¿Cuándo comenzó la guerra entre Ucrania y Rusia? Entiendo que antes, mucho antes de que Putin, dictador y ególatra, ordenara la invasión del primero.
La pregunta podría hacerse extensiva a todas las guerras. La respuesta sería similar: desde luego, antes, generalmente, mucho antes de que el primer proyectil sea lanzado.
La pregunta no es baladí, porque comenzamos a hablar de forma masiva sobre un conflicto armado cuando los primeros cadáveres pudren la tierra. Cuando «agotadas todas las vías de diálogo y bla, bla, bla...», se llega a la conclusión de que los muertos, centenares o miles, son inevitables, casi necesarios.
Hace unas semanas, escuchaba estas palabras a Josep Borrell en relación con el conflicto que se avecinaba: esperemos lo mejor y preparémonos para lo peor. Hay muchas maneras de anunciar algo que se sabe ya inevitable. Ésta es una de ellas. Poco días antes, en medio de infructuosas conversaciones, Biden, presidente de los Estados Unidos anunciaba la invasión. Creo que no llegó a decir día y hora para que no se pensara que el guion de la tragedia ya estaba escrito y leído a ambos lados de las trincheras.
Pero sigámonos haciendo preguntas. ¿Desde cuando se sabía que las conversaciones escenificadas no eran más que una foto para la galería? Esto, me temo, que nadie nos lo va a decir, pero piensen mal, igual aciertan.
Claro, la siguiente pregunta que se me ocurre es tan obvia como necesaria. ¿Qué es lo que realmente se dirime en este conflicto? Mejor ¿Qué intereses hay detrás? ¿Y quienes los representan? En resumidas cuentas, cuáles son las causas últimas del conflicto?
Porque de esto se trata ¿no? si es que queremos evitar que el conflicto se produzca o que se repita en otro lugar. He observado en todos los días que llevamos contando destrucción y muerte, exiliados o manifestantes rusos encarcelados, que los grandes medios de uno y otro lado se han dedicado a buscar culpables. De hecho, las redes arden en argumentario y consignas entre los que señalan con el dedo a Putin, y los que acusan a la OTAN, es decir, a Estados Unidos.
Mientras la gente busca culpables, adhiriéndose a uno u otro bando, se olvidan las causas, las preguntas de calado, las que buscan el origen de éste y de tantos otros conflictos. Soy de los que piensan que las guerras, como el cáncer, pueden prevenirse, pero, claro, mucho antes de que funcionen las armas. Entonces, seguramente, encontraríamos decisiones, iniciativas, ideas, estrategias que siembran la semilla del futuro conflicto bélico. Es ahí donde los análisis de las causas, los aprendizajes que de éstos se extraigan, pueden funcionar como antídoto. Porque es mejor no fumar o dejar de fumar pronto para evitar la quimio, una vez que la guerra se ha extendido ya por todo nuestro organismo, el mal no suele tener arreglo.
El problema es que, igual que la medicina preventiva, es decir, inculcar y favorecer hábitos saludables de vida y alimentación sana, actúa en contra de los intereses de la industria farmacéutica, igual ocurre en este caso: prevenir una futura guerra, cuando realmente se puede, cuando el diálogo es algo más que un atrezo para espectadores crédulos, va en contra de los intereses de la industria armamentística.
Llegado a este punto, nos encontramos con el origen del mal, ese que pocos se cuestionarán a fuer de buscar culpables y no causas: un modelo económico, el neoliberalismo, que, con el formato del siglo XXI, lleva la exacerbación del poder, de la ganancia ilimitada, de la ausencia de ética, de la guerra, de todas las guerras, en su ADN.
Ahora sólo nos queda contar muertos, sufrimiento y destrucción esperemos que con algún límite.
Juan Jurado
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