Como profesional del trabajo con personas no sólo soy una técnica, soy y me coloco como una persona.
Me ubico así más, mucho más incluso, que como profesional.
Dejar el rol de experta sin soltar lo que ya sé sobre diferentes asuntos para situarme en una relación horizontal es mi aspiración de cada día.
Dejar la importancia personal a un lado es un propósito constante.
Huir de la idea de ser una persona «importante», que hace cosas de persona «importante» , que pone cara de persona «importante» en las fotos es mi máxima.
No concibo trabajar sin un interés verdadero y genuino, auténtico, por el ser humano de enfrente y los asuntos que trae. Por quien es.
Detrás de una preocupación por el pene, por la falta de deseo, por dificultades en la comunicación, por la sensación de soledad y cemento. Detrás del miedo paralizante al dicotómico fracaso, detrás del no sé qué me pasa, me da pavor relacionarme en grupo, no encuentro pareja, el sentido de la vida es algo abstracto para mí.
Detrás de los días cucaracha sin poder levantar la cabeza.
Detrás de un no sé si lo que me ocurrió se llama abuso, del quiero salvar a todos los hombres que me encuentro en el camino, detrás del no averiguo si ser madre es algo inducido; tras un yo creo que soy asexual.
Detrás del no tengo dinero suficiente para vivir, del sólo quiero anestesiarme y no sentir, del quiero morirme.
Siempre, invariablemente, hay una persona tratando de ser entendida.
Hay un ser humano que te pregunta si es normal, si está loco/a, que indaga «oye, ¿a ti también te ha pasado esto? ¿Te has sentido así?»
Sin ser una, en absoluto y nunca, la significativa de la ecuación relacional poder responder un «sí, sé de lo que me hablas, no me es ajeno», alivia.
¿Tú también has querido morirte alguna vez? Claro.
Ay, menos mal.
O quizá un honesto y transparente «no, no he pasado por ahí, cuéntame cómo es, quiero saber de ti.»
¿Cómo has llegado hasta aquí?
¿Cuáles son los dolores de tu vida?
¿En qué te sientes fuerte o qué aprendiste para llegar hasta hoy, hasta este momento?
¿Qué te pone la ilusión activa?
¿Cómo se vive ahí en tu planeta, ese mundo tuyo?
¿Cómo es habitar también este que construimos entre todas?
¿Cómo has sobrevivido?
Abogo por una perspectiva profesional, de acompañamiento, terapéutica, que no se centre en lo deficitario o en lo «disfuncional» y sí en las capacidades, recursos y potencialidades de la persona. En sus fortalezas, que las hay.
Dejemos a un lado la prepotencia de creer que lo sabemos todo, que a priori conocemos más de la persona que la propia persona.
Dejemos de dirigir la energía hacía el auto engaño y la ignorancia ajena haciendo creer a quien no puede que a base de «no poner resistencias, abrirse a los procesos» y demás frases cliché podrá.
Hay muchas, muchísimas variables contextuales que están incidiendo de una manera sustancial para no poder construir una vida buena.
Dejemos de hacer creer a personas que no nos caen bien, no nos gustan, hacia las que mantenemos prejuicios, que nos resultan tremendamente extrañas a nuestros códigos o directamente a las que no soportamos, que las vamos a poder ayudar, acompañar o incluso y lo más perverso dejemos de promover vínculos en falso.
Quizá ganaremos menos dinero, no nos vanagloriaremos de ser profesionales con la agenda siempre completa, pero casi con total seguridad trabajaremos con la honestidad como seña de identidad.
No, no voy a poder acompañarte. No soy la profesional adecuada.
Las calles están repletas de personas muy heridas, con necesidades fundamentales de afecto, reconocimiento y aceptación incondicional.
Mentir, falsear y hacer creer a alguien que te importa, sin que sea así y a cambio de dinero nunca, jamás, puede llamarse terapia.
Pregunten ustedes cuánta gente hay dañada por esto.
Personas derrochando dinerales en la búsqueda de un lugar seguro.
Un lugar que no siempre lo es.
E incluso que en no pocas ocasiones se manifiesta dañino, lesivo y en el cual la autocrítica de quien está al mando resulta literalmente nula.
Pregunten.
Buen día, otro día.
María Sabroso.
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