Aprendí que algunas relaciones enfermizas se entienden universalmente como amor.
Aprendí que mi cuerpo, nuestros cuerpos, son los depositarios y garantes de la verdad.
Aprendí que muchas personas no han conocido más que el rechazo cada vez que han dicho palabras fuera de lo establecido o pautado.
He aprendido que perdonar a los padres no tiene por qué ser la coronación de una terapia o proceso exitoso.
Aprendí que tú y yo somos lo mismo, siendo diferentes, y no me olvido.
He aprendido que teñimos el presente de pasado constantemente.
Aprendí, no sin costarme y ahí sigo, a verme en el reflejo de las demás y constatar que lo que soy es también una expresión de lo que tengo alrededor.
Aprendí a saber que soy una más. Una humana humilde a la que le ocurren hechos muy similares a otras.
Por muy difícil que haya sido el camino, eso no me hace especial ni mejor.
Llevo en mi pecho la misma magia y oscuridad que cualquiera.
He aprendido a distinguir cuándo mi mujer adulta actúa y cuándo una niña desvalida lleva el mando en medio del marasmo.
Cuándo el personaje creado para sobrevivir habla en mi nombre y cuándo es mi esencia la que respira y sonríe abiertamente.
Aprendí, entre otras cuestiones, que tengo un deber conmigo misma y es el deber de hacer limpieza de las relaciones ficticias o no saludables, aquellas que no me permiten crecer.
He aprendido a no regalarme, a saber lo importante que es rodearte de personas con las que tu centro esté tranquilo y a ser generosa cuando de verdad lo sienta y no para que me quieran.
Ya no invierto en cariño. Siento afecto o no.
Aprendí que la mirada hacia dentro, el autoconocimiento, no es sinónimo de ignorancia acerca de lo colectivo, lo comunitario.
Sola no llego muy lejos.
Saber quién soy no significa apoyar una estructura injusta y violenta para demasiada gente y volver la espalda a la realidad social.
He aprendido a no desactivar mi fuerza y a no ponerme delante de quien lanza tiros con una venda en los ojos o quien necesita un punching ball para descargar su dolor primario.
Aprendí a ver mi violencia, mis estrategias para no responsabilizarme y acusar a los demás de todo lo mío.
He sabido cómo manipulaba el ambiente para no hacerme cargo.
Cuánto oxígeno llega a los pulmones al conocer esto.
He aprendido a ver la sombra de muchos hombres y no sostenerla ni ser la víctima de su destrucción, su violencia o incluso su desastre vital.
Estoy aprendiendo a no jugar el juego de la razón y a no pulsar para tenerla.
Y especialmente aprendo con suavidad a vivir algo más conectada, con todo lo que eso conlleva, y a no defender mi imagen personal ante el mundo como parapeto.
Ya sé que no hace falta defenderme tanto, pelearme tanto.
Nunca me lo contaron.
Las que me precedieron manejaban otros saberes importantes.
Otras estrategias.
Hoy me comparto yo, por si te sirve.
Por si nos une.
Buen día, otro día.
María Sabroso.
Obra de Aline Brant.
Deja un comentario