PONGAMOS QUE HABLO DE MADRID

 

Recuerdo cuando escuchaba aquello de que Madrid era una ciudad hospitalaria. Aquel término venía de las historias que nos contaban cuando éramos pequeños, que hablaban del cruce de caminos que era la capital de España. Un espacio para los sueños, donde miles de trabajadores llegaban desde Andalucía, Extremadura, Castilla La Mancha…, y levantaban una chabola durante la noche para poder dormir bajo techo. Lo hacían de noche para que la guardia civil (que nunca ha sido muy hospitalaria) las derribara.

Hasta hace muy poco, en las calles de Vallecas aún pervivían panaderías de nombre «Los toledanos», conviviendo con bares con el nombre «Los malagueños». El tejido social del barrio hacía que fueran comercios de proximidad, en los que te fiaban la cuenta sin problema cuando lo necesitabas, porque los definía la confianza mutua entre vecinos.

En su lugar, ahora hay franquicias donde trabajan jóvenes precarios (que tampoco son del barrio) trabajando más horas de lo que pone en su contrato y que normalmente no duran mucho en el puesto.

Este ejemplo es aplicable a toda la vida de la ciudad. Como decía Raúl Cimas, antes veías un hombre en patinete y sabías que era Marichalar; ahora podría ser cualquiera.

Y es que antes Madrid no era solo una ciudad grande, sino que tenía sus vecinos, sus barrios, su identidad, su red humana de la que derivaba la actividad económica, sus asociaciones de vecinos que fomentaban la vida social y las reivindicaciones…

Hoy es una metrópoli dirigida a atraer el dinero extranjero. Porque, donde antes había un tejido productivo local basado en comercios de barrio, ahora se legisla para que los multimillonarios se establezcan en Madrid con su dinero y colaboren en la economía de casino (las criptomonedas, la especulación bursátil, los fondos de inversión…) para conseguir no pagar ni un euro en impuestos.

Las multinacionales, con sus particulares condiciones de trabajo y fiscalidad, se adueñaron de las calles del centro. Bajo el pretexto de la contaminación y el cierre al tráfico de vehículos diésel, el centro es un circuito para las multinacionales VTC, cuyas licencias siguen creciendo a nivel exponencial.

Las multinacionales de los rider se adueñaron de las aceras, la circulación en prohibida o por zonas peatonales y, por supuesto, de cada placita o espacio público en los que puedan plantar cada día, de sol a sol, sus estaciones. Esas oficinas, que también son talleres, le salen gratis a la multinacional, mientras hacen uso del servicio público de BiciMad para los repartos privados con cargo al erario.

Donde antes había librerías o tiendas de discos que nutrieron de referencias creativas y de pensamiento a las anteriores generaciones, ahora hay locales de casas de apuestas.

Donde antes había una plaza en la que los vecinos pudieran compartir sus vivencias y sus días, ahora hay una pelea por ver quién planta en el centro la bandera de España más grande.

Lo que antes eran míticas e inolvidables tabernas madrileñas ahora son locales artificiales para guiris. Las mismas posadas que hace cinco siglos acogían a los comerciantes y arrieros que llegaban a la ciudad en la Cava Baja que bordeaba la muralla, ahora no guardan ni el mínimo encanto, invadidas por el turismo de masas y sus dinámicas.

Donde antes había una cafetería donde tomarte un expreso antes de ir al trabajo y encontrarte a conocidos, ahora hay un «specialty coffee» que te sirve un dedo de café por 6 euros rodeado de visitantes haciéndose selfies para subir a Instagram.

Donde antes había negocios familiares de tiendas de ropa, ahora hay multitud de discotecas de música irritante con nenas sexualizadas e infantilizadas en la puerta vendiendo la nueva moda en tallas únicas.

Donde antes había mercados tradicionales, con decenas de puestos de los propios vecinos en los que se empleaba a medio barrio, ahora hay espacios unificados para modernitos en los que tomar una copa de vino y una ostra y pagar como si estuvieras en París.

Donde antes había centros de atención primaria ahora hay nuevas sucursales de la sanidad privada, sustituyendo el modelo social más avanzado de salud por el más avanzado de egoísmo sin escrúpulos.

Donde antes había asociaciones de vecinos, ahora hay guardallaves para los propietarios de pisos turísticos o consignas para que los guiris dejen sus maletas.

Donde había vecinos de toda la vida, ahora hay inmobiliarias de toda la vida que modifican cada núcleo vecinal con cada nueva operación urbanística.

Donde había espacios de lo común, como las grandes plazas llenas de árboles, ahora hay solares en alquiler para eventos privados de grandes empresas, convirtiendo Madrid en un gran escenario (que luego no alquila nadie, como dicen los últimos datos).

Donde antes había tiendas de toda la vida, hoy hay «lockers» en los que recoger las compras de Amazon. O comercios de chinos sin regulación o saltándose la ley. O nuevas comisarías (con cada día más efectivos para dedicarse a atender eventos privados), locales de cocinas fantasma, agencias inmobiliarias…

Donde antes había corrillos de mujeres en los portales, donde sacaban sus sillas para contarse su mañana, ahora pasan incansables trolleys de turistas machacando las aceras.

Donde antes veías ancianos tranquilamente sentados en bancos, ahora ves una ciudad que los ha expulsado de sus espacios. Con suerte, verás una abuela en un balcón mirando la calle que probablemente no volverá a pisar.

 

Donde antes había un descampado donde jugaban los niños al aire libre, sin tiempo y sin miedo, ahora se levantan «deslugares«, que son macrocentros comerciales exactamente iguales los unos a los otros y que uniformizan las mentes, el ocio y hasta la mirada de quien los pisa.

Donde antes tenías un vecino que, con la puerta siempre abierta, te pasaba un poco de sal o que te avisaba de que había convocada una manifestación para conseguir un centro médico para el barrio, ahora hay un fondo buitre especulando con los pisos ilegales, para quien tu bloque pasó a ser un hotel sin licencia y la comunidad de vecinos un grupo de personas de segunda clase.

Donde antes había escuelas públicas, en las que aprender a curtirse en la vida, ahora hay toda una red de escuelas concertadas en manos de la iglesia en las que educarse en la sumisión al mercado de trabajo.

En la misma ciudad que Tierno Galván promovió la reedificación de Orcasitas o Villaverde para los más humildes, hoy aterrizan miles de venezolanos ultramillonarios para quienes se rehacen edificios enteros donde construir viviendas de ultralujo, dando lugar a la región estatal con mayor desigualdad y que más perdona a los ricos, para quienes es un agujero negro fiscal mientras desguaza los servicios públicos. Mientras hoy se contabilizan hasta tres millones de pobres, el portavoz del gobierno de la Comunidad dice que no los ve.

En sus fiestas patronales llegó a tocar La Polla Records en 1986. Hoy viene el jugador del Real Madrid Carvajal, amigo íntimo de Abascal y simpatizante ultra, a dar el pregón de las fiestas municipales. Y los referentes antisistema son Nacho Cano, que insulta impunemente a la policía y al presidente, y Mario Vaquerizo, que luce públicamente camisetas de la Legión.

Aquel Madrid que plantaba un árbol con el nombre de cada niño del barrio, hoy los tala a miles para priorizar la economía sobre la vida… y solo se acuerda del servicio público de bicicletas cuando le ve utilidad para las grandes multinacionales de delivery.

La Comunidad que era un referente político en los 80 por su apertura, dejó para la historia un episodio de transfuguismo que impidió que se hiciera efectiva la voluntad popular por la compra de dos diputados. Desde entonces, todo se vende sin escrúpulos, o se regala, como hace Madrid con los tentáculos de Florentino, o los de las grandes empresas que han dejado ingentes cantidades en mordidas. Madrid es la Comunidad Autónoma más corrupta del Estado, y suma hasta 100 años de prisión entre sus filas.

Aquel Madrid que acogió a cientos de miles de emigrantes de otras partes de España para construir futuros compartidos, ahora saca leyes para hacer dumping fiscal y robar las empresas rentables de la España vaciada para que se instalen fiscalmente en Madrid.

El mismo Madrid que en los años 80 tenía toda la red sanitaria en manos públicas, ha visto cómo se abandonó y condenó a una muerte indigna por orden política a 7.291 ancianos por no tener contratado un seguro médico privado con la mafia sanitaria, a quienes inyecta millones de euros de dinero público y manda a vacunar a la población en El Corte Inglés, Acciona o el Banco de Santander.

Hubo un tiempo en que el pueblo madrileño se enorgullecía de haber repelido la invasión francesa de 1808, gracias a heroínas como Manuela Malasaña. Hoy los madrileños desaparecen para ceder sus pisos a la invasión de los guiris en alojamientos ilegales que son uno de los principales factores que disparan el precio de la vivienda.

Hubo otro tiempo en que los madrileños cantaban orgullosos canciones como «Puente de los Franceses, nadie te pasa / porque los milicianos qué bien te guardan» y «Madrid, qué bien resistes / mamita mía, los bombardeos«… o creaban la consigna valiente e inigualable de «Madrid será la tumba del fascismo»… y, ahora, tienen un alcalde que grita sonriente «¡Seremos fascistas, pero sabemos gobernar!» y una presidenta que dice que «si te llaman fascista, es que estás en el lado bueno de la Historia».

La ciudad que resistió un asedio de tres años, sobreviviendo a Franco y a los bombardeos sobre su población civil (salvo los barrios ricos) de Hitler y Mussolini, hoy en día ve desfilar sobre sus calles manifestaciones con discursos de odio, xenófobos, homófobos o directamente desfiles neonazis, y en Madrid se celebran foros internacionales de la ultraderecha mundial.

Por las calles en las que los estudiantes corrían para escapar de los grises en la dictadura, hoy desfilan ultraderechistas para hacer su performance frente a la sede del PSOE, con Ortega Smith imponiendo el orden a los que ordenan, o Esperanza Aguirre corta la calle ante «las lecheras» para marchar con Desokupa.

Si vivieran hoy en Madrid San Isidro Labrador y Santa María de la Cabeza, serían expulsados de su casa y de su huerto por el fondo buitre BlackStone sin pestañear. Y con todas las instituciones dando su beneplácito a la sagrada libertad de mercado.

La campaña institucional decía que Madrid era «la suma de todos«… y sí, es la suma de todo lo que hemos ido perdiendo en estos últimos años.

Igor del Barrio

https://www.youtube.com/watch?v=pbiOQ4ZYVcA

Sobre Igor del Barrio 42 artículos
Periodista. Bloguero.Escritor

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