
Lejos de mi realizar la demagógica y malintencionada reflexión de que “todos son iguales” Tengo el grato honor de conocer gente decente dedicada a la política, que suman horas de trabajo y dedicación a la cosa pública por vocación. Incluso soy amiga -al menos me considero- de alguna/o de ellas. Me admira la capacidad de encajar, de tolerar críticas y exabruptos ante los que yo soltaría mandobles y blasfemias. La ambición de medrar en política, de escalar puestos, no solo no me parece mal sino que creo que se trata de un impulso positivo en cualquier profesión. Y que deben ser bien pagadas sus labores como deben ser bien pagadas las labores de cualquier tarea.
Esta confesión espero que sea ampliamente compartida porque si pedimos a estas/os personas algo distinto que al resto, me temo que mucha de las que se dedican a ello se bajarán en marcha dejando hueco a los/as sinvergüenzas. Creo que eso es parte del problema.
En la derecha los intereses son claros: obtención del poder en provecho propio y del grupo privilegiado que apoya la ideología. Se trata de una elite minúscula que detenta poder e influencias con idea de forrarse cuanto antes a cambio de repartir migajas al pueblo para mantenerlo tranquilo. Para ello se realizan todas las trapacerías habidas y por haber porque el propio sistema capitalista, religión que profesan con devoción, protege y propicia los desmanes en consecución del poder. Repito, por si no ha quedado claro: la derecha batalla por el poder para enriquecer y mejorar los derechos y privilegios de la clase dominante. Lo de las migajas para el pueblo es meramente un somnífero que lanzan para calmar a la plebe.
Me dirán ustedes, ¿no hay derecha que desee el bien común? La hubo en tiempos. Esa derecha democrática que andaba convencida de que el liberalismo (de Hayek, Popper, Paton incluso de Anne Rand, no del que vino después de la mano del sibilino Milton Friedman y sus Chicago Boys) como digo, esa derecha que creía que con los preceptos liberales progresarían los pueblos hacia un bienestar común, una justicia social que caminaría por los intrincados senderos de la libertad económica y no por el estatismo (acusaban ellos) de un socialismo, ni tan siquiera de una socialdemocracia pervertida aún del primer y genuino socialismo.
Esa derecha se fue para siempre. Ha sido sustituida por una amalgama de gentuza malencarada, mal hablada, chulesca y macarrilla, con talla mental perturbada y corazones malvados si no psicópatas. Para ejemplo miren ustedes a Trump, Milei, Bolsonaro, Orban, Ayuso, Aguirre, Aznar, Putin… Tienen fines muy claros, conseguir poder y dinero para ellos y su grupo. Sin cortarse en mentir, difamar y hacer tantas bellaquerías como se les antoje o consideren útiles para tal fin.
Eso es lo que hay. Con el añadido de un pueblo que ha franqueado la pereza mental condenando el pensamiento libre y evolucionado a las catacumbas, que prefiere un grito con falsete y axiomas precisos, concisos, cuanto más bárbaro mejor que concederse tiempo a la meditación, la controversia o la consulta de soluciones posibles.
Pocas personas que integran la derecha mundial se escapan en estos momentos a esta triste definición. Pero…¿y la izquierda?
En la izquierda los fines son divergentes, variados y menos concretos por lo que se tiende con frecuencia a la turbada discusión. La izquierda persigue (no se rían, hagan el favor, que estoy hablando de supuestos) el bien común, la justicia social, el igualitarismo de una sociedad justa que produzca según capacidad del individuo y reparta según necesidad del individuo. La izquierda, propugna(mos) apoyo y cuidado al débil, amparo al que parte de zona precaria con el fin de conseguir una sociedad en donde cada cual destaque por su capacidad y brille según su personalidad.
Chimpún.
Eso es tan impreciso, tan utópico que por el camino hay desvíos varios. Que si socialdemocracia, socialismo democrático (que es diferente y no solo por matices) comunismo, comunismo libertario, anarquismo…Son distintos senderos para llegar al bien común, muchas veces enfrentados a puñal y pistola, no de forma hipotética sino real.
La izquierda ha tenido amagos de unidad en tramos históricos en donde el sentido común o el enemigo enfrentado le obligaban a recapacitar enmendando diferencias, no para solventarlas, solo se arrinconaban mientras durara el peligro para brotar una vez pasado, incluso, con más virulencia.
En los años de la dictadura franquista (esa que tan bien le vino a Esperanza Aguirre y tanto le gusta) la izquierda asumía peligros grandes. Hace poco comentaba Rozalén que al principio de su carrera sintió miedo de cantar alguna composición comprometida, escuchándola Ana Belén, le respondió: “¿miedo a qué? a que te tiren con un twit. A nosotros nos pusieron dos bombas en sendos conciertos”
Las manifestaciones de entonces se reprimían con lecheras que soltaban manguerazos, porras rellenas de plomo y algún tiro que otro. Ir a un concierto de Raimon, Serrat, Pi de la Serra, Lluis Llach o Rosa León podía acabar en detención o tragedia. La militancia era férrea, con ideales claros porque pocos se jugaban años de cárcel por un poder ilegal e impreciso, o escalar puestos en sindicatos. La cosa iba en serio y los palos en la DGS eran reales y duros. Como consecuencia, la ideología era clara, concisa y el interés social primaba sobre el personal.
Instaurada la democracia liberal, los partidos crearon el aparato, en donde lentamente se fueron enquistando gentes con la ambición sesgada por el ansia de medrar sin la compañía del idealismo social, de la lucha por lo común. Las generaciones siguientes de militantes, endogámicas muchas veces (veo hijos/as nietas engrasando la maquinaria del partido originario) han llegado más por tradición sentimental o familiar que por meditación ideológica profunda. Hace tiempo un viejo militante comunista, mi querido Hilario, refería el estudio que le supuso la iniciática militancia, las horas de lectura y discusión con los compañeros de los diversos textos que conformaban su ideología. Me consta que en mucha de la militancia actual no existe cultura política profunda, se está porque se conoce a alguien, por filiación familiar o porque están ahí y me molan. Sin convicción.
Problema que no han eludido las nuevas formaciones a las que en el primer momento llegó gente muy formada, capaz, inteligente, que andaban hartos/as de la casquería de los sucesivos gobiernos liberales (Psoe/PP la misma mierda es ¿recuerdan?) y se entregaron al entusiasmo del 15M y su consecuencia. Conforme pasaba el tiempo, el sectarismo, la egolatría enfermiza de unos liderazgos que no sabían gestionar equipos, cuya forma era la dictatorial copiada de las antiguallas maoístas o estalinistas, cercenaron el entusiasmo y la gente válida que creía y quería hacer posible las utopías fue abandonando. Se me dirá que la presión exterior tuvo mucho que ver, no lo niego en cuanto al voto, al sentido de la opinión externa, pero en la deserción de la gente capaz que entró con ganas y entrega, no solo no tuvo nada que ver sino que esos mismos ataques impulsaban el entusiasmo y las ganas de seguir.
Los errores letales ahí están para quien los quiera analizar. Quedaron las resmas fanatizadas, idolatrando de forma falaz casi ecuménica, al líder o lideresa de turno, odiando al adversario y condenando la mínima disidencia como “hostilidad, enemistad” al partido. Doy fe y se de lo que hablo. En los partidos de izquierda quedó mucho/a mediocre con carácter de secta más que de entrega ideológica. Y pasa lo que pasa.
Pasa que vemos a Leyres haciendo el ridículo. Pasa que observamos a demagogos/as con frases preconcebidas sacadas del obituario recibido cada día en el mail hijo de la estrategia que marcan los spin doctors contratados a tanto la hora, repetida hasta la saciedad por todo el entramado partidista. Pasa que se acercan empresarios corrompedores, puteros infames, comisionistas despiadados y gente que en cualquier profesión o empresa privada serían patadeados por ineptos llegando al aparato del partido con la baja intención de sacar ganancia a lustrar bota del líder/a porque es bien sabido que cuanto más abyecto y adulador/a sea el subalterno más raudo sube en el escalafón. Y se producen las Leyres…
Antes de seguir mi artículo les confieso que sé que en todos los partidos -hablo de los de izquierda o casi- hay fontaneros/as. Esa gente que hace trabajos un tanto “delicados” por no decir sucios. Lo dijo el rey de las cloacas, Villarejo: “en todo estado tiene que haber gente como yo para que exista la gente como tú” Claro que hay que levantar alfombras y escrutar al adversario para sacar trapos sucios, cosa que, de tener una prensa capaz y no capada por el capital infame e infamante, realizaría porque esa es su labor y no lustrar al poder de turno. Los/as fontaneros posiblemente sean imprescindibles, por más repugnancia que den, pero si en los partidos hubiera gente capaz, con ideología social, con inteligencia no se producirían los ridículos que hemos visto con estupor esta semana.
Y es que se ha prostituido la militancia por falta de riesgos, por pertenencia a la burbuja del partido de turno, que desconoce la vida real porque se prohíja al hijo de…o al chico/a maja universitario. Se le ficha en las Juventudes del partido, se le encumbra poco después forzando las costuras del poder sin miramientos de si es capaz o muestra las neuronas justas para no mearse el pie.
Es la pescadilla que muerde la cola. La política anda desprestigiada, los liderazgos son firmes, monolíticos sin admitir critica ni cuestionamiento alguno, lo que potencia que solo la gente mediocre y capaz de humillaciones infames, además de la resistencia ilimitada de lamer bota, consiga elevarse hasta el punto de hacer una Leyre y salir en toda la prensa española como si de una estrella rutilante se tratara ufanándose de su turbia tarea.
Y el partido, más tarde en la noche electoral, lamentará culpando a la gente la desafección y la perdida de voto o el viraje hacia espectros infectados de fascismo recalcitrante. Y es que nadie puede solventar la sensación de que da un poco igual una Leyre que un Alvise, porque en ridículo andan parejos.
Yo sé que no. Ustedes, lectoras/es de La Pajarera Magazine, saben que no da igual porque somos muy listas, pero pregunten a un chaval/a de un instituto cualquiera o al que atraviesa la ciudad para llevarle la pizza como autónomo falso. Verán que risa.
Con la perorata quiero decir que habría que repensar los partidos, las militancias y sobre todo…pero muy sobre todo, los liderazgos. Un curso de gestión de grupos de trabajo haría más por la democracia y el socialismo que mil fontaneros o discursos de spin doctors expertos en sociología política.
María Toca Cañedo©
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