Acto 1
Decorado
Sobre una manta de patchwork de cuadros con tonos azulados, tejidos a punto jersey y punto bobo, pato, jirafa, tortuga y rana de goma muy coloridos y sonoros algunos. Un oso tuerto de peluche color camel oscuro, amoroso al tacto. Su ojo derecho cosido y requetecosido por manos poco expertas con hilo verde pistacho.
En una esquina, una muy señora oca algo barriguda con faldita plisada azul a juego con su gorro de tejido vichy de rayas. Entre unos pocos libros desplegables y de cartón duro, asoman el de Garbancito y de La ratita presumida.
Dos niñas de un año escaso. Sentadas, chupándose el dedo. Vestidas, la una con su pijama blanco de lunares anaranjados, la otra con un mono de estrellas azulón. Las dos desesperadamente agarradas a su peluche, la una con su oso color camel, la otra con su muy señora oca. Silencio interrumpido de tiempo en tiempo por unos suspiros.
Se levanta el telón. Media luz
Soliloquio de ¿Ana o de Inés, o ¿ quizá de las dos?
Me miras. Te miro.
Me ves. Te veo.
Nos miramos primero con disimulo. Nos observamos por el rabillo del ojo.
Cuando me percato de que no me miras, entonces te miro.
De repente, me vuelves a mirar, pero esta vez fijamente. Te vas acercando poco a poco. Ahora, como quien no quiere la cosa, estas junto a mí, muy cerquita. Escucho tu respirar acompasado. Reconozco que me agrada tu fragancia. Cierro los ojos medio minuto. Desprendes un olor rico a bebe recién bañado.
Mas no te creas que me gusta sentirte tan a mi vera.
Como la gatita de casa, finjo no mirarte mientras tú posas una mirada insistente sobre mis manos. Me siento amenazada. Agarro muy fuerte mi peluche favorito. Lo abrazo con toda mi fuerza. No pienso dejártelo ni un minuto. ¡Es mío, mío! (voz enérgica) Sí, es mío. No puedo dormirme sin él. Ahuyenta mis pesadillas nocturnas. Me hace compañía. Me protege, de verdad. No me siento sola y perdida en la oscuridad. Me da calor. (Breve pausa)
Yo, en cambio, para agradecerle su presencia reconfortante, cuando vuelvo de la guardería, le cuento todos mis secretos y las historias transcurridas durante el día con la señorita Merche. Si por casualidad se me olvida una confidencia, se la susurro al oído antes de dormirme. Es mi mejor amigo. Somos inseparables. (Suspiro profundo)
Ya no me acuerdo quién de las dos es la mayor. Solo sé que nos llevamos unos 2 ó 3 meses de diferencia. De todos modos, poco importa.
(Entre enfadada y llorosa) No pienso dejar que me domines ni que me arrebates por lo más remoto mi peluche.
¡Ojo! Me sé defender. Palabra de honor, muerdo, araño, pego, abofeteo. La guardería me enseñó aquello. A veces, cuando la señorita Merche está de espaldas, le doy un manotazo al de al lado cada vez que pretende arrancarme un juguete o el libro de Cenicienta. Los mayores lo llaman “su-pre-ma-cía del más fuerte o su-per-vi-ven-cia del más apto” (recalcando cada sílaba). ¿Entiendes acaso ese galimatías confuso? Te confieso que a mí se me escapan estas palabras abstrusas de un tal Charles Darwin.
(Mira, angustiada, a la izquierda, luego a la derecha) ¿Dónde está mi peluche? Me descuidé. Me despisté. Me miro. Te miro. Te miras. Me miras. ¡Horror! Mi peluche está entre tus manos. ¡La culpa es de Darwin!
Allá, en la otra esquina, está tu peluche abandonado (apuntando con el dedo índice). Aunque me cuesta llegar hasta él, serpenteo, zigzagueo, culebreo, repto. Por fin, lo agarro. Ya es mío.
Cae el telón. Final del primer acto
Texto: Dominique Gaviard
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