandono de los hijos propios, dejados al cuidado del marido o de los abuelos, como en el caso de Vitalia.
Imaginamos el dolor. Imaginamos el tormento de esas mujeres convertidas en proveedoras de leche a las clases pudientes, para que esos niños se criaran fuertes, sanos, bellos. No como los suyos, que si sobrevivían (pocos, muy pocos) era a veces en compañía de raquitismo y delgadez extrema. Ellas eran las ubres de la aristocracia. Se las aderezaba como a yeguas fuertes que mostraban la riqueza de los dueños. Es memorable la respuesta que da Caridad Mercader a Pablo, su esposo, cuando pregunta por qué no se viste Vitalia de pasiega ama con joyas como las demás. Caridad, que ya muestra el duro carácter que después desarrolló con largueza, le responde que Vitalia no es una yegua para llevar aderezos.
Porque esta historia, además de contarnos la vida de Vitalia, es importante también por el amamantado, Ramón Mercader, el que al paso de los años clavó el piolet a León Trosky, dando, quizá con ello un vuelco a la historia del siglo XX. Pasan por esta novela los personajes de Caridad Mercader, Pablo Mercader y el tormentoso inicio del siglo XX, con las huelgas de mujeres en la Barcelona industrial, donde empresarios despiadados contrataban a niñas y mujeres por la mitad de sueldo que a los hombres y los somatenes junto a asesinos a sueldo del capital descabezaban cualquier conato de rebeldía. Todo ello conforma la historia que nos narra con maestría Regina Carral.
Y es que el pueblo ha sostenido con su sangre o con su leche (en caso de las nodrizas pasiegas) a unos seres un tanto desprovistos de conciencia en su mayoría, bien por desconocimiento o por pura abyección. Tomaban lo que necesitaban sin más preámbulos, ayudados por el servilismo finisecular de un pueblo acostumbrado a obedecer, a ser dócil para medrar un poco. Lo justo para comprar un trozo de tierra donde sembrar, dos vacas, un cerdo y algunas gallinas. Paz social gracias al dolor de la mayoría. Esa mayoría silenciosa que la historia de Vitalia, tan magistralmente relatada por Regina Carral, da voz.
Debemos celebrar y leer esa magnífica obra no solo para conocer nuestra (de la mayoría) historia, sino para reparar de alguna forma el dolor de tanto servilismo.
María Toca
http://editorialcirculorojo.com/vitalia/
La novela Vitalia se presenta el jueves día 10 de Enero en la Librería La Vorágine de Santander.
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