Decir decía el desasosegado Persona, en portugués dicho Pessoa su apellido, sentir cual cárcel contra cualquier fuga blindada el Universo todo y mismo, el que dicen sin confines. En este año de gracia del Señor del veinte y veinte, la amarga y helada nos queda, diríase, descolocada, si no ya desfasada, el Universo mundo ha trocado su imperiosa y cruel inmensidad por el ínfimo, mas no menos cruel, confín de las cuatro paredes de esta nuestra guarida donde nos habitamos y nombramos. Solos o en compañía de otros y castigados de cara a una pared que no podemos romper a cabezazos, con ella nos veremos confrontados, pared devenida espejo que en juego de espejos nos atrapará, con sus reglas y sus trampas, conjugadas en él ambas hermanas que virtualidad y realidad usamos denominar. Esa como ficción de un desnudo ahora que nos ahoga, agravada, si cabe, por una «como-ficción» aun más alevosa, desvelada, desatada, sobre el antes y el después de nuestros pasos y nuestro pan de cada día. En pugna con ella la siempre insolente densidad de nuestra carne, nuestra mirada, pertinaces en arañar de vida la niebla y la roca.
Sucediendo va con paso inerte el tiempo traicionado, en modo, diremos, de película fantasmagoría de luz y de sombras que realidad remeda, al cabo y sin embargo, actuada por fantasmas de sangre caliente, heridos de aliento. Silencio, se rueda. El ángel exterminador pasa. Coda y/o estrambote. Pasaba deambulando las callejuelas de Egipto mientras los hebreos confinados en sus humildes chozas de esclavo. Era en «Los Diez Mandamientos». Era en la intitulada «El ángel exterminador» donde sin saber por qué ni para qué conspicuos miembros de la alta burguesía permanecían en lujoso salón de lujosísima mansión confinados entre las cuatro paredes del surrealismo de Buñuel. Cosas y casos de película, en la nuestra una y otra se conjuntan, va de plaga bíblica y de surrealismo. Cosas y casos de esta vida en que estamos confinados.
Luis Enrique Díez Antolín
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